Se encaminaron al hotel como de mutuo acuerdo. No consiguieron mesa de inmediato, por lo que Paula llamó a su madre y después se sentaron en el bar a la espera de que quedara libre una mesa. Resultó ser una larga espera en la que Pedro se tomó dos martinis y Paula dos copas de vino blanco.
No estaba acostumbrada a beber vino; normalmente, le daba sueño. Pero aquella noche, la hizo sentirse extraordinariamente despierta. Tampoco estaba acostumbrada a charlar de cualquier cosa y, al principio, se sintió un poco incómoda; sin embargo, al cabo de unos minutos, comenzó a relajarse y a sentirse completamente a gusto con ese hombre que le estaba diciendo:
—Te encuentro muy interesante, Paula. Mucho.
—¿Y por qué me encuentras interesante?
—No lo sé —Pedro parecía tan confuso como ella—. Quizá sea porque, cada vez que te veo, eres una persona diferente.
—Eso no es verdad. Jorge dice que es, precisamente, lo malo que tengo. Dice que nunca hago un esfuerzo por cambiar.
—Jorge, ¿eh? —Pedro frunció el ceño y cambió de postura en el taburete—. Bueno, no sé si haces esfuerzos o no, pero noto los cambios. Las dos últimas veces que te he visto, parecías una huérfana descalza. Esta noche…
Pedro paseó la mirada por la práctica falda y la sencilla blusa blanca abotonada hasta el cuello.
—Esta noche pareces una maestra. Ninguna de las dos imágenes se parecen en nada a la mujer modelo a la que vi por primera vez en este hotel.
—¡Ésa no era yo! —Paula parpadeó al ver a la camarera retirarle la copa vacía y sustituirla por otra llena—. Jorge me dijo que, para impresionar al señor Spencer, tenía que ponerme despampanante. Así que él y Alicia me arreglaron. Y después, Jorge me quitó las gafas y se las quedó porque, según él, lo estropearían todo.
—¿Sí? —Pedro la miró duramente—. ¿Eso es lo que Jorge te dijo?
—Sí —Paula asintió—. Y Alicia también. Alicia dice que es una pena. —Paula bebió otro sorbo de vino antes de continuar. —Por eso, cuando Jorge me quitó las gafas, Alicia…
—¿Quién demonios es Jorge?
Pedro habló con tanta dureza que Paula se echó hacia atrás.
—Jorge es… es un amigo. Es mi vecino. No, no es mi vecino, era mi vecino. Ahora vive en Nueva York.
—Estupendo —Pedro le apartó la copa de vino—. Espero que se quede en Nueva York.
—¿Quién? —preguntó ella sin comprender.
—Jorge.
—Oh, sí. Jorge vive en Nueva York y…
—Señor Alfonso, mesa para dos —anunciaron los altavoces.
Pedro la agarró del brazo y la llevó al comedor.
—No, no queremos vino —le dijo al camarero cuando se sentaron —. ¿Podría traernos un café primero, por favor?
Escogió el menú para los dos antes de preguntarle a Paula:
—Ese hombre al que querías impresionar, ¿era ése que estaba sentado a la mesa cuando te llevé?
—Sí —Paula bebió un largo sorbo de café—. Spencer. Bruno Spencer.
—¿Y conseguiste impresionarlo?
—No —Paula sacudió la cabeza—, sólo le interesan los grandes negocios.
Paula extendió las manos para mostrarle lo grandes que le interesaban.
—Grandes compañías de transportes, plantaciones de café enormes, madera… —de nuevo, sacudió la cabeza—. No sé por qué Jorge pensó que podría estar interesado en una tienda de modas pequeña.
—¿Una tienda de modas? ¿Por eso querías interesarle?
Paula asintió mientras observaba al camarero colocarle un plato de sopa de cangrejo delante.
—Pero una tienda de modas no es lo suficientemente grande —probó la sopa, deliciosa; hasta ese momento, no se había dado cuenta del hambre que tenía—. ¿Sabías que, para que te presten dinero, tienes que tener mucho dinero? ¿No te parece un error que todo el mundo piense a gran escala?
—A veces es buena idea. Tú deberías pensar a gran escala, Paula.
—¿Yo?
—Si, tú. ¿Por qué aceptar un trabajo asalariado cuando puedes crear un vestido como el que me enseñaste la otra noche?
—Puede que sea porque, después de tres semanas, el vestido sigue colgado en La Boutique.
—¿La Boutique es una tienda de modas?
—Sí. Mi amiga Laura es la dueña. La tienda está en Roseville y llevé allí el vestido, pero aún no se ha vendido.
—No me sorprende —Pedro se inclinó hacia atrás y le dio las gracias al camarero cuando éste retiró los platos de sopa.
—¿Por qué?
—La Boutique… tiene un nombre muy genérico —Pedro sonrió maliciosamente—. Uno no esconde un vestido así en una tienda que se llama La Boutique. Ese vestido exquisito está tan fuera de lugar allí como tú trabajando en el departamento de arreglos de K. Groves.
—Eso crees, ¿eh? Bueno, pues quiero que sepas que estoy encantada de trabajar en el departamento de arreglos de K. Groves —Paula dejó de poner mantequilla en la patata asada y lo miró directamente a los ojos—. Un salario fijo me hace sentirme segura.
Pedro sacudió la cabeza.
—En estos tiempos, se le da demasiada importancia al dinero.
—Desgraciadamente, las compañías de gas y electricidad es lo único que aceptan como pago.
—Ahí me has pillado —Pedro rió—. De acuerdo, en eso tienes razón, uno debe cubrir las necesidades. Pero uno deja escapar algo precioso cuando permite que ganar dinero se convierta en algo más importante que lo que hace, ¿no estás de acuerdo?
—No —respondió Paula sin encontrar sentido a las palabras de Pedro, aunque le encantaban su acento británico y su sonrisa.
—Crear es vivir, Paula —su mirada se tornó intensa—. ¿Te das cuenta de la cantidad de personas que son desgraciadas porque se pasan la vida haciendo lo que tienen que hacer en vez de lo que les gusta?
—Cierto. Pero si uno tiene que pagar el alquiler, no siempre puede…
—¡Ese es el quiz de la cuestión! Un hombre es feliz cuando consigue compaginar ambas cosas. En tu caso, querida, una mujer. Tienes un talento extraordinario, eres muy creativa. Tienes tantas ideas en la cabeza, tantos diseños fabulosos que confieren un brillo especial a tus ojos. Quieres bailar descalza y dibujar y pintar y cortar telas… ¡Quieres crear!
Paula lo miró fijamente. ¿Cómo sabía que era eso lo que sentía?
—Lo pasas tan bien haciendo eso que no le parece trabajo, ¿me equivoco?
—No, no te equivocas, pero… —Paula pensó en su padre y en sus fantasías, en el hermoso cisne tallado en madera—. A veces es imposible. Uno no siempre puede ganarse la vida haciendo lo que quiere.
—A menos que se esfuerce por conseguirlo. Y no digas «uno», Paula, responsabilízate de tu vida. Un talento como el tuyo merece una oportunidad.
De repente, Paula se sintió irritada.
—¡Lo he intentado! Primero, en el banco y, después, con el señor Spencer.
—Recurriste a un hombre de grandes proyectos con una idea pequeña, una tienda de modas. Pero tú no eres una dependienta, eres una diseñadora. ¿Se lo dijiste? ¿Le enseñaste el portafolios con tus diseños?
—No, no se lo enseñé.
—¿Por qué no? Si le interesan los grandes proyectos, podría interesarle lanzar una línea de diseño.
—¿Una línea de diseño? —repitió ella asombrada.
—Vamos, Paula —Pedro sacudió la cabeza—. ¿Es que no te has dado cuenta de lo buena que eres? Sólo ese vestido de encaje… ¡Increíble!
Estaba siendo la noche más maravillosa de su vida ahí sentada con aquel hombre tan guapo que no hacía más que alabar su talento.
—Supongo que podría hablar otra vez con el señor Spencer —dijo Paula por fin, aunque vacilante—. Pero no me gusta rogar a nadie.
—¡Rogar! No es rogar, le vas a ofrecer una oportunidad, una gran oportunidad.
Cuando Pedro la acompañó hasta el coche, Paula estaba convencida de que todo era posible.
—Creo que como más me gustas es como una huérfana descalza —Pedro le acarició la mejilla con las yemas de los dedos y ella tembló de placer—. Prométeme que siempre harás lo que te gusta, encanto.
—Sí —susurró ella dispuesta a prometerle cualquier cosa.
Pedro se inclinó y la besó. Fue un beso suave, pero la abrasó.
—Y conduce despacio.
Paula condujo despacio, como en una nube.
Encanto, la había llamado encanto.
«Vamos, deja de soñar, Paula». Probablemente, los ingleses decían «encanto» a cualquiera, como los americanos decían «muñeca», o «cielo». Además, lo más probable era que volviese a Inglaterra pronto.
¿Y qué estaba haciendo allí, en América?
¿Quién era?
De repente, se dio cuenta de que Pedro no había hablado de sí mismo en toda la tarde.
«No, Paula, sólo has hablado de ti misma. No has parado de hablar. Has bebido vino y…»
«¡Oh, Dios mío! ¿Qué he dicho? ¡He debido parecerle una estúpida completamente ensimismada consigo! ¡Oh, qué va a pensar de mí!»
****
Cuando llegó a la casa, Pedro se encaminó directamente a la casa de los huéspedes, pero notó que las luces del piso bajo de la casa de su hermana estaban encendidas.
Estupendo, Lisa aún estaba levantada.
Entró en el cuarto de estar y encontró a Lisa acurrucada en un enorme sillón leyendo una novela. Su cuñado, Richard, un diligente oftalmólogo, estaba tumbado en el sofá leyendo absorto una revista médica.
Pedro saludó a ambos y luego se acercó a su hermana.
—Oye, Lisa, hay una tienda de modas en Roseville que se llama La Boutique y que tiene un vestido… —le describió el vestido como mejor pudo, firmó un cheque y se lo dio a su hermana—. Cómpralo.
—Bueno —respondió Lisa con gesto confuso—. ¿Para mí? ¿Crees que me sentará…?
—No me importa si te queda bien o no, ni tampoco lo que cueste. Cómpralo.
Lisa no sabía qué decir, pero Richard se incorporó en el sofá.
—¿Una tienda que se llama La Boutique? ¿Un vestido de encaje? ¿Has bebido?
—Sólo un par de martinis.
Pedro sonrió maliciosamente, ignorando las interrogantes miradas de ambos, y les dio las buenas noches.
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