viernes, 23 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 1





No molestar.


Si, me refiero a ti.


Paula Chaves torció la boca en una leve sonrisa mientras sacaba la cabeza por encima de los arbustos que separaban su jardín del de Pedro Alfonso y leía el cartel que él había clavado a un árbol. No era de extrañar que su vecino no dejara de tener visitas molestas, pensó.


La primera había llegado mientras ella podaba esos arbustos que servían de línea divisoria de ambas propiedades. Había escuchado una voz masculina y había pensado que tenía que ser la de Alfonso. Le estaba advirtiendo terminantemente a alguien de que no quería ser molestado. 


Cinco minutos después, todavía en el jardín, Ian Simmons, un chico del vecindario de nueve años, se escabullía riendo por el agujero de los arbusto divisorios que Paula nunca conseguía hacer crecer. El chico había entrado en su propiedad y salía corriendo hacía la calle sin verla siquiera. 


Justo en ese mismo instante escuchaba una voz masculina y enojada maldecir desde la propiedad de Alfonso. Aquello había acabado por excitar su curiosidad. Llevo los trastos hasta la esquina de su jardín para disimular y saco la cabeza para mirar.


Tenía que ayudar a Alfonso, se dijo, tenía que decirle que alguien había estado saboteando su precioso cartel. Luego, de pie, tratando de no echarse a reír, lo considero. Al fin y al cabo era una adulta, se dijo, de modo que debía de respetar los deseos de su vecino. <<No molestar>>, ponía. Eso estaba muy claro. En otras circunstancias un cartel como ese no la hubiera detenido; siempre les daba la bienvenida a los nuevos vecinos, iba a verlos y les llevaba una tarta de limón, su especialidad. Sin embargo, aquel no era un vecino excepcional, ni siquiera era su tipo.


Aquel vecino era soltero. Eli Tuttle, el casero de ambos, un anciano octogenario que vivía en la misma manzana, más abajo, le había informado bien. Y por supuesto le había aconsejado que se diera prisa en cazarlo. En su opinión era una estúpida si no le ponía las manos encima y reclamaba su derecho de propiedad sobre él, porque Pedro era, físicamente, su clon exacto. Cuarenta años más joven, por supuesto, había añadido el casero. Paula, enojada ante aquel nuevo intento de Tuttle de emparejarla, le había contestado que era tan extraño que él tuviera un clon que seguramente tendría un precio por encima de sus posibilidades, de modo que ni siquiera iba a pujar por él. Así que, por su propio bien, se dijo Paula, era mejor mantenerse de aquel lado de los arbustos.


No era que estuviese absolutamente en contra de volver a enamorarse, insistió para si misma intentando justificarse en silencio. Durante algún tiempo, un año después de la muerte de Ramiro, había estado citándose con hombres. Sin embargo, tras un desastre seguido de unas cuantas citas mediocres, había llegado a la conclusión de que el amor verdadero era algo que solo sucedía una vez en la vida. Y después de aquello no había vuelto a citarse. Era mucho más sencillo, pensaba, de todos modos al final uno siempre acababa solo. Además, con la tienda para novios ya tenía ocupación bastante, se dijo. De ningún modo iba a darle la bienvenida a Don No Molestar.


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