lunes, 2 de abril de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 36




Aquella sencilla afirmación dejó a Pedro atónito. 


¿Tendría razón Paula?, se preguntó. ¿Acaso la tortura insoportable que había estado padeciendo durante todo el día se debía a sus propios sentimientos hacia ella? Aquella atracción fiera hacia esa mujer, ese alivio que sentía cuando estaba con ella era como... como cuando el párroco y su mujer lo recogieron, recordó. Era el mismo tipo de sensación reconfortante. Con Paula se sentía como parte de algo mágico, como si tuviera en las manos algo precioso, especial, sereno, un adorno navideño tintineante y frágil. Se sentía querido, como si su vida mereciera la pena, reflexionó. 


Pero, ¿eran todos esos sentimientos juntos el amor?, volvió a preguntarse.


—¿Y qué ocurrirá si no puedo darte todo lo que tú necesitas? —Preguntó Pedro casi en una súplica—. No quiero tenerte para luego perderte.


—Lo sé —susurró Paula acercándose a él hasta sentarse sobre su regazo y envolverlo con los brazos por el cuello—. Sé lo que quieres decir, y sé lo que has tenido que pasar. ¿Pero crees realmente que yo te haría algo así?


Pedro sacudió la cabeza lentamente. No, ella nunca lo abandonaría, pensó, y aquel conocimiento, hasta entonces inconsciente, era con seguridad lo que le había retenido en Bedley Hills.


Los labios de ambos se encontraron en un beso tortuoso, tanto por la incomodidad del lugar como por la imposibilidad de llevarlo más allá. 


Cuando se separaron, Pedro deslizó las manos por debajo de su camiseta para sentir el calor de su piel y atraerla hacia sí.


—Tú confiaste en mí —susurró Paula—, y créeme, he aprendido la lección sobre lo de interferir. Nunca he estado tan preocupada por nadie como por ti. No lo volveré a hacer, te lo prometo... —se interrumpió al ver su enorme sonrisa—. ¿Qué?


—No cambies nunca —contestó Pedro—. Estoy pensando en lo divertido que es que los opuestos se atraigan.


—Pues yo personalmente no encuentro nada divertido en ello —contestó Paula suspirando y haciendo un gesto con las manos—. Eres el hombre más exasperante que jamás he conocido y...


—Y me amas.


—¡Por supuesto que no! —Contestó Paula con los ojos muy abiertos por el asombro—. Bueno, quizá sí, no lo sé. Pero aunque así fuera... cosa que no estoy admitiendo, tenlo muy en cuenta... aunque fuera así te aseguro que no iba a quedarme aquí sentada a confesártelo.


—¿Y por qué no?


—Porque no es así como se hacen las cosas.


—Creía que había un refrán que decía: «las mujeres primero».


—En el amor todos tenemos las mismas oportunidades —contestó Paula sacudiendo la cabeza.


—Supongo que aún tengo mucho que aprender del amor. ¿Qué te parecería si tú me lo enseñaras?


Paula abrió la boca atónita y Pedro besó su labio inferior comenzando luego a profundizar en aquel beso largamente.


Al terminar, su expresión era seria.


—Es mi turno para hablar. Te prometo que después te dejaré a ti —aseguró Pedro—. Frankie me ha hecho comprender que tenía prejuicios contra la gente y que no era muy amable. Todo empezó cuando mis padres me abandonaron y luego ocurrió aquel desastre del juzgado. Cada vez que conocía a alguien comenzaba a pensar que me iba a hacer daño, y desde ese momento se malograba cualquier relación. Ahora me doy cuenta de que tenía miedo de confiar en la gente porque pensaba que yo no era digno de su amor.


Pedro acarició el rostro de Paula, la estrechó entre sus brazos haciendo una pausa, y luego añadió:
—Y entonces apareciste tú. Te preocupaste por mí desde el principio, constantemente... —continuó enterrando su rostro en el cabello de Paula, imaginando qué habría sido de su vida si ella no se hubiera empeñado en ayudarlo ni hubiera fingido ser su mujer.


—Entonces, ¿me has perdonado? —preguntó Paula en un susurro volviendo la cara para mirarlo.


—A ti y a Frankie, a los dos —sonrió—. Es un buen chico, ¿verdad? Ha construido este lugar sólo para mí.


—¡Dios, por fin has aprendido algo de todo esto! —comentó Paula mirando a su alrededor—. Pero lo que sigues sin entender es que Frankie ha construido esta cabaña para que te escondieras de mí, y eso no me parece particularmente noble —añadió Paula sorbiéndose la nariz.


—Es que no estás razonando como un chico de ocho años —contestó Pedro sonriendo.


—No, supongo que no. Pero si la construyó para eso, ¿qué estoy haciendo yo aquí, dentro de sus sagrados límites?


—Estás aquí porque yo tampoco razono como un chico de ocho años —contestó Pedro.


—Supongo que eso significa que me quieres.


—Siempre te he querido —sonrió Pedro—, desde el mismo momento en que te vi, y tú lo sabes —confesó mirando sus enormes ojos marrones —. Ya es hora de que deje atrás el pasado y emprenda el futuro sin miedos, Paula. Comencé a hacerlo ayer con mi padre, gracias a ti, y ahora quiero hacerlo contigo... si tú lo deseas.


El rostro de Pedro estaba tan lleno de inseguridad y temor a que ella dijera que no, que Paula tuvo que acercarse y besarlo. Y al hacerlo, lo supo.


El amor podía suceder dos veces en una sola vida, pensó.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario