miércoles, 30 de mayo de 2018

HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 11




Paula imaginó que debía estar pensando en marcharse para volver a su privilegiada vida. Esa vida privilegiada y maravillosa que había creído erróneamente que ella conocía bien.


Y sentía la tentación de dejarlo marchar sin decir nada, ¿pero cómo iba a explicárselo a sus padres? La telaraña de engaños que había empezado a tejer cuando aceptó su invitación a cenar cinco meses antes parecía ahogarla en aquel momento.


También había descubierto que la idea de no volver a verlo nunca estaba empezando a clavar sus garras en ella, pero hizo un esfuerzo por esconder tan inapropiada reacción.


—Estaba diciendo que tengo que decirte algo antes de que bajen mis padres.


Pedro se puso en alerta roja de inmediato.


—¿Quieres decir aparte de explicarme por qué parecen saber quién soy?


—Pues verás... es que les he hablado de ti —dijo Paula, sentándose en un sillón, frente a él.


—¿Ah, sí? ¿Y qué les has dicho exactamente? Considerando tu enorme capacidad para la mentira, me interesa mucho saberlo —la mirada de Pedro se deslizó perezosamente desde su cara a sus pechos, unos pechos que conocía íntimamente. Daba igual que estuvieran escondidos bajo un ancho jersey, su memoria era más que capaz de reproducir una imagen del sensual cuerpo que había debajo.


—Les he dicho que... bueno, que nos conocimos en Italia.


—Ah, entonces saben que estuviste en Italia, un comienzo prometedor. ¿Y saben que estabas cuidando un apartamento de lujo?


‐¡Sí, saben que estuve cuidando un apartamento!


—Pero supongo que no les has dicho ni pío sobre que te hiciste pasar por la propietaria.


Paula sentía que le sudaban las manos, pero las mantuvo escondidas bajo el jersey.


—No —admitió por fin.


—Ya me lo imaginaba. Tus padres no parecen la clase de personas que verían eso como una anécdota divertida. ¿Y qué les has contado exactamente sobre mí?


Paula se aclaró la garganta.


—Imagino que te parecerá un poco raro que les hablase de ti, considerando que las cosas no terminaron bien entre nosotros.


‐Eso es decir poco, ¿no te parece?


‐Mis padres son personas decentes y creen en la seriedad de las relaciones...


—Evidentemente, algo que tú no has heredado. 


Paula suspiró de nuevo.


‐No, vas a ponérmelo fácil, ¿verdad?


—¿Alguna razón para que lo haga?


—No creo que sea un buen momento para discutir—dijo ella, mirando hacia la puerta. Conociéndolos como los conocía, sus padres estarían tomándose su tiempo para dejarla un rato a solas con Pedro y se angustió al pensar en lo terrible del engaño.


—¿Qué tienen que ver los valores morales de tus padres con esta situación? — siguió Pedro.


Astuto siempre, dos y dos en aquel caso no sumaban cuatro. Incluso tratándose de ella, mentirosa, oportunista y persona totalmente impredecible, aquella conversación resultaba incomprensible.


—¿Puedo decir que nunca, jamás, habría esperado que aparecieses aquí? —el corazón de Paula latía tan aprisa que casi le hacía daño—. Tú eres una persona sofisticada y pensé que no le darías tanta importancia a lo que pasó. No imaginé cómo reaccionarías al saber que...


Pedro se daba cuenta de que estaba evitando decir algo, pero la dejó seguir porque tarde o temprano tendría que responder a sus preguntas.


—Extraordinario —dijo entonces.


—¿Perdona?


—Le dijiste a tus padres que yo era extraordinario.


—Ah, sí, bueno... y aventurero.


—¿Extraordinario y aventurero?


Paula asintió con la cabeza.


—¿Por qué empiezo a encontrar esta situación un poco surrealista? —Pedro se levantó y empezó a pasear por el salón, deteniéndose para mirar las fotografías sobre la chimenea, en la estantería, en las mesas. Los Chaves eran personas orgullosas de sus hijas, evidentemente. En un radio de cinco metros había una vida entera de recuerdos.


—Sé que esto va a sonar un poco absurdo...


—¿Un poco? —repitió él, volviéndose para mirarla. Y la miraba con tal intensidad que Paula sintió que se le ponía la piel de gallina.


Le había parecido difícil lidiar con el recuerdo de Pedro, pero ahora sabía que la palabra «difícil» adquiría otra dimensión cuando se trataba de lidiar con él en persona.


Mientras intentaba ordenar sus pensamientos y encontrar una manera de explicar aquella situación surrealista, Pedro se acercó al sillón y apoyó una mano en cada brazo.


Su aroma masculino la envolvió, inflamando sus sentidos. 


Extraordinario era decir poco, pensó. Aunque estaba asustada, su cuerpo reaccionaba ante la proximidad de Pedro, sus pezones endureciéndose al recordar el placer que le había dado. Paula apartó la mirada enseguida, pero no tan rápido como para que Pedro no se diera cuenta.


Y, al hacerlo, sintió una inmensa satisfacción. De modo que algo de aquel teatro había sido real. 


Había mentido sobre todo lo demás porque un viaje a Barbados era demasiado emocionante como para decir que no, pero no había mentido cuando cayó en sus brazos. Y si él siguiera deseándola, y ése era un enorme condicional, Paula sería suya cuando quisiera.


—Así que soy extraordinario y aventurero.


—¿Te importaría apartarte un poco? —le rogó Paula. Pero él no se movió.


—¿Por qué? ¿Te sientes incómoda? ¿Tu conciencia te molesta cuando estoy tan cerca? O tal vez... —de repente, Pedro sintió una oleada de deseo— lo que te da miedo es que quieres que tu extraordinario y aventurero ex amante se acerque incluso más.


El brillo de sus ojos le dio la respuesta que buscaba y Pedro sonrió antes de volver a sentarse en el sofá. Si aquello fuera un juego, que no lo era en absoluto, acabaría de ganar un punto.


‐Bueno, estabas diciéndome por qué se te ha ocurrido contarle lo nuestro a tus padres.


Esta vez fue Paula quien se levantó para cerrar la puerta. Sus padres tardarían unos minutos en bajar, pero bajarían tarde o temprano y lo último que quería era que escuchasen aquella conversación.


Cuando volvió a sentarse lo hizo en uno de los sillones, más cerca que antes para no tener que levantar la voz. No quería pensar en lo humillante que era que Pedro se hubiera dado cuenta de que seguía deseándolo. Era lógico que estuviera furioso con ella, incluso que usara esa debilidad contra ella.


Pero si hubiera intentado besarla seguramente no habría sido capaz de resistirse.


‐Y, por cierto, ¿qué clase de aventurero soy? 


Puala dejó escapar un largo suspiro.


—No te lo podrías ni imaginar.


—Me sorprende que le hayas contado a tus padres lo que hacíamos en la playa.


—¿Perdona?


Pedro se encogió de hombros.


—Si tus padres tienen tan altos valores morales como dices, me sorprende que hables con ellos de lo que haces en la cama con un hombre.


‐¡Yo no he hablado de eso con ellos!


—¿Entonces de qué estamos hablando?


—Me refiero a tu trabajo.


Esta vez Pedro la miró, perplejo.


—No te entiendo.


—Ganas mucho dinero y diriges un imperio —empezó a decir Paula—. Pero eso no era suficiente.


—¿Ah, no?


No le gustaba nada que no lo mirase a los ojos. Podría haberle mentido durante todo el tiempo que estuvieron juntos, pero ni una sola vez había evitado mirarlo a los ojos. Y, sin embargo, ahora lo hacía.


—No, la verdad es que no —Paula suspiró, pero lo inevitable de aquella confesión la animó a seguir adelante—. No estabas satisfecho con dirigir un imperio, así que creaste un programa de buenas acciones.


—¿Un programa de buenas acciones? Lo siento, pero no entiendo nada.


—Sí, ya me lo imagino. Y sé que no te va a gustar lo que voy a decir, pero es inevitable. Bueno, seguramente podríamos haberlo evitado...


—¿Se puede saber de qué estás hablando?


Paula lo miró, en silencio, durante unos segundos. Quería grabar aquel rostro en su cerebro para siempre. No era la mejor imagen porque estaba enfadado, pero no tanto como cuando le dijera de qué estaba hablando.


—Le dije a mis padres que construías hospitales en sitios como África, en zonas asoladas por la guerra. Ya sabes, que hacías lo que podías para aliviar el sufrimiento de los menos afortunados.


Pedro sacudió la cabeza, como si ese simple gesto pudiera resolver algo. Y luego se pasó una mano por el pelo antes de mirarla con el ceño fruncido.


—¿Construyo hospitales en África?


—Y colegios, centros sanitarios...


—¿En África?


—Y en otros países donde son necesarios.


—¿Has perdido la cabeza? Sé que eres una mentirosa compulsiva, pero no entiendo a qué demonios estás jugando ahora.


—¡Se supone que tú no ibas a saberlo nunca!


—Pues debo haberme perdido algo porque... ¿qué sentido tiene convertirme en un filántropo? No, deja que te pregunte algo más importante: ¿por qué les has hablado a tus padres de mí si no esperabas volver a verme nunca? Por muy moralistas que sean, imagino que sabrán que los hombres y las mujeres tienen relaciones sexuales, algunas de las cuales no duran para siempre. Además, tienes dos hermanas, ¿no? ¿Vas a decirme que nunca han salido con nadie?


—¡No, claro que no!


—¿Entonces por qué esa elaborada mentira? ¿Por qué no te has limitado a contar los hechos como fueron? Conociste a un hombre, lo pasaste bien durante dos semanas y luego le dijiste adiós.


Tan racional observación. fue recibida en silencio. Un silencio durante el cual el rostro de Paula pasó de la palidez al color escarlata, mientras rezaba para que se la tragase la tierra o, mejor, para despertar de repente y darse cuenta de que los últimos meses sólo habían sido un sueño.


—¿Tu obsesión por mentir no tiene fin? —siguió Pedro—. Pues si es así, creo que necesitas ayuda profesional —dijo luego, levantándose—. Y me niego a tomar parte en el engaño.


Paula se levantó a su vez para agarrarlo del brazo.


—¡Espera, no he terminado!


—¿Ah, no? ¿Aún hay más? ¿Aparte de mi trabajo como misionero en sitios del mundo que nunca he visitado? No se me ocurre qué más podrías haber añadido a tan brillante currículo.


‐¿Te importa sentarte un momento? Imagino que pensarás que estoy loca, pero hay otras cosas que... tienes que saber.



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