miércoles, 27 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 7




Si alguien le hubiera preguntado a Paula en qué lugar de Sandy Bend se habría esperado menos que viviera Pedro, habría contestado que en aquel mismo lugar.


—Increíble —dijo en voz baja mientras se acercaban a Dollhouse Cottage.


No se le ocurría ninguna imagen más incongruente que ver a aquel macho musculoso viviendo en aquella pequeña casita blanca, un lugar que ella siempre había adorado de pequeña.


Según se contaba, la casita había sido construida en la primera década del siglo XIX, como regalo de bodas que un hombre le había hecho a la más pequeña de sus hijas. Era de una sola planta, se quedaba enana al compararla con las otras casas de la misma calle y para nada era la vivienda más elegante de la ciudad, pero a Paula siempre le habían parecido perfectos sus adornos victorianos y sus ventanas.


Pedro bajó del coche y se acercó al porche de la casa. Paula lo siguió, admirando la vista... y no sólo la de la casa.


Pedro miró hacía atrás para decírle:
—¿Vienes?


Ya que a Paula se le había secado la boca, simplemente asintió con la cabeza. Estaba pensando en una actividad que la distraería más que un tour por Dollhouse. Pero era una pena que no le gustara el sexo de una sola noche...


—No puedo creer que vivas aquí —dijo mientras Pedro abría la puerta principal.


—¿Qué significa eso?


—Es que esta casa parece tan femenina que no te imagino viviendo en ella.


Pedro entró y se apartó para que ella pasara.


—Pero puedo pagarla. La vida no es barata aquí, ¿sabes? Cuanto más cambia la ciudad, más suben los alquileres. Pero supongo que vosotros los Chaves no tenéis que preocuparos por eso.


Paula se dio cuenta de que Pedro la trataba como si siguiera teniendo veinte años, como a la chiquilla rebelde que había sido. Deseó sacarlo de su error, pero había aprendido hacía mucho tiempo que cambiar a un hombre era una tarea dolorosa.


Paula miró a su alrededor. Los muebles podían describirse como de estilo retro de los años setenta, pero lo que más la impresionó fue que los techos eran sorprendentemente altos. El suelo del salón era de roble y las paredes estaban perfectas. Se acercó a la chimenea y puso una mano sobre la repisa.


—Muy bonito —dijo.


—Estoy aquí de alquiler desde que Carlos se casó el año pasado. En la granja ya había demasiada gente.


—¿Carlos está casado? —el hermano mayor de Pedro siempre había sido el soltero más empedernido del pueblo.


—Sí. Con Dana Devine. ¿La recuerdas?


—Claro —Dana era de la misma edad que Paula, y una de las pocas ciudadanas que no se habían dejado amedrentar por ella. Dana era fuerte, lista y nunca se arredraba. Y eso, suponía Paula, eran cualidades esenciales si una estaba casada, Dios no lo quisiera, con un Alfonso.


—¿No has traído maleta? —le preguntó Pedro.


—Tengo un par de cosas en el coche. Las recogeré después —siempre llevaba una muda de ropa y una bolsa de aseo en el maletero, por si acaso. Aun así, una falda y una blusa no le iban a hacer mucho servicio—. Y ahora... ¿me enseñas la casa?


—Tú dormirás en el salón. La cocina está por ahí. Los dormitorios y el baño están en la otra parte —dijo Pedro, señalando hacia la izquierda—. Te quedarás aquí —dijo, señalando el sofá.


—¿Aquí?


—No es un hotel de cinco estrellas, ¿verdad, princesa? —dijo Pedro, sonriendo.


—¿No has dicho que hay más de una habitación?


—Dos. Una es mi dormitorio, y supongo que puedes quedarte en la otra si no te importa dormir en el banco de levantar pesas.


—Ah —Paula se acercó al sofá y pasó una mano por él. Por lo menos, parecía limpio—. Aquí estaré perfectamente.


Él la miró con escepticismo, pero no dijo nada. 


En vez de eso, salió del salón y regresó pocos minutos después con sábanas, mantas y almohadas. Los echó sobre el sofá.


—Tengo que volver a la comisaría. Llegaré tarde esta noche, así que no me esperes.


—Créeme, eso no era una opción —y después, añadió impulsivamente—: Pedro... gracias.


—De nada.


Durante unos segundos pareció que Pedro iba a acercarse a ella. Y Paula recordó, aunque seguía haciendo grandes esfuerzos por olvidarlo, aquella tarde de verano que había pasado con él, sintiendo sus músculos contra las palmas de las manos, saboreando sus besos... 


Y deseó más. Se preguntó si él lo recordaría, y lo que desearía.


—No te pongas demasiado cómoda —dijo Pedro, y la dejó sola.




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