martes, 5 de junio de 2018
HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 30
Pedro se quedó inmóvil. Estaba haciendo todo lo posible por controlar su enfado porque no quería estresarla, pero nadie había cuestionado nunca sus movimientos. O, más bien, él no había permitido que se cuestionasen.
‐No tengo que negar nada —respondió.
No iba a ser interrogado por nadie. Había alterado muchas cosas en su vida por aquella mujer, pero ya era más que suficiente y había que poner límites.
Sus palabras destrozaron cualquier posible esperanza que Paula hubiera tenido de una explicación razonable y sintió como si la hubieran golpeado.
—Lo siento, pero esto es demasiado. Demasiado para mí.
—¿Qué significa eso?
‐Significa que no puedo casarme contigo.
—Eso es ridículo —Pedro intentaba no levantar la voz, pero tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlarse—. Además, no deberías excitarte en este momento.
—¡Haré lo que me parezca bien, deja de darme órdenes!
No quería que se excitase por el niño. Sólo se preocupaba por el niño. Lágrimas de amargura y decepción temblaban en sus pestañas, pero Paula apretó los labios para no llorar porque eso la pondría en desventaja.
—¿Esto es lo que va a pasar a partir de ahora? —le espetó Pedro entonces—. ¿Vas a cambiar de opinión cada vez que estés deprimida?
‐No estoy deprimida, sólo te estoy pidiendo que me expliques qué hacías con una mujer a la hora de comer cuando me has dicho que has estado todo el día reunido. ¿Eso es pedir demasiado?
—Eso es decir que no confías en mí —contestó él—. Me estás acusando de tener una aventura y yo te digo que no es así. No veo por qué tendríamos que seguir hablando del asunto.
Si no tenía ninguna importancia, ¿por qué no le decía qué hacía con esa mujer?, se preguntó Paula. Si era tan inocente, si no tenía nada que ocultar, ¿por qué tanto secreto? Tal vez era cierto, tal vez no había nada entre ellos, pero se negaba a darle una explicación y eso era intolerable.
Tal vez a él flirtear con una mujer no le parecía mal, pero a ella sí. No quería que mirase a otra siquiera. No iba a cambiar de opinión sobre casarse con él, pero la realidad era que Pedro no la amaba. ¿Cómo iba a confiar en él?
‐Muy bien —asintió, suspirando.
Pedro la conocía bien y sabía que había dejado el tema por el momento, sólo por el momento. Porque conocía su determinación para encontrar respuestas.
En realidad, se parecía mucho a él en ese aspecto, pero no iba a perder la batalla. Por mucho que quisiera cumplir con su obligación y hacer lo que debía hacer un hombre decente, no iba a dejar que Paula le pidiera una explicación detallada de lo que hacía cada día para satisfacer su calenturienta imaginación.
No había hecho nada malo, fin de la historia.
Pensar eso debería haberlo calmado, pero la discusión lo había dejado inquieto y molesto.
—Es tarde —dijo abruptamente—. Y discutir hasta altas horas de la madrugada ni va a servir de nada ni es bueno para ti. Será mejor que duermas.
—Deja de decirme lo que tengo que hacer, ya soy mayorcita.
—¿Por qué? Tú sabes que tengo razón.
—No, lo único que sé es que eres un arrogante —replicó Paula.
Había aceptado casarse con él y lo haría, pero no podía dejar de pensar en esa mujer. Como un disco rayado, su cerebro no dejaba de repetir la escena hasta que estuvo a punto de llorar.
Pedro la observaba, en silencio. Pero no entendía por qué estaba tan enfadada por algo que no tenía la menor importancia sintiéndose acorralado, se negaba a rendirse y, en lugar de hacerlo, dijo con tono conciliador:
—Voy a mi estudio a trabajar un rato. Así podrás calmarte...
‐¡No quiero calmarme! Quiero que hablemos.
‐O confías en mí o no, Paula. Sí, he visto a una mujer a la hora de comer, pero no me acuesto con ella. Y ahora, si no te importa, me voy al estudio porque quiero dejarte dormir. No te preocupes si te despiertas y no me encuentras a tu lado. Es posible que duerma en el cuarto de invitados.
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