domingo, 11 de febrero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 33




Una empresa de Dallas quería hacerle una entrevista de trabajo.


—¿Texas? —le preguntó su madre—. ¿Por qué quieres irte a Texas? ¿No te gusta California?


—El tiempo no cambia nunca.


—Ya. Bueno, en Texas sí que cambia. En invierno te hielas y en verano te asas. ¿Es eso lo que quieres? ¿Y qué hay del trabajo que tienes ahora? Pensé que te gustaba.


Paula dejó de discutir, se estaba quedando sin excusas, sin mentiras que contar.


¿Por qué tenía que haber sido a Pedro Alfonso a quien le había dicho aquella primera y horrible mentira?


¿Por qué tenía que haberse enamorado de él? Estaba totalmente, irrevocablemente enamorada. Las relaciones, los flirteos de los que había disfrutado con otros hombres, no eran nada comparados con lo que sentía por Pedro, algo totalmente nuevo que nunca volvería a experimentar. Era un sentimiento tan profundo, una pasión tan plena, que quería agarrarse a ella y no abandonarla nunca.


Pensó en su vida sin Pedro y el significado de las palabras del poeta adquirió más significado que nunca: «Reirás, pero no con toda tu risa. Llorarás, pero con todas tus lágrimas».


¿Cómo había logrado Pedro absorber su vida de una forma tan completa? No dejaba de pensar en él ni de día ni de noche. Caminaba a su lado incluso cuando estaba sola. Y cuando estaba entre sus brazos, cuando la besaba...


Sexo. Su abstinencia no se debía sólo a principios morales. 


Nunca antes había querido a un hombre con cada fibra de su ser, nunca había deseado tanto dar y recibir, rendirse plenamente al exquisito deleite de la unión completa con otro ser humano. Nunca hasta que había conocido a Pedro. Lo amaba y lo deseaba.


Pero cada vez que estaba a punto de unirse a él, surgían ante ellos todos aquellos dólares, cuatrocientos mil.


Como un muro de ladrillo, sus mentiras se alzaban ante ellos.


Texas o Timbuctú, pero tenía que irse. E hizo planes para ello.


Sí, mientras estaba cerca de ella, tenía la tentación de agotar cada momento de placer con él. Pero cuando le sugirió pasar un fin de semana en Monterrey con el yate para celebrar su cumpleaños, se quedó de piedra.


—¿Cómo sabías que era mi cumpleaños?


—Me lo dijo Angie.


—Angie es una bocazas.


—Mejor para mí —replicó Pedro. A no ser por Angie estaría más sumido en la oscuridad de lo que ya estaba—. Bueno, ¿cuál es tu respuesta?


—No lo sé.


Sola con él en el yate. Un fin de semana.


—Oh, vamos. Será divertido. Angie y su amigo no podían venir, pero he invitado a otra pareja.


Otra pareja. No habría espacio para la intimidad, pero estaría con Pedro.


—Claro, suena muy divertido.


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