lunes, 4 de junio de 2018

HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 28




Pedro se preguntó cómo era posible que Paula siempre dijera justo aquello que él no quería escuchar. Las palabras «acuerdo sobre la custodia» lo sacaban de quicio porque llevaban a su cabeza la imagen de otro hombre, pero hizo un esfuerzo sobrehumano para controlarse.


Paula había aceptado casarse con él, aunque a regañadientes, y tendría que conformarse con eso.


—Nos casaremos —anunció—. Yo no tengo intención de buscar a otra persona y espero que tú tampoco. Además, espero que hagas todo lo posible para que nuestro matrimonio funcione...


—Y tú también, supongo.


—Yo también, por supuesto. No pienso tolerar que sea una farsa.


Paula entendió que debían parecer un matrimonio feliz de cara a los demás.


Y sabía que era ahora o nunca. Si aceptaba, su destino estaba sellado. Si ponía objeciones, Pedro no volvería a intentar convencerla. Estaría a su lado durante el embarazo y después se alejaría. No de su hijo, de ella.


De modo que asintió con la cabeza sin decir nada. Pedro sacó el móvil del bolsillo del pantalón y se lo pasó.


—Creo que es hora de darle la noticia a tus padres.


—¿Ahora mismo? —Paula estaba nerviosa, pero bajo ese nerviosismo reconocía cierta emoción. Y le temblaba la mano mientras tomaba el teléfono.


Diez minutos después se lo devolvió. Pedro había permanecido de brazos cruzados, esperando, mientras hablaba con sus padres.


—Ahora te toca a ti. ¿No vas a llamar a tu madre?


Paula había aceptado casarse con él, pero eso no la hacía feliz, pensó Pedro. Tenía la sensación. de que se había rendido, que había aceptado algo que no quería y eso lo incomodaba. Gracias a él, se había visto obligada a olvidar sus sueños románticos y ser práctica. Que pudieran ser felices era algo que no parecía entrar en la ecuación, aunque hubieran sido felices antes, en la cama y fuera de ella.


—La llamaré después. Y no hace falta que pongas esa cara de pena, Paula. Voy a darte toda la seguridad posible —le dijo, frustrado.


—Lo sé.


Seguridad. Cuando el matrimonio debería ser la unión de dos personas que se amaban por encima de todo, él le hablaba de seguridad. 


Paula se odiaba a sí misma por amarlo tanto como para comprometer sus principios. Se odiaba a sí misma por pensar que, por inadecuado que fuera su matrimonio, sería mejor que vivir sin él. Y odiaba pensar que Pedro se aburriría tarde o temprano de ella y se marcharía. Y que sin él en su vida sería como... estar flotando en el vacío.


Siempre le sería fiel porque no tenía otra opción, era prisionera de sus emociones. Él, por otro lado, aunque diciéndose insultado por haber pensado que podría serle infiel, no podría serlo durante mucho tiempo. 


Estaba condenada a una vida llena de temores por tanto. 


¿Cuántos hombres con una libido tan poderosa y un atractivo físico como el de Pedro serían capaces de serle fieles a sus mujeres cuando la novedad hubiera pasado?


Pedro la deseaba ahora, encontraba sexy su embarazo, pero eso pasaría.


¡Y allí estaba, arrugando el ceño y ordenándole que fuera feliz!


—Antes eras feliz —dijo él entonces.


Paula se puso colorada porque era cierto. Había sido feliz en esa burbuja que habían creado para los dos desde que volvieron de Irlanda. Lo tenía a su lado todos los días, a todas horas, salvo el tiempo que pasaba en la oficina, y había sido feliz.


—¿Qué ha cambiado?


—Nada —contestó ella, cerrando los ojos porque le dolía el corazón cuando lo miraba—. ¿Qué ha sido de la sopa y el pan recién hecho del que hablabas antes?


Pedro no quería interrumpir la conversación, aunque no sabía qué esperaba conseguir. La había obligado a casarse con él, de eso no tenía la menor duda. Si parecía un poco tiránico, era por su propio bien, como Paula descubriría con el tiempo.


No podría haberlo hecho de otra manera porque cuanto más tiempo pasaba con ella, más convencido estaba de que la quería en exclusiva para él. Además, Paula había aceptado que habían sido felices antes, no había razón para que no volvieran a serlo.


—Voy a pedir la cena —le dijo, intentando sonreír—. Pero estaba pensando en la boda... una boda íntima, tal vez. ¿Estás de acuerdo? Aunque si quieres una boda tradicional, con muchos invitados, a mí no me importa.


—¿Un vestido blanco y a punto de dar a luz? No, me parece que no.


—Lo que tú digas me parecerá bien.


Paula apartó la mirada. Pedro había vuelto a ser el mismo de siempre.


¿Significaba eso que le hacía feliz la idea de casarse? A él se le daba mucho mejor esconder sus emociones que a ella.


—Voy a pedir la cena, así podrás dormir un rato.




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