miércoles, 14 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 39




Pedro se disponía a colocar la contraventana que había reparado la noche anterior cuando le pareció ver una sombra reflejaba en el cristal.


De forma instintiva, se armó con el destornillador, dispuesto a defenderse. 


Enseguida comprobó que se trataba de Paula.


La tensión le jugaba malas pasadas.


Estaba preciosa. Fresca y radiante tras el baño, su cabello resplandecía como el sol al amanecer. Parecía haber encontrado algunas prendas de Middleton y llevaba puesta una camiseta violeta que le servía de vestido. Se había anudado una corbata a la cintura, e iba descalza. Estaba tan hermosa que no podía apartar la mirada de ella. Sin duda, tenía las piernas más bonitas que había visto nunca. Pero lo que más le atrajo era la expresión de su rostro, tímido y sensual al mismo tiempo.


No sabía cuánta leña tendría que cortar para apartar su pensamiento de ella un solo instante. 


Se sentía un canalla por la forma en que se estaba comportando con ella. Sin embargo, lo único que deseaba era rodearla con los brazos y darle un largo y profundo beso. Deseaba que no fuese el caso Fitzpatrick el único motivo que los mantenía allí, juntos.


-Buenos días –saludó Paula-. ¿Te apetece una taza de café recién hecho? –preguntó acercándole una taza humeante.


-Gracias –contestó, aceptándola.


-No había muchas cosas en la cocina, pero he hecho una tarta de melocotón. Espero que al detective Middleton no le importe.


-No creo. Seguramente serán restos de la última vez que ha estado aquí.


-También he tomado prestada una de sus camisetas.


-Estoy seguro que tampoco le importará.


Se sentaron juntos en el porche a saborear el desayuno improvisado. Durante unos momentos se permitió de nuevo abandonarse al deseo que le provocaba Paula al moverse. Recordaba la forma en que sus dedos y sus labios habían recorrido su suave piel.



El sonido de un motor de coche a lo lejos interrumpió sus fantasías. Alertado, se preparó para poner a salvo a Paula en el interior de la casa. Pero enseguida reconoció el sonido del viejo Mercury de Bergstrom.


Cuando Pedro telefoneó a Javier la noche anterior para explicarle la situación, le pidió que Bergstrom lo reemplazase. Aquello era lo que Pedro quería, que alguien ocupara su lugar. No había conseguido pegar ojo en toda la noche sabiendo que Paula dormía a pocos metros de él, separada solo por una puerta cerrada. Y ahora que sabía realmente cómo la echaba de menos, dormirían separados una noche más, y otra y otra más hasta que sus vidas se separasen para siempre.


Ahora que Bergstrom venía para sustituirlo en la protección de Paula, Pedro empezó a sudar, nervioso por el poco tiempo que les quedaba juntos. No quería pensar en el trabajo ni en el caso, ni en qué era lo correcto. Quería a Paula. 


Deseaba que Bergstrom no hubiese sido tan puntual.


Paula respiró profundamente y sujetó con fuerza la taza de café para evitar que le temblase la mano. Se preguntaba cómo Pedro podía estar tan atractivo con la ropa arrugada y recién levantado. No era capaz de mantener una conversación educada y fría mientras tomaban el desayuno cuando lo que realmente habría querido hacer era darle un beso de buenos días y decirle que lo amaba. Pero probablemente no sería una buena idea.


La gravilla sonó como un viejo barco de madera al paso del coche. Paula tardó un momento en reconocer al hombre que se apeó del vehículo, pero cuando vio el cabello rubio y la amplia sonrisa de anuncio de dentífrico se dio cuenta de que era Piers Bergstrom, el policía que le había tomado declaración en el hospital. No sabía qué estaría haciendo allí.


Por supuesto, ahora se daba cuenta. Era la persona que reemplazaría a Pedro.


Su mente se aceleró. No debería haber dudado al ver a Pedro por la mañana; debería haberlo besado. Ahora le iba a resultar más difícil encontrar otra oportunidad.


Bergstrom sacó dos maletas el coche.


-Así es como disfrutas de tus vacaciones –dijo a Pedro mientras se dirigía hacia la casa-. Admiro tu dedicación, Paula.


-¿Alguna novedad sobre el sedán negro? –preguntó Pedro, frunciendo el ceño.


-Era robado, tal y como sospechabas.


Bergstrom dejó las maletas en el porche.


-Buenos días, señorita Chaves –añadió, dirigiéndose a Paula-. Volvemos a vernos.


-Hola.


Ella echó una ojeada a las maletas y reconoció una de ellas.


-¿Es mía esa maleta?



-Ayer telefoneé a Judith para explicarle la situación –dijo Pedro-. Ella se encargó de preparar una maleta con tus cosas.


-Tiene usted una cuñada encantadora –añadió Bergstrom-. Le manda muchos recuerdos.


-Gracias por recoger mis cosas –dijo Paula.


Él respondió con otra de sus espléndidas sonrisas.


-Ha sido un placer, aunque personalmente, opino que está usted muy guapa con esa camiseta. Esta ropa nunca lució así en Middleton.


Paula se estiró el borde de la camiseta hacia abajo, sintiéndose molesta por el comentario. No le había importado que Pedro pudiera contemplar sus piernas, pero Bergstrom era diferente.


-Gracias.


El policía inhaló profundamente, con exagerado placer.


-¡Qué delicioso aroma! –exclamó.


-Estábamos desayunando. Hay una tarta de melocotón y café recién hecho.


-¿Quiere un trozo de tarta y una taza de café?


-Me encantaría.


-¿Has traído provisiones? –preguntó Pedro. Aquí apenas hay nada.


-Creía que tú te habías hecho cargo de eso.


Paula se acercó con una taza para Bergstrom.


-Sírvase usted mismo. Tiene de todo en la bandeja.


-¿No me va a acompañar? –inquirió sonriente.


-No. Creo que iré a cambiarme.


Bergstrom se adelantó y tomó la maleta de Paula.


-Yo se la subiré, señorita Chaves. ¿Qué dormitorio está utilizando?


-El de la cerradura –dijo Pedro-. Tú te quedarás en el sofá.


-¿Pretendes que duerma en un sofá? Ni lo sueñes.


Pedro se adelantó un escalón y se paró delante de Bergstrom.


-Quiero hablar contigo.


-Más tarde.


-No, Berg.


Paula le quitó la maleta y abrió la puerta del dormitorio.


-Voy a deshacer la maleta.


Tan pronto como la puerta se cerró a su espalda, Paula pudo oír la voz de Bergstrom. A juzgar por su tono, parecía que hablaban de trabajo.


-Te he traído la pistola de repuesto, Alfonso. Está en la otra maleta.


-¿Por qué? ¿Te has metido en mi casa?


-¿Cómo esperabas si no que te hiciera el equipaje?


-¿Qué quieres decir? –preguntó Pedro.


Paula acercó el oído a la puerta, intentando escucharlos.


-Mientras estabas de vacaciones, los demás hemos estado trabajando sin parar para Javier. Ahora nos toca un descanso del caso.



-Me alegro –dijo Pedro tras un breve silencio.


Paula se preguntó a qué se refería Pedro. No sabía si se alegraba porque se iban a tomar un descanso, lo que significaba que el caso estaba prácticamente cerrado, o porque Bergstrom no se iba a quedar. En realidad, no le importaba. La otra maleta era el equipaje de Pedro. Al final, no se iría. Pasarían más tiempo juntos.


Considerando las circunstancias y la amenaza de Fitzpatrick, no debería sentirse tan contenta. 


En realidad, nada había cambiado. Pedro continuaba siendo inalcanzable. La relación entre ellos seguía siendo provisional. Sencillamente, el final se había aplazado.


Paula pensó en la maleta encima de la cama y abrió la cremallera. Se quedó sorprendida por lo que vio en su interior. Tenía que haber un error. 


Aquélla no era su ropa. Allí estaban el vestido azul que Judith y Geraldine la habían obligado a comprar y la bata de seda que solía ponerse en las noches muy calurosas, pero no reconocía los pantalones cortos ni el top. Los tomó con la mano y los observó. Parecían de su talla, pero ella nunca escogería algo así.


Nerviosa, sacó el resto de las cosas. Había unos vaqueros ceñidos, un par de vestidos de verano, maquillaje y lencería que no podía reconocer. 


Todo era de su talla, pero no era suyo.


Evidentemente, su romántica y casamentera cuñada había previsto lo necesario para potenciar la situación.


Su mano topó con una pequeña caja de cartón. 


La sacó y leyó la etiqueta: Dos docenas. Extra grande. Lubricados. Calidad garantizada.


Paula se dejó caer en la cama y, por primera vez en varias semanas, soltó una carcajada.




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