martes, 31 de julio de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 14




Paula se moría de curiosidad y de ganas de hacerle más preguntas, pero sabía que era mejor no presionarlo. La historia de los comienzos de su negocio hablaba a las claras de su audacia y de su determinación. 


Conservaba esa determinación, pero ¿qué le había pasado a su audacia? Abandonar la universidad para fundar una empresa a su edad no había sido un acto de conservadurismo. 


¿Qué podía haberle sucedido para que dejara de ser ese arriesgado jugador que había sido no hacía tanto tiempo?


Cuanto más sabía sobre él, más intrigada se sentía. Desafortunadamente, ya habían llegado al restaurante medieval Castillo Camelot, y cualquier otra revelación tendría que esperar. 


Nada más aparcar el coche, exclamó asombrada:
—¡Mira! ¡Un foso! Un puente levadizo y un foso. ¿No te parece increíble?


Aparentemente, Pedro no compartía su entusiasmo.


Después de enviar al equipo para que tomara imágenes exteriores, de relleno, Paula se preparó para la segunda parte de la introducción. El restaurante se encontraba en lo alto de un cantil, y el lago Travis brillaba al fondo.


—Apostaría a que este lugar es fabuloso por la noche —comentó mientras le entregaba a Pedro el micro para que se lo sostuviera.


—Supongo que usarás esta vista para la presentación, ¿no?


—¡Desde luego! —Paula se puso su chaqueta rosa y se retocó el maquillaje.


Pedro caminó hacia el puente levadizo, indicando al equipo que le siguiera. Paula lo observó por un momento y luego revisó sus notas. Georgina había escrito la introducción al segmento cuando lo único que había visto era el folleto publicitario del restaurante. Pensaba que el párrafo estaba algo cargado de adjetivos pero, francamente, el folleto nunca podría hacer justicia al local: se quedaba corto.


Habían aparcado debajo de la gran torre. Un cartel en caracteres góticos anunciaba que, después de haberse ganado su admisión, los clientes bien podían cruzar el puente bien a pie o en carro de caballos. Paula tomaba notas. 


Sólo parecía haber una dificultad: el novio, Gabriel Whitey Whitfield II, caballero ataviado con una armadura completa, pensaba raptar a su doncella, Ambar Nicole Hewlet, montado en un corcel blanco y partir con ella hacia su castillo.


Desgraciadamente, más de veinte kilómetros de autopista separaban el colegio mayor de Ambar, cerca del campus universitario de Texas, del Castillo Camelot. Paula empezó a tamborilear con el lápiz sobre su bloc de notas. Georgina y ella preferían presentar las peticiones de matrimonio con toda veracidad, tal y como tenían lugar, pero en ese caso parecía apropiado hacer un pequeño truco de montaje, como por ejemplo cortar entre la partida de Whitey y su llegada al castillo. En todo caso la parte más importante serían los interiores, cuando Ambar estaría vestida con ropa medieval, como el resto de los huéspedes, y asistiría a un banquete servido por sus compañeras del colegio mayor y por los compañeros de universidad de Whitney. El coste de los numerosos disfraces había supuesto una porción muy considerable del presupuesto total para el especial de San Valentín, pero Georgina y Paula no habían dudado en asumirlo ante las posibilidades de aquella fantasía.


Debían rodar aquellas escenas en domingo, cuando el restaurante cerraba habitualmente. 


Por fortuna, los padres de Whitey se encargaban de costearles la comida, pero incluso así Paula podía comprender la preocupación de Pedro. Iba a ser una petición de matrimonio muy romántica, pero también muy cara. Si todo salía bien, los espectadores quedarían encantados. Si no...


Paula se abrochó la chaqueta. Si aquel segmento no funcionaba, tendría que pedirle a Pedro más dinero. Y aquella perspectiva era demasiado horrible de considerar... Esbozando su radiante sonrisa televisiva, Paula levantó el micro:
—Detrás de mí tenemos al Castillo Camelot...




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 13




—Hola —Paula sonrió a la cámara, esperando que cesara el viento por un instante para que la dejara terminar de grabar—. Detrás de mí tenemos la hermosa Austin, la capital del estado de Texas. Y aquí es donde va a tener lugar nuestra próxima petición de matrimonio.


Se detuvo para permitirle a Julian que sacara una panorámica de la vista. Estaban situados en un mirador de las afueras de la ciudad. Los coches y camiones no dejaban de pasar por la autopista, dificultándole a Paula rodar aquella toma de seguido.


—Pero en lugar de la moderna ciudad que ven ustedes aquí, vamos a transportarlos a los medievales tiempos de caballeros montados en blancos caballos, reyes, princesas y castas damiselas —dejó caer el micrófono—. ¿Qué tal ha quedado?


—Excelente —respondió Pedro—. El tráfico ha cooperado esta vez. Pero el sol ha salido justo cuando Julian hacía el pase con la cámara.


—¿Crees que deberíamos hacer otra toma? —Paula revisó su apariencia en el espejo de un lateral de la caravana. No estaba muy mal. La temperatura era cálida, pero soplaba un viento frío; tenía ganas de volver al coche.


—Déjame echar un vistazo al tráfico —Pedro subió corriendo la ladera de la colina—. Se acerca un camión enorme con varios coches detrás —le gritó desde arriba—. Cuando hayan pasado, tendrás un respiro.


—De acuerdo. Julian, vamos a intentarlo desde aquí.


—No quiero que me dé el sol de cara —aclarándose la garganta y flexionando los brazos, Paula esperó a que pasara el camión antes de soltar de nuevo su parrafada. Se había levantado viento y estaba empezando a despeinarse otra vez—. ¿Y bien? —inquirió cuando hubo terminado.


—Excelente —respondió Pedro.


A Paula le entraron ganas de zarandearlo. Se estaban mostrando tan amables y cooperativos el uno con el otro... Pedro cedía ante ella en cada pequeño detalle, como homenaje a su mayor experiencia. Aquello iba a terminar por volverla loca. Paula, por otro lado, también le pedía su opinión acerca de cualquier mínimo aspecto, algo que, estaba segura de ello, lo irritaba sobremanera. Y pensaba seguir haciéndolo.


Era como un certamen para ver quién estallaba primero.


Pero, ¿por qué se estaban haciendo eso mutuamente? Después del éxito de la primera proposición de matrimonio, habrían debido sentirse más cómodos entre sí. Pedro se había relajado; había demostrado que podía hacerlo. Y Paula había demostrado su capacidad.


Sabía que la exagerada amabilidad que compartían no era una ilusión suya. Había sorprendido la miradas que les lanzaba el equipo y la forma en que los tres hombres se las arreglaban para desaparecer cuando Pedro y Paula estaban juntos. Se quitó la chaqueta y la colgó de una percha, que puso, a su vez, en la parte trasera del coche.


—¿Por qué no nos vamos directos al restaurante? Así nuestras tomas exteriores tendrán tiempo de adaptarse a esta luz —se volvió hacia Pedro con una sonrisa, esperando no haber expresado su petición como una simple pregunta. Quería ir en ese momento al restaurante Castillo Camelot, incluso aunque su programa exigiera antes una visita al futuro novio. Era ella quien hacía los programas, así que ella misma también podía cambiarlos. No necesitaba ni la aprobación ni el permiso de Pedro.


—Excelente idea —comentó él.


Paula apretó los dientes. Todo lo que ella hacía merecía el epíteto de «excelente». ¿Acaso no se sabía ningún otro adjetivo?


—Si ves algún problema en ello, simplemente dilo.


—Ya te he dicho que me parece una idea excelente —repuso Pedro cuando ya se dirigían al restaurante en el coche.


—Pero sabes que no está en el programa.


—Debes de tener tus razones.


—Las tengo: la luz. Ya te lo he dicho.


—Y yo te he dicho que me parecía una idea excelente.


—Si no te pareciera una idea excelente, ¿me lo dirías?


—La última vez que expresé mi opinión —respondió Pedro al cabo de unos segundos—, me pusiste firmemente en mi lugar.


Paula se aflojó el cinturón de seguridad, con la intención de volverse para mirarlo a los ojos.


—¿Todavía sigues molesto por lo del desfile del circo? —como él no contestó, insistió de nuevo—: Te resientes del hecho de que todo saliera bien, ¿verdad?


—¿Por qué habría de resentirme de eso? El desfile fue un... éxito arrollador, como se suele decir.


—Sí que lo fue.


—Me demostraste que mis sugerencias no eran necesarias, así que ahora, simplemente, me mantengo al margen.


Paula pensó que el ego masculino era algo realmente sorprendente: se desarrollaba en los momentos más inconvenientes y en los hombres más extraños. Con gran paciencia, se contuvo de estrangular a Pedro.


—Si mal no recuerdo —comentó con tono suave—, no me estabas haciendo sugerencias; te estabas imponiendo sobre mí.


—Admito que expresé mis opiniones con cierta virulencia —repuso Pedro, aspirando profundamente y mirándola de reojo—. Dado que eres una profesional, supuse que no tendría por qué moderar constantemente mi lenguaje.


¡Le estaba dando a entender que había sido culpa de ella! Paula se había quedado sin habla.


—Si me hubieras contado antes de lo del bebé elefante y los otros animales, entonces podríamos habernos evitado un montón de conflictos.


—¡Y si tú me hubieras hecho un mínimo de caso, yo te lo habría contado! —le espetó ella—. Pero claro, me equivoqué al pensar que eras humano... —gruñó en voz más alta de lo que habría deseado, pero sin lamentar en todo caso que la hubiera oído.


—He observado que las mujeres, durante las discusiones, recurren al ataque personal. Los hombres se atienen a los hechos. Es por eso por lo que podemos estar en desacuerdo y a pesar de ello seguir como amigos.


Tenía un tono tan insoportablemente superior... Paula clavó los dedos en la tapicería del coche.


—No estábamos en desacuerdo. Tú decidiste controlarlo todo. Si yo hubiera sido un hombre, no me habrías gastado esa broma tan pesada.


—Por favor, no conviertas esto en una batalla entre sexos —rezongó Pedro.


—¡No estoy haciendo eso!


—Honestamente: ¿me estás diciendo que me estoy comportando de manera sexista contigo?


—Sí. Un ejemplo: te has empeñado en conducir todo el tiempo.


Pedro murmuró algo entre dientes y detuvo bruscamente el coche en el arcén.


—¡Pues entonces conduce tú!


De repente, Paula se vio disparada fuera del coche, La caravana de Hartson Flowers frenó rápidamente detrás de ellos.


—Todo está bien —les gritó ella, animándolos a que continuaran camino. Luego rodeó el coche con la intención de sentarse al volante.


—Todo está bien —se burló Pedro, cuando se cruzaron para sentarse en sus respectivos asientos.


—¿No habrás querido decir «excelente»? —le espetó Paula.


Los dos dieron sendos portazos y tiraron a la vez de sus cinturones de seguridad, con tan mala fortuna que se les enredaron cuando se disponían a abrochárselos. Paula gimió de frustración hasta que advirtió que Pedro se estaba riendo suavemente. Al cabo de unos segundos, no pudo menos que compartir su diversión.


—¡Míranos! —Pedro echó la cabeza hacia atrás, todavía riendo—. Parecemos un par de críos.


Paula no supo durante cuánto tiempo permanecieron detenidos allí, a un lado de la carretera, riendo sin parar... porque cada vez que intentaban desenredar sus cinturones, volvían a morirse de risa. Cuando al fin lo consiguieron, ella le comentó:
—Parecemos tremendamente juveniles, ¿no te parece?


—¿Georgina y tú alguna vez habéis discutido así?


—No. Las dos pensamos del mismo modo. Tú y yo, no.


—Desde luego que no —sonrió Pedro.


—Antes dijiste que los hombres podían mostrarse disconformes y a pesar de ello seguir siendo amigos. Quizá sea por eso por lo que no nos entendemos. Nosotros todavía no somos amigos.


«Pero tú no quieres ser amiga de Pedro», le susurró una voz interior. «Tú quieres algo más». Reprimió en seguida aquellos pensamientos.


—¿Estás diciendo que quieres que seamos amigos? —le preguntó él con tono escéptico.


—No te conozco lo suficiente como para saber si quiero ser tu amiga o no —dijo con mayor sinceridad de lo que quizá fuera prudente—. Nadie sabe mucho sobre ti.


—No sabía que mi vida privada fuera motivo de tanta curiosidad —comentó Pedro, arqueando las cejas.


—Otra vez te estás enfurruñando.... —Paula esbozó una mueca antes de poner el coche en marcha—. No quieres que nadie llegue a conocerte, ¿verdad?


Paula pisó a fondo el acelerador y se incorporó.


—¿Por qué dices eso? ¿Por qué no voy por ahí hablando de mí mismo, lanzando información a los cuatro vientos? —Pedro odiaba viajar en coche cuando él no conducía y, sobre todo, cuando el conductor en cuestión lo sometía a un interrogatorio.


—No tienes porqué hacer eso, pero al menos podrías filtrar un mínimo de información. Te pasas el día entero encerrado en tu despacho. La gente apenas te ve.


—Podría ser que tuviera menos tiempo libre que los demás.


Paula volvió a gesticular con las manos, deseando haberlas tenido libres en ese momento.


—Entonces, ¿a qué dedicas tu tiempo?


—Trabajo.


—No me refería a eso —Paula sacudió la cabeza—. ¿Te importaría buscar en mi bloc la dirección de ese restaurante? Dentro de poco veremos un desvío de la autopista y no consigo recordar qué carretera es la que tenemos que tomar —mientras él rebuscaba entre sus notas, continuó—: Bueno, ¿y qué es lo que haces cuando no trabajas?


Pedro reflexionó, y la palabra «trabajo» fue la primera que acudió a su mente. Se llevaba papeles a casa. De vez en cuando veía la televisión. Visitaba a sus padres todos los viernes. Todo aquello sonaba seco, rutinario, ahora que pensaba sobre ello. Nada sobre su vida podía interesar lo más mínimo a una mujer como Paula.


¿Pero qué hacía ella cuando no trabajaba? 


Pensó en preguntárselo, pero cambió de idea. 


Ya hablaba bastante como para encima tuviera que darle alas. Indudablemente, habría aprendido sobre ella todo lo que le gustaría saber antes de que regresaran a Houston.


Al fin logró encontrar la dirección y procedió a leérsela, más que nada para evitar responder a su pregunta. Esperaba que a continuación le hablara de la siguiente petición de matrimonio, pero no lo hizo.


—No estás casado, eso ya lo sé. ¿Vives con alguna chica?


—No.


—Vives solo —asintió Paula—. Yo también vivo sola.


—¡Vaya! Yo pensaba que no te gustaría vivir sola.


—Y al principio no me gustaba, pero ahora me encanta la tranquilidad que supone. Recargo mis pilas en un ambiente tranquilo y sosegado.


Pedro la miró detenidamente. La mujer que tenía al lado era la más vital y agotadoramente energética que había conocido en toda su vida; que ansiara la tranquilidad y el sosiego no podía menos que intrigarlo.


—¿Tienes algún animal doméstico? —le preguntó ella.


—No. No me parecería justo trabajando tantas horas.


—¡Hey! Has ampliado la respuesta a una pregunta de sí o no. Eso es un progreso —le lanzó una sonrisa aprobadora—. Yo tenía un gato, pero le pedía tantas veces a mi vecina que me lo cuidara, que al final el animal confundió la identidad de su ama. Sigue viviendo con mi vecina.


—Lo siento.


—No tiene importancia. Bueno, cuéntame cómo empezaste con las Producciones por cable Alfonso.


—Ésa no es una pregunta de respuesta sí o no.


—Imaginaba que estarías preparado para dar ese paso cualitativo —sonrió Alicia.


—¿Cuánto falta para que lleguemos al Castillo Camelot?


—Está en las colinas, al otro lado de la ciudad, así que dispones de tiempo más que suficiente. Relájate y charla tranquilamente.


Pedro no conseguía recordar la última vez que alguien le había preguntado por la manera en que comenzó su negocio.


—Supongo que todo empezó a partir de un trabajo de verano.


—Soy toda oídos.


—Mi padre es músico. Enseña un poco y toca también un poco.


—¿Qué instrumento?


—Violín y viola. Toca en un cuarteto de cuerda. Alquilan sus servicios en bodas y todo eso. Un verano que volví a casa de la universidad, no puede conseguir ningún trabajo a tiempo parcial. El cuarteto de mi padre quería que los grabase en vídeo, para enviar la cinta a la gente que estuviera interesada en contratarlos. Descubrí entonces que me gustaba mucho estar detrás de la cámara. Me encantó la experiencia.


—¿La echas de menos?


—Sí —admitió Pedro; de hecho, hasta que grabó a Raúl ayer, no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos rodar sobre el terreno—. Y además, era bueno.


—Lo sigues siendo. Vi los planos.


—¿Ah, sí? —sonrió.


—Sí, Pedro —respondió Paula con voz cantarina, en plan de broma—. No has perdido facultades.


Pedro rió entre dientes, algo avergonzado por el placer que le había producido escuchar sus palabras. En la modesta época de los inicios del negocio, había hecho prácticamente de todo; tan pronto se ocupaba de contratar a un antiguo compañero de universidad para que le transportara el equipo, como se encargaba de las luces. Había grabado bodas, bautizos, funerales, graduaciones... cualquier cosa que la gente quisiera recordar. Luego, se dedicó a grabar a solicitantes de trabajo para un programa que vendía a las cadenas locales de televisión.


Su primer estudio ocupaba la segunda habitación de un pequeño apartamento. No tardó en contratar a otra persona. Luego a otra. 


Cuando el negocio amenazó con ocuparle también el dormitorio, alquiló su primer local comercial.


En aquel momento se encontraban en las afueras de Austin y la carretera empezaba a ascender.


—¿Qué sucedió después de que grabaras a tu padre? —le preguntó Paula—. ¿Alquilaste tus servicios para grabar bodas?


—No de manera inmediata —Pedro ya se sentía más cómodo hablando con ella—. El cuarteto me ofreció una comisión por cada encargo que pudiera conseguirles. Y me pateé toda la ciudad con esa cinta.


—Así es como entraste en el mundo de los negocios —asintió Paula—. Se te dio bien, ¿verdad?


—Hice más dinero en aquel verano que todo el que había ganado hasta entonces —respondió Pedro. «Y mi padre también», añadió para sí.


—Y luego, ¿qué?


—Luego regresé a la universidad e invertí el dinero en cambiar de estudios. Pero los abandoné cuando me di cuenta de que sabía más que mis profesores.


—Desde luego estabas muy seguro de ti mismo...


—Sí y no. La industria era tan nueva que lo estábamos aprendiendo todo al mismo tiempo. El mercado del cable estaba creciendo y quería entrar en él. Dos años más en la universidad y podría haber perdido mi oportunidad.


Aquélla había sido la única ocasión en que le había ayudado la falta de sentido práctico de sus padres. En lugar de animarlo a que siguiera en la universidad, habían insistido en que realizara su sueño. Resultaba curioso que se hubiera olvidado de aquel episodio...


Mientras estaban hablando, el paisaje había cambiado. En aquel momento estaban ascendiendo por las colinas que rodeaban Austin. Cuando salieron de una curva, Pedro alcanzó a ver una torreta en la que ondeaban unas coloridas banderas.


—¿Has visto eso? Juraría que es el restaurante.


—Y yo juraría que estás en lo cierto.


—¿Podría hacerte una pregunta sin que te pusieras a la defensiva? —inquirió Pedro tras una breve vacilación.


—Sí, mientras tú escuches la respuesta sin ponerte en plan autoritario.


—¿Por qué has programado un día extra para esta petición de matrimonio? No parece muy dificultosa de rodar.


—Por el tiempo, y porque hay demasiada gente implicada.


—¿Más que en el circo?


—Sí. El circo sólo tenía que hacer lo que hace siempre. En esta ocasión tenemos disfraces, todo es más complicado. Georgina y yo tenemos una regla de oro: un día extra por cada docena de personas


—¿Y el presupuesto lo cubrirá todo? —le preguntó Pedro. Sabía que la cantidad presupuestada para Hartson Flowers era de por sí bastante generosa.


—Esperemos que sí —lo miró de reojo.


Para Pedro, aquello sonaba como si un par de colegialas estuvieran organizando una fiesta a costa del programa.


—Espero que puedas concretar los detalles —«y fijar los límites», añadió para sí, pero no expresó en voz alta sus objeciones. Otra discusión podría irritar a Paula. Tenía que permanecer al margen y ver cómo se desarrollaba todo.


¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 12





—Soy Paula Chaves y a mi lado se encuentra Raúl Garza, que está a punto de pedirle a su gran amor, Lily Patterson, que se case con él. ¿Cómo os conocisteis, Raúl?


Paula le acercó a Raúl el micrófono. Aquélla era la segunda vez que grababan la entrevista. Raúl se ponía tan nervioso que Paula ya estaba temiendo que tuvieran que grabar por tercera vez para conseguir una entrevista decente.


Se preguntó qué estaría haciendo Pedro que junto con el segundo cámara, se encontraba al principio de la calle de Lily Patterson. Paula y su equipo se dirigirían hacia allí con Raúl. Pedro tenía que captar la reacción de Lily.


El técnico de sonido estaba emboscado en el pequeño jardín delantero de la casa de Lily, dispuesto a dar el aviso en caso de que se marchara. Lily era peluquera, y el miércoles era su día libre. Raúl, que trabajaba como repartidor, le había comentado que tal vez le haría una visita, pero no se lo había asegurado para no levantar sospechas.


Los payasos, los animales y varios vehículos del circo se estaban concentrando en el aparcamiento de una tienda justo a la vuelta de la esquina. Tan pronto como Raúl finalizara la entrevista, se reuniría con ellos acompañado de Paula.


—De manera que tu sueño se va a ver realizado en todos los sentidos, ¿verdad? —le preguntó Paula, señalando el atuendo de motorista que llevaba.


—Sí —respondió, tímido.


—Vamos entonces —Paula indicó al cámara que la siguiera, mientras Raúl, con su mono plateado, montaba en la moto y arrancaba—. ¡Va demasiado rápido! —exclamó Paula mientras subía apresurada a la caravana de Hartson Flowers—. ¡Julian, sigue grabando! —y puso en marcha el vehículo.


Atravesaron rápidamente las calles de Brownsville, pero tuvieron que detenerse ante un semáforo en rojo.


—Lo hemos perdido —comentó el cámara, subiendo el cristal de la ventanilla.


—No me sorprende —Paula esperaba al menos que Pedro consiguiera una buena secuencia.


Al llegar al aparcamiento vio a Pedro grabando a ponies, perros y un tigre gris viejo y desdentado; cuando él la vio, le hizo una seña para que se acercara.


—Este tigre está para jubilarse. Pensaron que le gustaría asistir a un desfile más. Mira —señaló al tigre, al que su domador le estaba poniendo un collar de lentejuelas—. Ese hombre lo está manteniendo perfectamente quieto: puedes decir que es un viejo profesional.


—¡Oh, qué tierno!


Mientras lo observaban, el tigre estiró el cuello para que el domador pudiera abrocharle el collar.


—Anda, ve a hablar con él —la urgió Pedro—. Saca alguna imagen.


Era una buena idea, y así lo hizo Paula. Cuando terminó, volvió a reunirse con Pedro.


—Ya están todos listos —le informó él.


—Bien, pues ahora sigue a Raúl. No te olvides de recordarle que hinque una rodilla en tierra mientras abre la caja del anillo.


—¿Y si no quiere hacerlo?


—¿Por qué no habría de querer hacerlo? —le preguntó Paula, asombrada.


—Porque es tremendamente cursi.


—Es romántico.


—Es un puro cliché.


—Es lo que nuestros espectadores esperan. Cada proposición de matrimonio que hemos mostrado en el programa se ha hecho así.


Por un momento pareció como si Pedro quisiera discutir, pero en aquel preciso instante empezó a resonar la música del circo por el altavoz, colocado en un carroza de colores en la que iban montados los payasos. Sacudiendo la cabeza, se dirigió hacia Raúl.


Paula y su cámara, Julian, se encaminaron a su vez hacia la casa de Lily. Los coches habían sido retirados de la calle y los vecinos observaban la escena desde sus patios. El tercer miembro del equipo les había repartido globos de colores.


El plano general era brillante, espectacular, y hacía un tiempo perfecto. Pero quedaba lo más difícil. Grabar las propuestas de matrimonio era algo excitante a causa del elemento sorpresa: entraba dentro de lo posible que Lily le diera calabazas al novio. O que se quedara paralizada cuando viera las cámaras. Paula intentaría ser lo más discreta posible, pero aun así tenía que conseguir un buen primer plano.


Los tambores resonaron a lo lejos y la carroza de los payasos con el altavoz dobló la esquina. 


El sol de la mañana arrancaba reflejos a los millares de lentejuelas. La cálida brisa hacía flotar las elegantes plumas. Los vecinos de Lily, que estaban en el secreto, aplaudían desde sus patios.


Paula y su cámara estaban situados al lado del puerta principal. El pulso le latía acelerado.


—Está en casa, ¿verdad? —le preguntó a Julian, angustiada.


El cámara asintió sonriendo, acostumbrado de sobra a aquellas preguntas nerviosas de última hora.


—Déjame que lleve yo el traje.


Paula había alquilado una capa y una diadema rodeada de plumas para que se las pusiera Lily.


En aquel momento alcanzaron a ver a Raúl, encabezando el desfile a bordo de su moto. 


Detrás de él trotaba un bebé elefante.


—¡Oh, mira, qué mono! —susurró Paula; de pronto el sol arrancó un reflejo cegador al mono plateado que lucía Raúl—. Espero que el reflejo no vele las cámaras.


—Qué va. Todo saldrá bien.


Aumentó el volumen de la música. Paula estiraba el cuello para ver algo de la casa. Lily tenía que haber oído el desfile; ¿cuándo se iba a dignar salir? Después de indicarle al cámara que se quedaba donde estaba, retrocedió unos pasos para asomarse por una ventana y creyó ver a alguien moviendo la cortina.


—Creo que ya viene.


Julian levantó la cámara para enfocar la puerta principal. Raúl detuvo la moto delante de la casa; el elefante y los cuidadores también se detuvieron. Tal y como se había planeado, el resto del personal del circo continuó hasta el final de la calle, para luego dar media vuelta y volver. Si todo salía bien, llegarían a tiempo de que Raúl le propusiera a Lily que los dos se incorporaran al desfile.


¿Pero dónde se había metido Lily? Paula ya estaba a punto de derribar la puerta y sacar a Lily Patterson arrastrándola del pelo, cuando se abrió la puerta y una rubia pequeña, de aspecto angelical y melena rubia y rizada, salió de la casa. Vaciló nada más descubrir a Paula con el cámara.


—¿Raúl?


—Soy yo, Lily.


—¿Qué significa todo esto?


El joven bajó de la moto; las piernas le temblaban visiblemente. Paula esperaba que el cámara de Pedro estuviera pasando por alto aquel detalle. O quizá no. Los hombres que temblaban con la emoción del momento resultaban tan entrañables...


—¿Te acuerdas de que siempre habíamos soñado con incorporarnos a un circo? —inquirió Raúl, señalando la comitiva que estaba a su espalda.


—Oh, Raúl.


Sólo en aquel momento Paula consiguió tranquilizarse. Lily estaba mirando a su novio con una expresión tan tierna y amorosa que resultaba evidente que iba a aceptar. Avanzó un paso y envolvió a la sorprendida Lily en una capa de lentejuelas plateadas, para ceñirle a continuación la diadema en la cabeza. Después procedió a retirarse para dejar que se desenvolviera la escena.


Pedro y su cámara se encontraban en sus puestos. La comitiva circense ya había dado la vuelta y se dirigía hacia allí. Raúl miró a Paula, que asintió sonriendo. Luego hincó una rodilla en tierra.


—¡Dios mío! —exclamó Lily, llevándose las manos a la boca.


—Lily, te he amado desde que éramos niños... —empezó a decir Raúl.


A Paula se le puso la carne de gallina al oírlo.


—Y desde que éramos niños hemos tenido un sueño.


Lily empezó a llorar suavemente. Y también Paula, por lo que el técnico de sonido tuvo que cambiar la posición del micrófono.


—Hoy estoy haciendo realidad nuestro sueño infantil y espero que tú hagas realidad mi sueño de adulto... — con manos temblorosas, Raúl sacó de un bolsillo la caja de terciopelo y la abrió.


—¡Oh, Raúl!


—Lily, este anillo tiene nueve diamantes, por los nueve años transcurridos desde que nos vimos por primera vez —la miraba con una expresión tan anhelante, que si en aquel preciso momento se hubiera vuelto hacia Paula para pedirla en matrimonio, ésta habría aceptado sin dudarlo—. Uno por cada año que te he amado. ¿Quieres casarte conmigo?


Paula se mordió los nudillos para reprimir un sollozo. Daba igual el número de peticiones de matrimonio a las que hubiera asistido; siempre se emocionaba con cada una de ellas.


Lily balbuceó en sí y prácticamente se derrumbó en el hombro de Raúl. Desgraciadamente, su cabeza estaba fuera del ángulo de visión de Paula. Parpadeando para contener las lágrimas, le indicó frenéticamente a Pedro que grabara a Raúl deslizando el anillo en el dedo de Lily.


Pedro levantó un pulgar como diciéndole que todo estaba controlado. Y en ese momento, la pareja recién comprometida se besó apasionadamente, en medio de las aclamaciones de los vecinos y del regreso de la comitiva. Después, Lily fue escoltada hasta el elefante y los cuidadores la ayudaron a montarlo. Raúl volvió a subir a su moto y el desfile continuó su marcha hasta el principio de la calle.


—Ya está, ¿no? —le dijo Pedro a Paula—. Creo que ya tenemos suficientes imágenes del desfile.


—De acuerdo —repuso ella, frotándose los ojos.


—A propósito: enhorabuena —sonrió, sacudiendo la cabeza—. Ha sido estupendo. Y yo que creía que no podías hacerlo...


Paula no podía creerlo: estaba sonriendo. Incluso se había reído; no había sido una carcajada, pero sí una risita divertida. Pensó que debería reírse más a menudo. Lo hacía más humano e infinitamente más atractivo.


—¿Qué pasa? —le preguntó él, al advertir la fijeza con que lo estaba mirando.


—Oh, ¿en qué estado se encuentra mi rimel? Debería estar bien. Es impermeable... —balbuceó.


Pedro le levantó la barbilla y estudió detenidamente su rostro. Su escrutinio resultó más intenso de lo que ella había esperado, y Paula fue muy consciente de su cercanía y del cálido contacto de sus dedos...


—El rimel está bien, pero podías retocarte el maquillaje —y retiró la mano.


Paula todavía podía sentir el contacto de sus dedos en la piel. Asintiendo, se frotó de nuevo los ojos.


—Lo haré cuando me asegure de que no voy a llorar más.


—¿Por qué estás llorando? Habría supuesto que estarías dando saltos de alegría. Raúl y Lily se han comprometido y lo tenemos todo grabado... tal y como querías.


—Es que todo ha sido tan romántico... ¿Oíste lo que dijo acerca de los sueños? —volvieron a llenársele los ojos de lágrimas—. Era tan romántico... —se sacó otro pañuelo del bolsillo.


Pedro la miraba frunciendo el ceño.


—¿Siempre lloras así?


—Sí —se sonó la nariz—. Así es como sé que he logrado grabar una buena petición de matrimonio.


Al escuchar aquello, Pedro se echó a reír. Y en esa ocasión lo hizo a carcajadas.


—Entonces, ésta ha debido de ser estupenda...