domingo, 18 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: CAPITULO 6




Con un bostezo, Pedro se despertó.


Dios. Se sentía bien. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan fresco.


Probablemente tuviera algo que ver con Paula. 


Sonrió pícaramente al recordar su cara, sus ojos asombrados, y todo lo que habían hecho durante la noche.


Como norma, no dejaba que las mujeres se quedasen a dormir en su cama. Las llevaba a casa.


Pero con Paula… La idea de pedirle que se marchase no se le había ni cruzado por la cabeza. Al contrario, había estado dispuesto a inventar razones para que se quedase, si ella hubiera querido irse. Y después de haber hecho el amor dos o tres veces, había estado contento de dormir con ella en sus brazos.


Con suerte, tal vez ella aceptase otro round aquella mañana. 


Deslizó la mano por el colchón para tocar su cabello rojizo, o sus suaves pechos. Pero ella no estaba allí.


Pedro pestañeó para aclararse la visión y registró la cama con la mirada. Ella no estaba a su lado. Se incorporó y vio su ropa tirada en un sofá. 


La ropa de Paula no estaba.


Sonrió. Seguramente se habría despertado antes que él y habría ido a la cocina a preparar el desayuno. Su estómago se quejó de hambre. 


No era mala idea.


Se levantó y se puso el pantalón de un pijama de satén negro. Luego salió descalzo de la habitación hacia el salón y la cocina.


Se detuvo en medio del pasillo tratando de escuchar señales de la presencia de Paula. El abrir y cerrar de un armario, el ruido metálico de cubiertos. Pero hubo un silencio sepulcral. 


Si Paula estaba allí, estaba tan callada como un fantasma.


Pero ella se había ido.


Después de mirar en todo su apartamento volvió a la cocina a preparar una taza de café.


Era una pena que Paula no estuviera allí. 


Podrían habérselo pasado muy bien aquella mañana. Podría haberla llevado a desayunar fuera, o demostrarle sus habilidades culinarias haciendo una de sus famosas tortillas francesas. 


Y además, podría haberle hecho otra vez el amor.


Cuando vio la nota sobre la encimera, sintió una punzada de pena, seguida de irritación.


Gracias por hacer de mi cumpleaños un día especial, ponía la nota.


Ni siquiera se había molestado en firmarla.


Pedro juró entre dientes mientras arrugaba la nota en su mano y la tiraba en dirección al cubo de basura. La bola de papel chocó contra la pared y cayó detrás de un armario.


¿Por qué le molestaba tanto aquello? 


Generalmente le gustaba despertarse solo después de una noche de sexo.


Pero podría haberle dicho «adiós» personalmente; podría haberle dado su número de teléfono, o podría haberle dicho dónde vivía. ¿Cómo iba a poder encontrarla sin más datos personales?


«¿Encontrarla?», pensó. ¿Desde cuándo él quería ver a una mujer más de una vez, a excepción de a su exesposa?


Tampoco le ayudaba el saber que era virgen. 


Era posible que ella pensara que él no se había dado cuenta, pero él lo había notado. Había notado su tensión, y cuando él se había adentrado en ella completamente, ella se había puesto rígida y la había visto morderse el labio inferior para evitar gritar.


Se preguntaba por qué no se lo había dicho antes de que las cosas llegaran a ese punto. Él no había sido rudo con ella, pero habría sido aún más suave si lo hubiera sabido. Lo habría hecho más despacio.


Y luego se preguntó si aquél no habría sido el motivo de toda aquella historia. ¿Era por eso por lo que le había agradecido el haber hecho un día especial de su cumpleaños?


Casi se había marchado con aquel tipo. Y luego había aceptado de buen grado que él la llevase a su casa. ¿Habría sido ése el plan desde el principio? ¿El buscar a alguien que le quitase el peso de su virginidad?


No estaba seguro de qué edad tendría. Pero parecía demasiado mayor para no haber estado nunca con un hombre. Sobre todo con ese cuerpo, ese pelo, y ese aspecto de mujer atrevida.


Pero si sus sospechas eran ciertas…


Se sintió utilizado.


Era curioso sentirse así siendo un hombre que había tenido tantas relaciones de una sola noche. Y no le gustaba en absoluto.


Sacó la nota de Paula de detrás del armario y la alisó.


Entonces, quizás fuera él quien la buscase. 


Había unas cuantas preguntas que querría hacerle si algún día se encontraba con ella. 


Seguramente volvería algún día a su club. No tenía más que poner en guardia a los empleados del club para que le avisaran si veían a aquella mujer menuda de ojos de color chocolate y una risa que derretiría los huesos de cualquier hombre.


Con ese pensamiento, puso la cafetera y se marchó a su dormitorio a ducharse y vestirse. Si iba temprano al club podría ponerse al día con el trabajo de oficina que tenía atrasado, así como hablar con los empleados a medida que fueran llegando, para que estuvieran pendientes de Paula.


La encontraría. Y entonces tendrían una conversación.




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