jueves, 8 de febrero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 22




Lo vio al cabo de pocos días.


Si Paula tenía algunas reservas, se decía Pedro, debía comprenderlas y no presionarla. En cualquier caso, no podía estar lejos de ella. 


Fuera quien fuese, el caso era que lo había embrujado y lo que sentía por ella iba más allá del deseo.


Había mirado a Paula Chaves a los ojos y había visto en ellos honestidad, sinceridad y firmeza. 


En muchos momentos llegaba a dudar de que Deedee Divine y ella fueran la misma persona. 


El brillo dorado de su pelo iluminado por el sol, el flequillo que no dejaba de apartarse de la frente. El color y el rizo de aquellos cabellos no podían ser falsos. Había pelucas, pero la melena morena de Deedee Divine también le había parecido natural, llena de gracia: Sonrió. En realidad todo lo que ella hacía era natural y lleno de gracia. Mover las piezas de ajedrez, acariciar a su gato o caminar. Gracia y encanto, aunque se limitara a estar de pie en el puente de su yate mientras éste se mecía sobre las olas.


Una noche, llevó a Paula a una cena en casa de su madre.


—Es una mujer deliciosa —le dijo su madre más tarde—. Se sentía como en su casa con toda esa gente que acababa de conocer. Y es tan vital que ha encantado a todo el mundo.


—Sí —dijo él complacido. Incluso al tío Juan, pensó.


Se había fijado en ellos cuando su madre los presentó: «Mi hermano, el señor Goodrich»; y estaba casi seguro de haber detectado cierta conmoción. Pero incluso así, Paula se había recobrado al instante y se quedó mirando al tío Juan con una mirada deliciosa.


—Es encantadora —le dijo a su madre.


Su madre asintió.


—Decididamente una chica nacida en martes.


—¿Nacida en martes?


—Oh, ya conoces la canción, «Las chicas nacidas en martes son las chicas más deliciosas». Seguro que nació en martes.


Pedro pensó que no sabía cuándo ni dónde había nacido. Tampoco sabía quién era en realidad. No importaba el pelo, sus ojos no podían negarlo, ni los hoyitos de sus mejillas, ni el sonido de su voz. No había duda de que era la bailarina que había seducido a su sobrino y le había mentido a él.


Pero era también Paula Chaves. Unos versos del poema de su padre no se apartaban de su mente:


... dentro de sí alberga el centro del mundo.
Una mujer
tierna, sensible, suave y sincera


Por supuesto que era sensible y suave, pensó, recordando cómo lo había excitado, elevando su deseo hasta estar a punto de perder el control.



Y sincera. Sí, apostaría su vida a que Paula era sincera. Tenía que haber una explicación para lo que había hecho. Había quedado tan enfrentado a Deedee Divine que, por supuesto, Paula era reticente a sincerarse con él. Cuando se conocieran más, cuando supiera que podía confiar en él, se lo diría. O al menos eso esperaba. 


Y eso hizo. Decidió esperar





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