martes, 26 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 5




Paula se aclaró el pelo y se unió al estribillo de una antigua canción disco que sonaba por la radio. Después de darse un último restregón con el maravilloso jabón de lavanda de Alejandra, cerró el grifo. Se secó el pelo con una mullida toalla blanca y se enrolló otra alrededor del cuerpo. 


Suspiró de placer.


—Algodón egipcio... no hay nada mejor —dijo.


Ella lo sabía bien, porque les había enviado a Esteban y a Alejandra una docena de esas toallas como regalo de bodas. El hecho de que lo hubiera hecho utilizando la cuenta de su padre no había sido tan buena idea... pero no dejó que la sensación de culpa la asaltara.


Una vez limpia, la comida era lo siguiente. No estaba segura de lo que encontraría en la cocina, pero a menos que los gustos de Alejandra hubieran cambiado, Paula sabía que podía sobrevivir perfectamente.


Cuando eran jóvenes, Alejandra engullía todo lo que Paula no se podía permitir comer: patatas fritas, chocolate, helados y refrescos. Y siempre estaba delgadísima, lo que a Paula le parecía injusto y poco natural. Sin embargo, en aquel momento se alegraba de ello.


Con la boca hecha agua, se ajustó bien la toalla alrededor del cuerpo y bajó las escaleras.


Acababa de cruzar el pasillo que daba el salón cuando una voz masculina dijo:
—¿Todo va bien?


Paula dio un grito y miró alrededor, casi esperando ver a alguno de los hombres que estaban en la puerta de su casa aquel día. Sin embargo, a quien vio fue a Pedro Alfonso.


—¿Estás loco? ¡Me has dado un susto de muerte! Debería llamar a la policía —lo que era gracioso, porque estaba frente a uno de ellos. Uniformado y todo—. Muy bien, olvida la policía, pero será mejor que me des una buena razón para estar aquí.


Pedro sonrió.


—Yo iba a decirte exactamente lo mismo.


—No es de tu incumbencia, pero Esteban y Alejandra dijeron que podía usar su casa mientras estuvieran fuera —mintió Paula.


Pedro se llevó una mano a la cadera y con la otra se rascó la nuca.


—Hmm. ¿De verdad?


—Sí, lo dijeron.


—Interesante. Y sobre usar la ropa de Alejandra, ¿te han hecho también algún ofrecimiento?


Ella frunció el ceño, intentando darle sentido a lo que Pedro acababa de decir, ya que Alejandra era varios centímetros más alta y probablemente siguiera usando una talla menos.


—¿Por qué?


—Porque estás un poco desvestida —dijo él, señalándole la toalla—. No me malinterpretes, princesa. No me importa, pero creo que deberías vestirte.


Paula se llevó las manos a la toalla y miró a Pedro, que le estaba haciendo un recorrido con la mirada desde la cabeza a los pies. Paula sabía que debería estar furiosa, pero en realidad era muy consciente de la mirada de aquel hombre.


Consciente de que la sangre le corría por las venas a toda velocidad, haciendo su piel mucho más sensible. Consciente de la apreciación, y de algo más peligroso, que había en la mirada de Pedro.


—Voy arriba —dijo Paula, dejando que su voz adquiriera un frío tono—. A menos que quieras seguir mirando.


—No, he tenido suficiente.


Paula giró sobre sus talones.


—Entonces, ya puedes marcharte —le dijo.


Empezaba a subir las escaleras cuando oyó que Pedro decía:
—En realidad, seguiré aquí cuando te hayas vestido, princesa. Vamos a hacer una llamada a Esteban y Alejandra.


Paula se detuvo, estremeciéndose sólo de pensarlo.


Hacer una llamada a Esteban era muy arriesgado. Arriesgaría su seguridad, su orgullo y el que su hermano la echara a la calle. 


Teniendo en cuenta todo el dolor que ya le había causado, Paula no lo culparía si lo hiciera.


Inspiró profundamente y se dio la vuelta para mirar a Pedro.


—¿Qué te parece si, en vez de eso, me quito la toalla?



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