jueves, 7 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 5




Paula, algo arrepentida, dejó a las niñas con la niñera el sábado por la mañana y se apresuró para no llegar tarde a la peluquería. Por lo menos, se dijo a sí misma, le cortarían el pelo, que falta le hacía, y aprendería de la experiencia, por no decir nada de la ropa.


En el programa habían intentado convencerla de que fuera a las tiendas y salones de belleza más afamados de Chicago, pero ella se había mantenido firme en que, como vicepresidenta de los grandes almacenes Danbury's, aprovecharía la gente, los productos y la ropa que encontrara allí.


Era su primera decisión como consejera delegada y vicepresidenta y quería que marcara la pauta de su breve paso por ese cargo. Quería que los consumidores que no compraban en Danbury's se lo pensaran dos veces después de ver el programa.


Una cámara grabó toda la transformación, desde que le cortaron el primer mechón de pelo hasta que se calzó unos zapatos que costaban el equivalente a dos semanas de comida. Casi no reconoció la figura que la miraba desde el espejo de cuerpo entero.


Tenía el pelo cortado a la altura de la barbilla; el maquillaje le resaltaba los pómulos y le daba cierto aire exótico; eligió una ropa algo más moderna que clásica porque pensó que si iba demasiado conservadora, los espectadores jóvenes podían llevarse la impresión de que Danbury's seguían siendo los grandes almacenes de sus abuelos.


Un asesor del programa la ayudó a elegir un par de docenas de modelos para trabajar y para diario así como tres trajes de noche y un par de trajes de cóctel. Al principio se resistió a comprar tanta ropa, pero después de que insistieran un poco, acabó por ceder en su papel de Cenicienta.


Una hora después de que le empaquetaran la última compra, se encontró en una limusina camino de la urbanización con campo de golf propio donde vivía Pedro.


La casa era tan grande como se la había imaginado y estaba recién construida, a juzgar por los arbustos y los arbolitos que había por el jardín. La casa tenía una planta y media, un tejado alto e inclinado y unos ventanales que tenían que consumir una barbaridad de energía.


Pedro abrió la puerta en persona y Paula tuvo el placer de ver cómo se quedaba boquiabierto al verla.


—¿Pasa algo? —preguntó ella sin poder contener una sonrisa.


—Todavía no lo sé.


—¿Indeciso? Creía que lo tenía todo previsto…


Estaba coqueteando con él y los dos lo sabían, pero no podía evitarlo. Hacía mucho tiempo que no se sentía joven y atractiva.


—Yo también… —susurró Pedro con un hilo de voz.


—¿Va a dejarme entrar o voy a tener que quedarme a pleno sol?


—Pase, pero dentro no hace mucho más frío —Pedro se apartó para dejarla pasar.


Él también estaba coqueteando y ella se había dado cuenta.


No parecía un ejecutivo. Llevaba unos vaqueros desteñidos y un polo de manga corta. Iba descalzo. Tenía unos brazos más musculosos de lo que se había imaginado y unos hombros muy anchos. Un hombre de ciudad, en forma y de mente ágil.


—Se ha arreglado impresionantemente bien —la halagó él.


Estaban en el vestíbulo, muy cerca el uno del otro, pero Paula no iba a retroceder. Si aquello era una estrategia de él para ganar, ella quería demostrarle que también podía jugar a ese juego.


—Y usted se viste muy bien —Paula lo miró de pies a cabeza—. No me habría imaginado que usted tuviera unos vaqueros.


—Estamos empatados en eso. Yo tampoco me habría imaginado que usted tuviera zapatos de tacón.


—Soy una caja de sorpresas.


—Empiezo a creérmelo.


Él alargó la mano y Paula pensó que iba a acariciarle la mejilla, pero agarró un rizo del pelo entre el dedo índice y el pulgar.


—Se ha cortado el pelo.


Ella recuperó el aliento.


—Sí, entre otras cosas. ¿Qué le parece mi maquillaje?


—Me parece que no puedo pensar…


Si era un mero coqueteo, había llegado a un punto peligroso. 


Aun así, Paula no retrocedió. Al revés, se acercó ligeramente para poner a prueba el poder recién adquirido.


—Venga ya. ¿Un hombre con su dominio de sí mismo y fortaleza mental? No me lo creo.


Paula sonrió levemente.


—¿Está segura de que quiere saber lo que pienso?


Él se acercó un poco más y casi la acorraló contra la pared.


—Sí —a Paula le pareció que aquel susurro lo había emitido otra persona.


Ya no se reconocía a sí misma ni podía comprender por qué provocaba a un hombre tan poderoso y no siempre agradable.


Sin embargo, no podía apartar la mirada de aquella boca sexy y tentadora.


—Entonces, se lo enseñaré.


Pedro apoyó las manos en la pared a ambos lados de la cabeza de Paula. Sólo se tocaron los labios, pero fue más que suficiente. El beso fue tan implacable como ella sabía que podía ser, pero se le aceleró el pulso, se le nubló la mente y sólo pudo asimilar el sabor, la textura y el placer innegable.


Llamaron a la puerta, pero él no se separó inmediatamente de su boca. Luego, le pasó un dedo por la mejilla y le levantó la barbilla.


—Regla número uno de los negocios, señorita Chaves: nunca baje la guardia. Es demasiada ventaja para la competencia.


Paula no sabía si sentirse aliviada, decepcionada o furiosa. 


Pedro fue a abrir la puerta con expresión de satisfacción y ella se dio cuenta de que se sentía las tres cosas.



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