miércoles, 20 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 11




A Paula le resultó difícil ponerse en marcha a la mañana siguiente, le costó enfrentarse a la realidad cuando su mente vagaba por las alturas.


«Tienes un talento excepcional», recordó a Pedro decirle.


Recogió los platos de la cena de Alicia y los metió en el lavavajillas. Tomó un pomelo, lo partió por la mitad y, después, se detuvo a admirar el pequeño cisne de madera que estaba en el dintel de la ventana y que su padre tallara. 


«Crear es vivir».


Era sábado. Tenía que darse prisa y comenzó a cortar el pomelo. Le había prometido a Laura que llegaría a la tienda temprano. El traje deportivo ya estaba acabado, así que podría llevar…


«Uno no lleva un vestido así a un sitio que se llama La Boutique».


Lanzar su propia línea de diseño… ¿y por qué no? Podía mandar su portafolios. No, hablaría con el señor Spencer primero. No, llamaría a Jorge primero.


Comenzó a preparar el bacón y los huevos sin saber si llamar a Alicia para que bajase o subirle el desayuno en una bandeja.


No podía volver a hablar con ese hombre después de desdeñar de esa forma su idea de una tienda de modas. Sin embargo, Pedro le había dicho que se había presentado a un hombre que pensaba a lo grande con una idea muy pequeña.


Mientras el bacón se freía, cerró los ojos e imaginó ropas con la etiqueta Paula en todas las tiendas del mundo. Un verdadero sueño.


Abrió los ojos a tiempo de rescatar el bacón y lo colocó en una bandeja.


—Me encanta el olor a café y a bacón por las mañanas —Alicia entró en la cocina, se sirvió una taza de café y, con cuidado, se subió las mangas de la preciosa bata—. Paula, qué bien que ya tienes el desayuno preparado. Estupendo.


—Sí —Paula besó a su madre en la mejilla —. Siéntate y tómate tu pomelo mientras frío los huevos. ¿Has dormido bien?


—Ya sabes lo que me pasa cuando estoy sola en casa por las noches; sin embargo, esta noche debí quedarme dormida porque no te oí llegar. Viniste muy tarde, Paula.


—Yo… sí. Bueno, te llamé por teléfono para decírtelo. El señor Alfonso me llevó a cenar.


—¿Es ese hombre tan agradable que está jugando en lugar de Leonard? —Alicia se quedó con la cuchara suspendida en el aire—. ¿Estaba en Sacramento? Qué raro, creo que vive… Bueno, debió ir allí por algo relativo a su trabajo.


—Sí, supongo que sí. Me estaba esperando en las escaleras automáticas y dijo…


—De todos modos, ¿de qué negocio se trataría? No parece hacer nada.


—¿No? —Paula puso los huevos en dos platos y se sentó a la mesa para desayunar con su madre.


—La primera tarde que vino, creí que era el jefe de Jorge. Bueno, en realidad, primero creí que era el señor Simmons y… Paula, estos huevos están deliciosos. Siempre los haces justo como a mí me gustan.


—Ya —dijo Paula casi para sí misma mientras comenzaba a desayunar apresuradamente.


Su madre le había dicho que el jefe de Jorge había llamado y ella había llamado a Jorge y descubrió que él y Spencer estaban en Japón.


—¿Así que creías que era el señor Spencer?


—No, el señor Simmons. Y luego… —Alicia frunció el ceño—. Bueno, él dijo que no era el señor Simmons y yo supuse que era el jefe de Jorge. Pero da lo mismo, es encantador. ¿Adonde te ha llevado a cenar?


—Al hotel que está enfrente de Grove, al mismo restaurante al que Jorge me llevó para cenar con Spencer.


«Y donde lo conocí».


—Ha sido muy amable al invitarte. Paula, querida, ¿podrías pasar por la biblioteca antes de ir a La Boutique? No tengo nada para leer y la televisión me aburre.


—Claro. Tuve una charla muy interesante con él. Pedro… Bueno, Pedro opina que debería volver a hablar con el señor Spencer para proponerle lanzar una línea de moda.


—Qué bien. Y no te olvides de comprar mermelada de fresa, querida.


—Sí, lo haré. Le encantan mis diseños. Parece muy interesado en ellos.


—¡Es un hombre encantador! Le interesa todo y todo el mundo… incluso Ashley Trent —Alicia dejó de untarse mermelada en las tostadas como si se hubiera acordado de algo importante—. Tomates. Ash cultiva tomates y Pedro no dejó de hacerle preguntas al respecto. ¡Imagínate, interrumpir una partida de bridge para hablar de tomates!


—Oh —así que le interesaba todo y todo el mundo—. ¿Y a qué se dedica Pedro Alfonso?


—A nada, que yo sepa. Ya te he dicho que no parece estar haciendo nada. Es de Londres y ha venido a ver a su hermana; al parecer, está de vacaciones, aunque son unas vacaciones bastante largas. Ha dicho que estaba escribiendo… ¿o pintando? —Alicia frunció el ceño—. Bueno, da igual, dijo que era algo que llevaba queriendo hacer desde hacía mucho tiempo.


«Haz lo que te guste», le había dicho Pedro.


—La verdad es que creo que no tiene ninguna ocupación y sí mucho tiempo libre. Me llama a cualquier hora del día para hablar de la partida de bridge del periódico. Pero reconozco que juega muy bien y que es encantador. A todos les gusta. Y es muy inglés. Me encanta su acento y la forma como llama a todas las mujeres «encanto».


A todas las mujeres. A Paula se le hizo un nudo en el estómago y, de repente, se sintió deprimida.


—Incluso a Josie Starks, que es más seca que la paja. Pero cuando Pedro sonríe… Josie se derrite.


«No me cabe la menor duda», pensó Paula irritada al tiempo que se levantaba de la mesa para fregar los platos del desayuno.


—Por favor, Paula, no te olvides de pasarte por la biblioteca —le dijo Alicia cuando Paula se dispuso a salir.


—Está bien, pero iré en la hora del almuerzo, le he prometido a Laura que llegaría pronto.


Tal y como había dicho Alicia, Pedro Alfonso parecía tener mucho tiempo libre. Aquella semana, se presentó dos veces en los almacenes donde trabajaba Paula a la una de la tarde.


—Hola, Paula. ¿Vienes a almorzar conmigo?


—Me he traído un bocadillo y ya me lo he comido, aunque he salido para tomar un poco de aire.


—Estupendo. Daremos un paseo y tomaremos un batido.


En cierto modo, a pesar de la excitación que despertaba en ella, se sentía cómoda con él, tanto en un restaurante como ahí sentados en un banco en la calle.


Y sí era cierto que le interesaba todo el mundo, como la mujer que estaba sentada en el mismo banco con su hijo de unos diez años y con el que discutía sobre el color de los zapatos que él quería comprarse.


—¿No le parece que tengo razón? —le preguntó la mujer a Pedro.


Él no se limitó a sonreír como la mayoría de la gente habría hecho. Por el contrario, entró en una larga conversación con ella sobre la presión y la autoridad paterna. Y también era listo, pensó Paula por la forma como convenció a la mujer de que había ciertas cosas por las que no merecía la pena discutir.


Cuando Paula se marchó para volver al trabajo, Pedro se quedó hablando con un hombre que acababa de jubilarse y que se quejaba de que estaba muerto de aburrimiento.


—Vamos a ver, ¿qué le gusta hacer? ¿Con qué disfruta? —le oyó decir a Pedro mientras se alejaba.


Suponía que Pedro hacía precisamente eso, lo que le apetecía. Escribir, no pintar, era lo que le había respondido cuando ella le preguntó:
—Mi madre ha dicho que eres pintor. Creí que habías dicho que…


—Tu madre tiene una gran capacidad para mezclar las cosas, ¿no lo has notado? No, no soy pintor, estoy escribiendo. Al menos, lo intento.


—¿Así que eres escritor?


—La verdad es que no. Es algo que llevo queriendo hacer desde hace mucho, pero éste es mi primer proyecto.


—¿Qué es lo que escribes?


—Cosas sobre la vida, una especie de guía para ser feliz. Y tú, Paula, ¿eres feliz?


—¿Qué? Bueno… sí, claro.


La pregunta la sorprendió, nunca había pensado en eso.


—¿Has mandado tu portafolios? ¿Te has puesto en contacto en ese tipo al que le interesan sólo los grandes proyectos?


—No, todavía no —Paula frunció el ceño, avergonzada de decirle que no había encontrado el valor suficiente para hacerlo.


Aquella noche, Laura telefoneó para decirle que una mujer había comprado el vestido de encaje.


—Una rubia que nunca había venido a mi tienda. Se volvió loca con el vestido y no se ha quejado del precio.


¡Seiscientos dólares! Fue entonces cuando Paula llamó a Jorge. Joanne le dijo que no estaba en la ciudad, pero que le llamaría en cuanto volviera.


El domingo por la mañana llamó Pedro.


—Tengo que decirte una cosa —gritó Paula—. ¿Te acuerdas del vestido de encaje? ¡Lo he vendido por seiscientos dólares!


—¿De verdad? Y eso que lo tenías en un sitio que se llama La Boutique. ¡Imagínate por cuánto lo habrías vendido si hubiera estado en París!


—¡Eres imposible!


—¿Y qué haces para divertirte, Paula?


—¿Para divertirme? Pues no sé, leo libros.


—Eso está muy bien, pero necesitas hacer ejercicio, encanto.


—También hago ejercicio. La verdad es que ahora mismo me estaba preparando para cortar las malas hierbas del jardín y…


—No está mal, pero a mí se me ha ocurrido algo más estimulante. ¿Sabes jugar al tenis?


—Sí, solía hacerlo cuando… cuando mi padre vivía.


Cuando tenía tiempo libre y una persona con quien jugar.


—Muy bien, pasaré a recogerte dentro de media hora.


—No sé si puedo.


—No tengo tiempo para discutir ni para convencerte, Paula. Tenemos el campo de tenis reservado para las diez, una partida de dobles. Hasta ahora.


«Desde luego, no acepta un no por respuesta». 


Pero estaba entusiasmada mientras se ponía los pantalones cortos de tenis y buscaba la raqueta.


El club de campo Oaks era mayor y más selecto que el pequeño club de tenis al que Paula iba con su padre. Tenía un campo de golf, una piscina olímpica y doce campos de tenis. 


Aunque su camiseta y los pantalones cortos estaban limpios y blancos como la nieve, le dio complejo de inferioridad al ver a los socios del club con ropa deportiva de última moda y zapatillas de deportes de diseño. Era la única que llevaba una playera sencilla.


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