martes, 19 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 8




Paula llevó el vestido de encaje a La Boutique a la mañana siguiente. Esperaba que Laura le pusiera un precio bueno y, más importante aún, que lo vendiera inmediatamente.


Laura quedó fascinada, no dejó de exclamar que era precioso, de un gusto exquisito. Le puso el precio en la manga, seiscientos dólares, y declaró que el vestido valía hasta el último penique de los seiscientos dólares.


Paula se quedó boquiabierta. ¡Seiscientos dólares! Y pensar que a ella no le había costado casi nada… Bueno, a excepción de las piedras y de la tintorería. Su parte, trescientos dólares, cubriría la mensualidad de la hipoteca.


—¿Crees que se venderá pronto? —preguntó Paula—. ¿Y a ese precio?


—No lo sé —admitió Laura—. El problema es que ahora estamos en cambio de temporada y la mayoría de mis clientes no creo que paguen tanto dinero, a pesar de ser un vestido para una ocasión especial. Y las que podrían pagarlo, la talla ocho… ¿No podrías hacerlo en talla diez?


—No, imposible —respondió Paula rápidamente—. Al menos, no con la misma tela.—Era demasiado cara.


—Bueno, no tengo más remedio que admitir que todos tus modelos son, desde luego, exclusivos, Paula —admitió Laura con una queda carcajada—. Y créeme, este vestido vale ese precio. No lo venderé por un penique menos.


Paula salió de La Boutique algo preocupada. Se alegraba de que a Laura le gustase el vestido y de que pidiera tanto dinero por él, pero… ¡Y si no lo vendía!


Sólo les quedaban, a ella y a su madre, doscientos dólares en la cuenta de ahorros, e intentaba guardarlos por si ocurría una emergencia. Pero ya deberían haber pagado la mensualidad de la hipoteca y, pasara lo que pasase, tenían que conservar la casa. No tanto por ella, sino por Alicia. Además de la pérdida de su esposo, los constantes ataques de asma que sufría Alicia la habían afectado tanto que apenas salía de casa. Tenía miedo de alejarse de la cama y de la máquina para respirar. Pero había otra cosa, algo mucho más significativo, de lo que sólo Paula se daba cuenta. Las únicas ocasiones en las que su madre se olvidaba de su enfermedad era cuando tenía que hacer de anfitriona, cosa que hacía constantemente cuando su esposo vivía. En estas ocasiones, volvía a ser la misma, una Alicia encantadora que salía a abrir la puerta para recibir a sus invitados y darles la bienvenida. Por ese motivo, Paula estaba decidida a conservar la casa y, sobre todo, a asegurarse de que las partidas de bridge continuasen los jueves por la tarde.


—Los jueves por la tarde me siento como si Pablo estuviera aún conmigo —le había dicho su madre en una ocasión—, y me siento bien porque es como si pudiera apoyarme en él.


Y seguía apoyándose en él. Siempre había mimado a Alicia, dándole todo tipo de caprichos. 


Y, a Alicia, Paula le parecía tan fuerte y sólido como el peñón de Gibraltar.


Y ella misma seguía manteniendo esa ilusión, pensó Paula después de meterse en su coche. 


Y tan poco práctica como su padre, con sueños grandiosos respecto a su tienda de vestidos. No, no tan poco práctica, había enviado, por lo menos, doce currículums a diferentes empresas; sin embargo, no le habían contestado todavía de ningún sitio. Ni tienda de modas, ni trabajo, ni garantía de que el vestido que tanto le había costado confeccionar fuera a venderse.


Sintiéndose repentinamente cansada, se puso la mano en la frente. Estaba perdiendo el control, todo se le iba de las manos… como granos de arena. Si perdían la casa…


Se enderezó en el asiento y metió la llave de contacto. ¡No iban a perder la casa! El vestido iba a venderse. ¿Acaso no había vendido todo lo que había llevado a la tienda de Laura? Y acabaría el traje deportivo en dos días. Además, tenía una idea nueva: un chaquetón cruzado con un cinturón ancho del mismo tejido. Era perfecto para hacerlo con la seda del paracaídas.


Fue rápidamente a su casa mientras, mentalmente, diseñaba la chaqueta. Estaba deseando ponerse a dibujarlo. Cuando entró en la casa, el teléfono estaba sonando. Corrió excitada… podía ser él.


—¿Diga?


—Hola, soy Karen Smith, del departamento de personal de K. Groves. ¿Podría hablar con Paula Chaves, por favor?


—Soy yo —otro tipo de excitación.


¿Una entrevista para trabajar en el departamento de arreglos de los almacenes? Sí, por supuesto, claro que podía ir a la entrevista esa misma tarde. Se apartó del teléfono pensando en todo lo que tenía que hacer. 


Primero, el almuerzo de Alicia; después…


Mientras abría la puerta del refrigerado, recordó algo importante, algo que casi había olvidado. El doctor Davison había dicho que, a pesar de que Alicia no había alcanzado la edad necesaria para ello, tenía derecho a parte de la pensión de la seguridad social de Pablo debido a su enfermedad. Paula había rellenado el formulario que le había dado el médico y lo había enviado hacía unas semanas, pero aún no había recibido ninguna respuesta. Ya que iba a ir a Sacramento esa misma tarde, se pasaría por las oficinas para preguntar al respecto. Si se daba prisa, podría hacerlo antes de su entrevista en Groves a las tres.


Rápidamente, calentó una sopa y preparó dos sándwiches de queso fundido. Después de prometerle a Alicia que estaría de vuelta a eso de las seis, Paula salió corriendo con el sándwich en la mano.


En las oficinas de la seguridad social, tuvo que pedir número y esperar, pero valía la pena. El empleado le informó que habían considerado el caso de Alicia y que empezaría a cobrar la pensión, mensualmente, desde el primero de abril. Una suma pequeña, pero ayudaría.


La entrevista en Groves también fue un éxito. 


Iba a trabajar en el departamento de arreglos cuatro días a la semana, de diez de la mañana a seis de la tarde. Paula salió de la oficina llena de alivio. ¡Iban a conseguirlo! Su salario, junto con la pensión de su madre, cubriría los gastos que tenían, pensó casi bailando en las escaleras automáticas mientras bajaba. Quizá, incluso podrían ahorrar parte de lo que vendiera en La Boutique. Incluso se permitió soñar con la posibilidad de vender algunos de sus diseños a K. Groves; bueno, si le quedaba tiempo para diseñar. Lo más seguro era que no, pensó mientras abría el coche. Iba a estar demasiado ocupada arreglando vestidos en los almacenes.


«Sé feliz con lo que tienes, Paula. Un salario. Podrás comer y pagar la hipoteca».


Sin embargo, le encantaba diseñar. Quizá, si se organizaba bien, encontraría tiempo para hacerlo. Revisó mentalmente su horario. Lunes, martes, miércoles y viernes en Groves. Como empezaba a trabajar a las diez, tendría tiempo para preparar el desayuno para su madre y para ella; y, por las noches, podría preparar el almuerzo del día siguiente. Los sábados los pasaba en La Boutique. Se había reservado los jueves para hacer la compra, limpiar la casa y preparar las partidas de bridge.


Sintió cierta aprensión, no le gustaba tener que dejar a Alicia tanto tiempo sola; sin embargo, el doctor Davison le había dicho que si Alicia no se esforzaba, no era probable que sufriera más ataques de asma.


Paula decidió pasarse por la biblioteca para recoger unas novelas para su madre. Después, se dirigió a su casa mientras montones de planes revoloteaban en su cabeza.


Intentó ignorar una voz interior que le decía: «le gustas, ha ido a verte, te ha besado. ¡Vamos, no te asustes, deja que entre en tu vida!»


Pero, inmediatamente, intentó sofocar la voz. 


Además, no tenía sentido; probablemente, no volvería a llamarla ni a visitarla.



****


Pedro llamó varias veces durante las dos semanas siguientes, pero Paula nunca estaba en casa. No quería preguntar dónde estaba y Alicia no le dijo nada, siempre conseguía salirse por las ramas.


—Oh, es usted, señor Alfonso… digo, Pedro. Me alegro de que haya llamado. ¿Ha visto la partida de bridge hoy en el periódico?


—No, me temo que no.


—Debería verla, es muy interesante. El Norte tenía seis picas, la J era la más alta. El Sur tenía… —Alicia le contó las cartas que tenía cada jugador y luego las apuestas de cada uno.


—¿Está Paula en casa?


—No —y Alicia continuó hablando de la partida.


—Escuche, ¿le importaría decirle a Paula que me llame a casa?


Pedro le dio su número de teléfono, pero Alicia seguía charlando sobre el bridge y Pedro no estaba seguro de que lo hubiera apuntado. 


Colgó el teléfono preguntándose si Alicia recordaría decirle a su hija que había llamado.


Más tarde, comenzó a preguntarse si Paula le estaría evitando a propósito. Y también se preguntó por qué mientras miraba el manuscrito que tenía delante. Debería haber escrito, pero estaba demasiado nervioso e inquieto.


Se puso en pie, bostezó, se estiró y, por la ventana, contempló un rosal. Febrero había dado paso a marzo y la primavera estaba en el aire.


Volvió a mirar el teléfono. ¿Por qué Paula no le llamaba? ¿Y por qué no conseguía él olvidarse de ella?



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