domingo, 3 de junio de 2018
HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 25
Pedro empezó a enjabonar su espalda, deslizando la esponja por sus hombros y alrededor de sus pechos.
—Eso es lo más arrogante que he oído en toda... mi vida —Paula apretó los labios cuando rozó sus pezones con los dedos, que inmediatamente se endurecieron como respuesta, haciendo que el comentario sonase ridículo.
—¿No te gusta que cuiden de ti? —la voz de Pedro era tan tentadora como la miel—. Puede que yo sea un dinosaurio, ¿pero no es ése el sueño de la mayoría de las mujeres?
—No sé cuál es el sueño de la mayoría de las mujeres, sólo conozco los míos y éste no es uno de ellos —Paula alargó una mano para que la ayudase a salir de la bañera.
¿Estaba siendo egoísta al desear que la quisiera por ella misma? ¿Era eso pedir demasiado?
Temía que si se olvidaba de ese sueño no le quedaría nada. Sí, Pedro sería un padre responsable y un marido atento, pero todo sería un engaño. Y ella no quería un matrimonio por obligación o un hombre que la viese como una carga.
—Me niego a morder el anzuelo —Pedro tuvo que hacer uso de toda su paciencia, recordándose a sí mismo que no se encontraba bien.
—Bueno, vamos a dejarlo —murmuró ella.
‐Puedes ser la mujer más irritante del mundo, no sé si lo sabes. Estoy siendo más que paciente contigo, plegándome a todos tus deseos y, sin embargo, tú insistes en tirármelo a la cara.
Paula sintió una punzada de culpabilidad. Pero seguía deseando un hombre que la quisiera por ella misma, un hombre que escalase la montaña más alta por ella.
Pero discutir no los llevaría a ningún sitio, de modo que no lo dijo en voz alta.
—¿Por qué quieres casarte conmigo si soy tan irritante?
Pedro tuvo que apretar los dientes.
‐¿Cómo te encuentras?
—No has contestado a mi pregunta.
‐Y no pienso hacerlo.
—¿Por qué no?
—Porque no merece una respuesta —Pedro esperó mientras se vestía y después la tomó del brazo para bajar al portal, donde estaría esperando su chófer.
—¿No te molesta que tú no seas el hombre de mis sueños? —Paula sentía que le quemaban los ojos. Era absurdo, pero quería hacerle daño como Pedro se lo hacía a ella sin darse cuenta.
—Llámame prosaico, pero los sueños románticos nunca han sido lo mío — contestó él, mientras la llevaba hacia el coche—. En la vida tenemos que enfrentarnos con situaciones inesperadas y hay que lidiar con ellas. Nada más.
¿Quién era el hombre de sus sueños?, se preguntaba, sin embargo, intentando contener una oleada de furia.
—Estoy cansada —dijo Paula, una vez en el coche.
Y era cierto, se había quedado sin energía porque la había desaprovechado discutiendo con él.
—Apóyate en mi hombro —murmuró Pedro.
Y ella lo hizo. Cerrando los ojos, se preguntó por un momento por qué insistía en pelearse con él.
¿Era su opinión más valiosa que la de Pedro en lo que se refería a su situación? Él le estaba ofreciendo un padre y una madre para su hijo y un acuerdo estable entre los dos. Como le había recordado en más de una ocasión, en la cama se llevaban de maravilla. Paula no tenía ni idea de cuánto iba a durar eso, ¿pero no era mejor aprovechar el momento que protestar porque no podía tener todo lo que quería?
Tan confusos pensamientos seguían dando vueltas en su cabeza cuando el coche por fin se detuvo. Paula parpadeó varias veces, adormilada.
—Estabas murmurando algo en sueños —dijo Pedro—. ¿Te importaría decirme qué soñabas?
—No estaba dormida.
—Ah, yo pensaba que sí.
Todas las preguntas seguían ahí, sin respuesta.
Y junto a ellas estaba ahora el recuerdo de sus padres, que se volverían locos de alegría si se casaba con el hombre al que habían recibido como si fuera su propio hijo. Y sus hermanas, que habían conocido a Pedro y estaban encantadas con él.
—Tenemos que hablar —dijo entonces.
—Las tres palabras más aterradoras del mundo —intentó bromear Pedro mientras la llevaba al ascensor.
—Me parece que esta conversación no te va a parecer tan horrible.
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