lunes, 2 de abril de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 35




Mientras Frankie bajaba de la cabaña, Pedro tuvo tiempo para pensar en las lágrimas que acababan de salir de sus ojos y en qué hacer con Paula. El chico le había hecho comprender que se podía cuidar de alguien en un sentido profundo. Si Paula subía, ¿sería capaz de enseñarle tanto amor como Frankie?, se preguntó.


Medio minuto más tarde, Paula asomó la cabeza en la cabaña. Miró a su alrededor sujetando la escalera y frunció el ceño.


—No estarás pensando en empujarme, ¿verdad?


Pedro dio unas palmaditas sobre el suelo a su lado para que se acercara. Su expresión era indescifrable. Paula le había oído echarse a reír unos minutos antes, y esperaba que se le hubiera pasado el enfado. Sin embargo estaba muy pálido, pensó, quizá esperara demasiado.


—Está bien, está bien —añadió subiendo a la cabaña y sentándose a su lado—. Sé que estás enfadado conmigo...


—Espera un momento —la interrumpió Pedro arrodillándose y mirando para abajo por encima de la pared de cartón—. La función se ha terminado, señores. Frankie y su hermano construyeron esta casita con materiales prestados del vecindario, y yo mismo los devolveré a sus legítimos propietarios cuanto antes. Aquí no queda nada más que ver.


Hasta Paula pudo escuchar los murmullos de descontento entre los vecinos que habían seguido la persecución desde sus casas y que comenzaron a dispersarse. Finalmente, cuando Pedro y ella escucharon por fin el canto de los pájaros y el murmullo de las hojas de los árboles, él se sentó y se quedó mirándola.


Durante toda la carrera, Paula había estado pensando en cuánto deseaba que Pedro permaneciera en su vida y cuestionándose por qué había estado ocultándose a sí misma aquél amor tan poco parecido al que había sentido por Ramiro. De pronto, mirando a Pedro, comprendió la razón.


Hasta ese momento no había encontrado a nadie que la necesitara realmente. Toda su vida había hecho lo que le convenía a otras personas, exceptuando a Ramiro. Sus padres la ignoraban excepto cuando discutían y la llamaban para que se pusiera del lado de uno de los dos. Sus novios tampoco parecían echarla mucho de menos cuando no estaba, y siempre temía quedarse sola cuando aparecía alguien interesante. Paula no había encontrado nunca el amor porque siempre buscaba fuego en los ojos de un hombre, siempre esperaba sentir una pasión arrebatadora, siempre buscaba la otra mitad de su naranja.


Contemplándose el uno al otro, Paula comprendió por fin que la intensidad que siempre veía en los ojos de Pedro no era otra cosa que amor. Él la deseaba, y ella lo deseaba a él, pensó. Los sentimientos que había albergado por Pedro habían sido siempre distintos de cualquiera otros sentimientos que jamás hubiera experimentado: eran ardientes y apasionados. Hacían que su corazón latiera acelerado y que su cuerpo temblara de deseo. El era su pasión, recapacitó. ¿Pero significaba ella lo mismo para él? 


Y si era así, ¿cómo podía convencerlo?, se preguntó.


—Tengo la estúpida costumbre de tratar de remediar todos los males, Pedro, necesito que la gente me necesite —explicó Paula a borbotones—. Siento mucho haber interferido en tu vida, pero sé que hice bien. Tú necesitas a tu padre, sólo que no confías en él. Él antes era otro hombre. Han pasado muchos años, Pedro. ¿Crees de verdad que serás el mismo dentro de veinte años? Espero que no, lo espero más que nada en el mundo. Desearía que fueras más amable, más prudente, menos crítico.


—¿Paula? —ella abrió inmensamente los ojos y calló—. No puedo decir que me gusten esos juicios sobre mi carácter —contestó Pedro con una ligera sonrisa—, pero ahora estoy bien con mi padre. Lucas y yo hemos hecho las paces.


—¿En serio?


Pedro asintió. Acercó una mano a su rostro para acariciar su cabeza y dejó que sus dedos resbalaran por el suave cabello, provocando en ella todo tipo de sensaciones.


—¿Y qué me dices de nosotros, Pedro? —preguntó Paula en voz baja.


—Siempre he temido hacer infeliz a una mujer como tú, tan generosa y tan llena de amor, porque siempre he pensado que acabarías por desear a un hombre que pudiera sentir.


—Tú sientes muchas cosas por mí desde que hicimos el amor, Pedro, sólo que no quieres admitirlo.


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