jueves, 17 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 13





Paula tomó el último pastel que quedaba en el plato y lo examinó.


—¿Crees que algún día fabricarán cosas sin ninguna caloría? —preguntó—. Creo que no debería comérmelo.


—Oh, vamos, ya te has comido uno —dijo Donna—. Déjate llevar. Es sábado.


Donna tenía razón, y Paula estaba encantada con ello. 


Necesitaba pasar un tranquilo fin de semana para recobrarse del episodio que había vivido en clase de literatura, el día anterior. Sin darse cuenta, se había puesto a discutir con Alfonso como una adulta, en lugar de la joven alumna que se suponía que era; y para empeorar las cosas, se había descubierto admirando a su profesor, embelesada, como si el resto del mundo hubiera desaparecido. Ya no podía negar que se sentía sexualmente atraída por él.


—Ese pastel era fresco cuando lo compré esta mañana —bromeó Donna—. Así que no me culpes si está duro como una piedra cuando por fin te decidas a probarlo.


Paula regresó a la realidad y miró el pastel.


—No sé, creo que no debería comérmelo, pero...


—Si no quieres comértelo, no te lo comas. Dámelo a mí.


Paula lo hizo, aunque a regañadientes.


—Había olvidado que eres perfectamente capaz de comerte cinco pasteles y...


—Seis —corrigió Donna, mientras daba cuenta del dulce.


—Pues eso. Había olvidado que puedes comerte seis pasteles y tener una silueta perfecta.


Donna alzó los ojos al cielo y se cruzó de piernas. Llevaba pantalones negros y un jersey blanco de cachemir. Su pelo rojo brillaba, y sus ojos azules estaban llenos de energía. 


Era una mujer muy atractiva.


Paula bajó la mirada y contempló el traje gris que llevaba; lo había comprado Donna, a instancias suyas. Pensó que Steinbeck habría encontrado una enorme carga simbólica en la comparación estética entre ellas. Donna era la elegancia clásica, y ella poseía una elegancia mucho más popular. No obstante, y a pesar de las evidentes diferencias, se había desarrollado una larga y profunda amistad entre ellas con el paso del tiempo.


Cuando terminó con el pastel, Donna tomó su refresco bajo en calorías.


—De todas formas, no me alimento de pasteles —dijo Donna, riendo—. Sólo los tomo cuando estoy de buen humor.


—Es cierto, estás de un humor demasiado bueno para haber perdido una preciosa mañana haciendo la compra. ¿Qué ha ocurrido? Venga, cuéntamelo.


—Oh, Sarah, no te lo vas a creer.


—Si me lo cuentas, lo veremos.


—Ayer, cuando estaba en la sala de profesores...


—Venga, sigue...


—En realidad, ya había renunciado a la esperanza —dijo Donna.


—Oh, vamos, Donna, cuéntamelo de una vez.
Donna parpadeó.


—Bueno, te lo contaré. Pedro Alfonso me ha pedido que salga con él.


Paula se quedó helada, pero intentó disimular.


—¿Salir con él? ¿A tomar un café o algo así?


—No, no... a cenar. De modo que salimos juntos anoche. Con todo el tiempo que ha pasado y por fin me ha pedido que salga con él... —dijo, con una enorme sonrisa.


Paula pensó que obviamente se había equivocado con Alfonso. Pensaba que se sentía atraído por ella, pero supuso que todo habría sido un error de apreciación por su parte.


—¿Qué te parece? —preguntó Donna.


—Bueno... que es extraño que te invite a cenar por la tarde para salir esa misma noche. Es un poco apresurado.


—Se disculpó —dijo Donna—. Al parecer tenía otros compromisos, pero se anularon. Vamos,Paula... sé que Alfonso no te gusta, pero deberías alegrarte por mí.


Paula intentó recobrar la compostura. Aunque Alfonso se sintiera atraído por ella, no podía esperar que actuara de forma inapropiada con alguien que se suponía que tenía dieciocho años y que era, además, alumna suya. Ya se sentía suficientemente culpable por las muertes de Juan Merrit y de Luis, y no quería añadir a su curriculum la destrucción de la carrera de Alfonso.


—Claro que me alegro. Me alegro mucho por ti, de verdad. Pero bueno, ¿dónde estuvisteis cenando? ¿Qué hicisteis?


Paula no quería saberlo, pero tuvo que escuchar la explicación de Donna. Eran muy amigas, y se lo contaban todo al detalle. Lamentablemente, los detalles de aquella historia fueron como pequeños cuchillos que se iban clavando en el corazón de Paula.


Al cabo de una hora, Paula sabía que la chaqueta de Pedro hacía que sus ojos parecieran más marrones que verdes, y también sabía que cuando se entusiasmaba con algún tema parecían más verdes. Sabía que iba a menudo al cine, que le gustaba jugar al baloncesto, que pasaba horas en las librerías y que salía a pescar a la bahía de Galveston. 


Además, había averiguado que le gustaba la buena comida y el vino.


Según Donna, el color preferido de Pedro era el morado; su libro preferido, Matar a un ruiseñor; y en cuanto a películas, le habían gustado mucho Fargo; de los hermanos Coen, y Terminator II. Cuando terminó de hablar sobre sus gustos, empezó a describir su maravilloso aroma, lo que había sentido cuando le había puesto una mano en la espalda, y la elegancia que había mostrado al acompañarla a casa.


—Mira, Donna —interrumpió, incapaz de soportarlo más—. Me siento una mirona. Creo que deberías mantener ciertas cosas en privado.


Paula miró a su amiga y se sintió muy culpable. La había interrumpido, sencillamente, porque estaba celosa. Y no entendía por qué.


—Lo siento, Paula. He sido tan egoísta., no he debido hablar tanto sobre un hombre tan atractivo cuando tú estás virtualmente prisionera en un instituto. Debes echar de menos charlar y... bueno, imagino que echas de menos a Marcos.


Paula se ruborizó.


—Hoy no es mi día, según veo —continuó Donna—. Intento arreglarlo y sólo consigo que te sientas más incómoda. Espero que puedas perdonarme.


—Claro, no te preocupes.


Paula se levantó y llevó el plato y los vasos vacíos a la cocina. Después, se tomó su tiempo metiéndolos en el lavaplatos. No estaba dispuesta asumir los confusos sentimientos que albergaba hacia Pedro. Pero podía corregir la impresión que había dado sobre su relación con Marcos, de modo que se dio la vuelta y se apoyó en la encimera.


—Echo de menos a Marcos, es cierto —continuó—, pero ni siquiera llegamos a hacer el amor.


Donna la miró con asombro.


—Pensé que manteníais una relación...


—Bueno, ya me conoces. Me cuesta confiar en la gente. De todas formas, no era ningún secreto que Marcos quería que me casara con él. Pero ahora... se me ocurren un par de candidatas que aprovecharán la ocasión en mi ausencia.


Donna frunció el ceño.


—Si te ama, estoy segura de que te será fiel. Has dicho que la policía le ha explicado lo sucedido, y que sabe por qué te has marchado. Es probable que esté muy preocupado.


—Sí, seguro que sí —dijo Paula—, pero va a presentarse a la alcaldía dentro de unos años, y tiene que asistir a muchos acontecimientos sociales. Y como sabes, a los políticos de este país les conviene llevar mujeres del brazo. Dudo que espere a que regrese.


Paula sintió una intensa angustia. En realidad, nadie estaba preocupada por ella. Ni sus padres, ni Marcos, ni sus amigos de Worldwide Public Relations.


Sin embargo, sabía que la policía intentaba mantenerla a salvo, y que contaba con el apoyo de los fiscales en el caso por el asesinato de Juan Merrit. Al fin y al cabo necesitaban que testificara en el juicio.


—Paula, cariño... sé que todo esto es muy duro para ti. Has tenido que dejar tu trabajo, has dejado atrás a la gente que quieres y por si fuera poco te están tratando como si fueras una adolescente otra vez. Por no mencionar los deberes del instituto, la enemistad de Wendy y de sus amigos, y la obligación de llevar una aburrida existencia entre el instituto y esta casa. Pero el plan está saliendo bien. Estás a salvo, y eso es lo importante a largo plazo. Lo superaremos, ya lo verás. Y antes de que te des cuenta, todo habrá sido un mal recuerdo.


Paula la miró y pensó que se había equivocado. Donna estaba muy preocupada por ella.


—No, no será un mal recuerdo, sólo un recuerdo extraordinario —rió Paula—. Pero no malo, gracias a ti. Eres la mejor amiga del mundo. ¿Cómo podré pagarte lo que estás haciendo por mí?


—No seas tonta —dijo Donna—, ya te he dicho que pienso cobrarte todos los gastos. Ya me lo pagarás cuando termine el juicio. Por cierto... aún quedan cinco pasteles más en el frigorífico, ¿verdad?


Paula rió y negó con la cabeza.


—No, pero volviendo al tema que estábamos tratando, no te confíes demasiado. Puede que Pedro sea un simple aprovechado.


Paula intentó convencerse de que sólo estaba preocupada por Donna. Su amiga parecía muy ilusionada, y no quería que le hicieran daño. Lo que significaba, para empezar, que tendría que alejarse de Alfonso.




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