viernes, 1 de junio de 2018

HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 16




-QUÉ ESTÁS haciendo? —Paula intentó apartar su mano, pero Pedro no la dejó.


—Lo escondes bien.


Era increíble que no se hubiera dado cuenta antes. Claro que antes no había estado mirando.


—No... —Paula no pudo terminar la frase, con la cara ardiendo mientras él acariciaba su estómago.


—¿No qué? Tengo todo el derecho a hacerlo, ¿no te parece? Soy el padre pródigo, recién llegado de sus viajes por lo más profundo de África.


—Eso no tiene ninguna gracia.


‐No, tienes razón. Hace veinticuatro horas yo sólo era responsable de mí mismo Pedro apartó la mano, asaltado en ese momento por la magnitud de la situación.


—Hace veinticuatro horas eras un hombre que había venido a echarme la bronca por haberlo engañado.


‐Y no sabía hasta qué punto.


‐Pero no me habrías buscado de no haber descubierto que no era quien decía ser, ¿verdad?


¿Estaba esperando que la contradijera? Paula se puso colorada al darse cuenta de que así era. Una tontería, pero le gustaría saber que había sido algo más que una aventura de un par de semanas.


—¿Esperabas que lo hiciera?


‐No, claro que no. Por eso volví aquí cuando supe que estaba embarazada. ¿No te parece normal que no te llamase para darte la noticia?


—No tengo intención de ser cómplice en tus justificaciones.


—Ah, claro, porque tú estás por encima de todo —Paula intentaba contenerse para no gritar porque no quería que sus padres fuesen corriendo a ver qué pasaba.


—Si con eso quieres decir que soy sincero con la gente, desde luego.


—¿Nunca has hecho nada que no debieras, Pedro?


‐Sí, pasé dos semanas en Barbados con una mujer a la que apenas conocía. Uno podría decir que ése ha sido uno de mis grandes errores.


—Muy bien, de acuerdo —Paula tuvo que hacer un esfuerzo para disimular cuánto le dolía ese comentario—. Pero es muy feo decirle eso a una persona.


Pedro sabía que tenía razón. Además, era mentira, pero no iba a confesarle que esas dos semanas habían sido las mejores de su vida. Y tampoco quería escuchar esa vocecita que le decía que sí, que tal vez la habría buscado en cualquier caso ¿Qué clase de hombre buscaría a una mujer que lo había dejado plantado? Se negaba a incluirse a sí mismo en esa categoría.


—Te pido disculpas, tienes razón.


—Ah, vaya, entonces no pasa nada —Paula suspiró, mirando al techo e intentando olvidar que él estaba a sólo unos centímetros.


Pedro tuvo que disimular una sonrisa. Sí, muy bien, su vida se había puesto patas arriba, pero también la de ella. Otra mujer, enfrentada con un ex amante furioso, un hombre con dinero y contactos que podría mover montañas, un hombre que había sido engañado, al menos tendría la decencia de ser humilde.


Pero Paula no lo era. Al contrario, se defendía con uñas y dientes.


—Bueno, ahora que he aparecido, repuesto de la malaria y la hambruna, ¿qué piensas hacer conmigo?


Como esperaba, Paula no contestó a la pregunta inmediatamente, dejando que el silencio se alargase hasta que casi podía oler la tensión.


‐Afortunadamente, yo estoy dispuesto a cumplir con mi deber.


‐¿Qué quieres decir con eso?


—Estás embarazada y yo soy un hombre que se toma sus responsabilidades muy en serio, de modo que estoy dispuesto a casarme contigo.


‐¿Casarte conmigo? ¿Has perdido la cabeza? —Paula lo miró, incrédula. ¿De verdad esperaba que aceptase sólo porque era un hombre responsable y se tomaba las cosas en serio?


—¿Qué te parece?


‐¿Qué me parece? —Paula se sentó sobre la cama porque le resultaba ridículo mantener esa conversación en posición horizontal—. ¡Que no pienso casarme contigo! No estamos en el siglo XIX, Pedro.


—Considerando que tú has tenido que inventarte un prometido imaginario, no debemos estar muy lejos —replicó él.


—Inventar un prometido imaginario no es lo mismo que casarse con un hombre que me odia.


—Yo no te odio. Además, no tiene sentido involucrar las emociones en esto.


—¿Cómo que no tiene sentido?


—Baja la voz o despertarás a tus padres.


Paula tuvo que contar hasta diez.


—Muy bien, voy a bajar la voz porque no quiero que mis padres se preocupen, pero no voy a casarme contigo. Nunca, jamás. Fue una estupidez que no tuviéramos el cuidado que deberíamos haber tenido, pero sería aún más estúpido sacrificar nuestras vidas por el niño.


Pedro saltó de la cama y ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no mirar a aquel hombre semidesnudo en su habitación.


—No sé por qué te enfadas. La mayoría de las mujeres habrían dicho que sí, ¿y entonces qué sería de ti? 


-Estarías atrapado en un matrimonio sin amor.


No había que ser un genio para saber eso. Pedro era un hombre rico e inteligente que no sentía nada por ella, de modo que sólo sería la madre de su hijo, una mujer a la que no le sería fiel.


—¿Entonces qué sugieres? —preguntó Pedro.



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