lunes, 26 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 12




Estaba demasiado desanimado como para estar solo, se dijo Pedro. Paula sería una buena compañía. Ella dio la vuelta a la celosía y se sentó a su mesa. Llevaba una falda corta y vaporosa con un top ceñido al pecho. Pedro estaba preparado para ver aquel cuerpo excitante, pero no para la amplia sonrisa que esbozaron sus labios y que le produjeron un intenso calor.


Paula se deslizó en el asiento. La compañía era distinta, pero el problema seguía siendo el mismo, se dijo Pedro. ¿Qué iba a hacer con respecto a lo de su esposa?, se preguntó. No podía concentrarse. La fragancia del perfume de Paula y la visión de su escote lo atraían demasiado.


—Paula, tienes que dejar de seguirme —dijo en un tono cansado.


—Te avisé de que me convertiría en tu peor pesadilla.


—Sí, bien, pero ahora que ya sabes a qué he venido a Bedley Hills esto tiene que terminar.


—No, sólo acaba de empezar —contestó ella mientras su sonrisa desaparecía—. Si me permites que te dé un pequeño consejo, Pedro, creo que tus razones para casarte no son muy buenas.


Pedro se reclinó en el asiento y la miró sin sonreír del todo. De modo que Paula creía que quería casarse en serio, pensó.


—Y supongo que tú lo sabes todo sobre el matrimonio.


—En realidad sí —sonrió—. Tengo un título de asistente social, y me especialicé como consejera matrimonial. Estuve trabajando en eso durante tres años. ¿Qué te parece?


—Y entonces, ¿por qué trabajas ahora en una tienda? —preguntó Pedro olvidando por un momento sus problemas.


—Porque tras la muerte de mi marido trabajar como consejera matrimonial me resultaba demasiado deprimente —confesó Paula respirando hondo.


—¿Cuánto tiempo hace que murió?



—Tres años. Tuvo un accidente de coche.


La sonrisa de Paula se había desvanecido. Pedro hubiera querido alargar una mano y consolarla, pero no se atrevió. 


¿Acaso estaba comenzando a sentir algo más por Paula que puro deseo?, se preguntó. ¿Era compasión? No estaba seguro, aquel sentimiento le resultaba demasiado poco familiar.


—Lo siento —dijo en su lugar, desconfiando de sus propias emociones—. ¿Y cómo es que no has vuelto a casarte? No me digas que nadie te lo ha pedido.


Paula contuvo la respiración ante la intensidad de la mirada de Pedro. Si era correcto lo que creía ver en sus ojos, Pedro sentía verdadero interés por conocer la respuesta. Se acercó a él, pero él se retiró.


—Tuve citas durante una temporada, pero al final llegué a la conclusión de que nunca surge el amor dos veces en la vida de una persona. Yo tuve un compañero perfecto, pero se fue y... se acabó —añadió haciendo un gesto con las manos—. Eso es todo. Fue mi última oportunidad.


Pedro pensó que Paula no se estaba lamentando por la pérdida de su marido, sólo se resignaba ante la falta de amor. Era una sensación que él mismo conocía, reflexionó. 


Nunca confiaría en el amor.


—Tienes razón, yo diría incluso que hay personas destinadas a no enamorarse nunca.


—En cambio yo prefiero pensar que siempre hay alguien ahí fuera, alguien perfecto —contestó Paula seria—. Y esa es la razón por la que debes de esperar, Pedro. Tú aún no has tenido tu oportunidad. Por favor, no destroces tu vida casándote sólo para demostrarle algo a tu padre.


—Pero si no voy a casarme —respondió Pedro. Tenía que decirle la verdad, pensó. Paula estaba tratando de ayudarlo sin pretender nada a cambio—. Sólo estaba entrevistando a Tisha, quería contratarla para que se hiciera pasar por mi mujer.


—¿Ibais a fingir que estabais casados? —repitió Paula boquiabierta. Pedro asintió—. ¡Pero eso es horrible!


—¿Por qué? Sólo era para una semana, y estaba dispuesto a pagarle. Dinero contante y sonante —contestó Pedro a la defensiva.


De pronto tuvo la sensación de que ese mismo argumento ya lo había utilizado. Sí, recordó, cuando el incidente de Frankie. Nunca antes había tenido que defenderse ante nadie, recapacitó. Explicarse sí, pero nunca defenderse. 


¿Por qué entonces se molestaba en hacerlo ante una mujer que se había convertido en su sombra?, se preguntó. Paula seguía mirándolo atónita.


—¡El dinero no es la respuesta a todos los problemas! —exclamó—. Esa es la causa de que el mundo vaya mal, nadie se toma en serio el matrimonio. ¡El matrimonio es sagrado!


—¿En serio? Ve y cuéntaselo a mi padre.


Pedro parecía triste y perdido, se dijo Paula. Su aspecto debía de ser muy semejante al del niño pequeño al que su padre había abandonado. Paula tomó su mano y dijo:
—Lo siento, Pedro.


Del contacto y de la forma de Paula de mirarlo nació entre ellos un sentimiento de unión. Ella supo entonces que no sólo sentían deseo el uno por el otro, sino que había algo más que compartir. Pero lo que sentía por Pedro no podía ser amor, recapacitó. En primer lugar porque apenas lo conocía, y en segundo porque conocía el amor. Conocía ese sentimiento, y no era eso exactamente lo que sentía por Pedro. Sencillamente no lo era, pensó. Soltó su mano y añadió:
—Sé que lo que hizo tu padre fue terrible...


—No sabes ni la mitad —la interrumpió Pedro con la mandíbula tensa. Un chorro de palabras salió de su boca sin que se diera cuenta—: A mi hermano y a mí nos separaron cuando yo tenía once años, y nadie quiso decirme a dónde se lo habían llevado. Me pillaron en los archivos del juzgado cuando fui a buscar su dirección, y me etiquetaron de «mala pieza».


Pedro, lo siento... —susurró Paula volviendo a tomar su mano.


Pedro se agarró a ella como si su vida dependiera de ello.


—Conseguí salir adelante, pero nunca aceptaré el hecho de no volver a ver a mi hermano. No puedo encontrarlo. Nunca me había sentido unido a nada ni a nadie, hasta el año pasado, cuando me escribió mi madre — «y hasta conocerte a ti, Paula», añadió Pedro en silencio.


¿Pero por qué ella?, se preguntó. ¿Por qué se fijaba en una mujer que merecía algo más que un hombre que no sabía qué era el amor?


—¡Oh, Pedro! —exclamó Paula con los ojos llenos de lágrimas.


—Eso fue lo que consiguió mi padre cuando nos abandonó —añadió respirando hondo y recuperando el control.


Pedro alargó un brazo para enjugar las lágrimas del rostro de Paula. Escuchó cómo contenía la respiración mientras él la tocaba, y casi sintió la energía eléctrica que hacía vibrar el aire a su alrededor. No quería mirarla a los ojos, tenía miedo de quedar atrapado para siempre en ellos, de modo que los bajó. Pero fue un grave error. El escote de Paula, que ya antes había contemplado, lo conquistó.


Nunca había sido tan incapaz de controlar sus propias emociones como en ese instante. Al menos desde la adolescencia, pensó. El sentido común le ordenaba alejarse cuanto antes de aquella mujer. ¿Por qué seguía ahí sentado, esperando reunir el coraje suficiente para pedirle que compartieran la cama?, se preguntó.


—No te preocupes, Paula, ya no soy ningún niño.


—Ya me he dado cuenta —contestó ella sonriendo.


—¿Estás tratando de ligar conmigo? —preguntó Pedro.


—No, no es cierto —protestó Paula. Sin embargo sabía que no podía engañar a ninguno de los dos. Sacudió la cabeza dejando que los pendientes se balancearan de un lado a otro y añadió—: Deberías pedir ayuda.


—¿Es que no es suficiente con tu consejo? —bromeó Pedro.


—Por mucho que pienses lo contrario, eres una persona extraña —alegó Paula—. No quiero tener nada que ver contigo, sólo he venido aquí para asegurarme de que no eres un elemento perturbador en el barrio, y ahora que lo sé, no hace falta que volvamos a vernos. Además —añadió sin moverse de la silla—, yo sólo soy consejera matrimonial.


—No necesito que nadie me diga que estoy loco, sólo estoy enfadado —se defendió Pedro—. En cuanto consiga demostrarle algo a mi padre me olvidaré del pasado y lo dejaré atrás, donde debe estar.


Paula sabía que Pedro se estaba engañando, pero no se atrevió a decirlo. Estaba demasiado ocupada pensando en la importancia que Pedro parecía darle a cada una de sus palabras, observando su cabello sedoso y suave... Se aclaró la garganta.


—De modo que no es cierto que estuvieras en prisión —comentó—. Estás en las fuerzas aéreas.


Pedro recordó entonces el incidente de las cicatrices. A las mujeres siempre les gustaba cierta dosis de misterio, recapacitó. Si conseguía hacerle creer algo interesante sobre él quizá siguiera espiándolo, se dijo. Al menos una noche más.


—Sí, las fuerzas aéreas —repitió asintiendo—. Es una buena tapadera, ¿verdad?


Pedro...


—No creerías que iba a contarle a Tisha toda la verdad, ¿no? Quiero decir, si ella hubiera sabido que me había escapado de la cárcel...


Paula se quedó mirando a Pedro y reflexionando. ¿Estaba tomándole el pelo?, se preguntó. ¿Acaso cambiaba de táctica con ella? Era incapaz de saberlo descifrando su mirada. Aquel hombre era un completo desafío, se dijo. 


Quizá lo que le había contado a doña Palo era mentira.


Pero no, recapacitó. Lo de su infancia tenía que ser cierto. 


Había demasiado fuego en su mirada mientras lo contaba como para ser falso. Incluso tenía la sensación de que en su interior había enterrado mucho más.


—¿Y cómo vas a seguir fingiendo que estás casado si vives en la misma ciudad que tu padre?


—No voy a quedarme mucho tiempo, sólo quiero demostrarle que soy feliz.


Aquella noticia la desilusionó. Pedro se iba de la ciudad, pero no le importaba, se dijo.


—Bueno, ahora que sé que no eres una amenaza y que nadie puede ayudarte creo que ha llegado la hora de dejarte solo para que continúes con tu propia destrucción —dijo Paula poniéndose en pie.


—Por favor, quédate —rogó Pedro poniéndose en pie también y agarrándola del brazo.



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