domingo, 18 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 7





Pasaron dos semanas sin saber nada de Paula, y Pedro estaba cada vez más malhumorado. La noche anterior le había protestado a una de las camareras simplemente por servirle un whisky con hielo en lugar de un whisky solo, y por llevar el pelo teñido de rojo y con un peinado que le recordaba a Paula.


Aquello tenía que terminar, pensó mientras apretaba el volante de su coche.


Era evidente que ella no iba a volver pronto a su bar, teniendo en cuenta que durante los últimos trece días, cuatro horas y veintisiete minutos no había sentido ninguna necesidad de hacerlo.


Lo que quería decir que, o bien se olvidaba de ella, o tomaba otras medidas para encontrarla.


Bueno, para ser sincero, había intentado olvidarla. Había bebido, no mucho más de lo habitual en actos sociales, pero lo suficiente como para que los empleados del bar lo empezaran a mirar con curiosidad.


Había ido al gimnasio con su mejor amigo, Marcos, para cansarse y borrar su frustración con el cansancio del deporte, y sobre todo, pegando contra un saco de boxeo con los guantes.


Nada le había servido.


Y lo peor de todo. No había vuelto a tener sexo con nadie desde que Paula había desaparecido. 


Ella había eliminado su deseo por cualquier otra mujer.


Las mujeres del bar coqueteaban con él en cuanto lo veían. 


Y hasta se había permitido un poco de coqueteo con ellas. 


Pero se había dado cuenta de que lo había hecho por costumbre, sin un interés real.


Estaba tenso y enfadado. Lo que necesitaba era liberar tensiones con un encuentro físico con alguien. Pero lo cierto era que con la única que quería acostarse era con cierta mujer pelirroja y menuda llamada Paula Chaves.


Como si sus pensamientos la hubieran convocado, la vio materializarse en las escaleras de la biblioteca de la ciudad.


Le parecía que era Paula, al menos.


Frenó el coche, y luego se dio cuenta de que estaba en medio del tráfico de Georgetown. 


Levantó el pie del freno y pudo, al menos, evitar que el coche que tenía detrás chocase con él.


Miró nuevamente hacia la biblioteca.


¿Dónde diablos estaba ella? ¿La había vuelto a perder? 


«No», se dijo. Allí estaba, caminando por la acera.


Miró hacia atrás para tenerla a la vista hasta que encontrara un sitio donde aparcar. Se metió en el primer sitio que vio.


Salió de su Lexus plateado y puso monedas en el parquímetro.


Corrió por la calle tratando desesperadamente de no perder de vista a la mujer que le parecía que era Paula.


Estaba distinta. Su cabello era moreno en vez de pelirrojo. Le caía sobre los hombros en lugar de llevarlo despejado de la cara.


Su ropa también era más seria. En lugar de aquel vestido ajustado a sus curvas, llevaba uno estampado con florecillas, holgado, que le llegaba hasta las pantorrillas. Sus zapatos bajos llamaron su atención. Eran sandalias marrones.


Parecía… más terrenal, más sencilla con aquel aspecto. Y, sorprendentemente, a Pedro no le pareció menos atractiva.


Casi la había alcanzado, pero mantuvo la distancia, porque quería estar seguro de que aquélla era Paula, y no alguien que se le parecía mucho. También sentía curiosidad por saber adónde iba. Y la única forma de saberlo era seguirla.


A unos seis u ocho bloques de allí, ella giró en la entrada de un edificio de ladrillos marrones. Pedro se detuvo a la entrada, y vio que era un complejo de apartamentos, y entró antes de que la puerta de seguridad se cerrase.


Pedro pasó por delante de unos buzones que había a la derecha del portal y subió una escalera de roble, tratando de no hacer ruido, mientras oía los pasos de Paula por encima de él.


Se tomó su tiempo. No quería alcanzarla tan pronto.


En la tercera planta oyó que el ruido de sus pasos cambiaba de dirección. Pedro empezó a subir los escalones de dos en dos para poder ver en qué apartamento entraba. De perfil, mientras la observaba meter la llave en la cerradura, se parecía más a la Paula que él conocía, a pesar del cambio de aspecto.


Su corazón se aceleró ante la idea de volver a estar cerca de ella. Esperaba que al menos se alegrase de verlo, lo que era cuestionable, teniendo en cuenta el modo en que se había marchado de su apartamento, y que no había intentado ponerse en contacto con él.


Lo que le hizo preguntarse, no por primera vez, por qué él estaba tan obstinado en seguirle el rastro. Esperaba que sólo fuera un caso de orgullo herido, puesto que ella había sido la única mujer con la que había tenido una aventura que no había intentado que la relación con él fuera más que un ligue de una noche.


En el momento en que ella entró en su apartamento, Pedro caminó en dirección a él y levantó una mano para llamar a la puerta.



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