viernes, 12 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 4





—A ti te da igual —le instó en tono beligerante un hombre encorvado al que le temblaban las manos—. Te pagan para estar ahí sentada todo el día. Yo he tenido que tomarme la mañana libre y ahora parece ser que no van a recibirme.


—Lo siento, señor Hansen. Ha sido una mañana muy complicada —dijo Paula, intentando tranquilizarlo con una sonrisa comprensiva.


El hombre suspiró y volvió a su asiento en la abarrotada sala de espera.


Paula volvió a respirar. Todavía no era la hora de la comida y ya le dolía la cabeza debido a la tensión.


Se había presentado voluntaria para trabajar dos días enteros en la recepción en la Elpis Free Clinic, y a veces, a pesar de ser poco caritativo, le resultaba un tanto pesado tratar con personas enfermas. Pensando que no la veía nadie, hundió un momento la cabeza entre los brazos.


Detrás de ella, el reverendo Russ Parsons apoyó la mano en su hombro. Paula se incorporó.


—Debías haberle dicho que aquí no cobramos ninguno. Ni los médicos, ni las limpiadoras, ni el personal administrativo, ni nuestra guapa recepcionista.


Paula rió.


—¡Menuda recepcionista! Hay días que no tengo don de gentes.


—Lo importante es que lo intentes —comentó él tomando unos folletos de encima del mostrador y tendiéndoselos—. ¿Por qué no le das algo de información acerca de nuestros cursos?


Ella tomó los folletos y se reprendió por no haberlo pensado antes.


Además de la clínica gratuita, la Fundación Elpis, que ella había contribuido a crear un año antes, ayudaba a la parroquia de Russ a identificar familias con grandes problemas económicos. También daba varios cursos de autoayuda. Paula estaba muy orgullosa de los avances que habían realizado en tan poco tiempo, pero su falta de experiencia laboral evidenciaba en qué había empleado su tiempo hasta hacía poco.


—¿Todavía vamos a trabajar en el albergue este fin de semana? —le preguntó Russ antes de salir por la puerta.


Paula asintió con entusiasmo. Hacía poco tiempo que había comprado un viejo albergue en Marlborough Sounds, en la parte más alta de South Island. El albergue llevaba años sin funcionar y estaba en muy mal estado, pero con los voluntarios de la parroquia, esperaba adecentarlo para las familias del programa que nunca se iban de vacaciones.


—¿Cuántos van a venir? Es para comprar los billetes del ferry.


—Diez. Es el viernes por la tarde, ¿verdad? Yo tendré que volver en el último ferry del sábado, para estar el domingo en la parroquia.


¿El viernes por la tarde? A Paula le dio un vuelco el corazón. 


Negó con la cabeza y bajó la mirada, sintió que se ruborizaba.


—Lo siento, pero yo no podré ir hasta el sábado por la mañana —una cosa era la filantropía y otra quedarse sin ver a Pedro Alfonso, en especial, el día de su cumpleaños—. Mis padres están preparando algo para mi cumpleaños.


«Algo», para su padre, era una fiesta que costaba probablemente los ingresos anuales de cinco o seis de las personas que estaban en aquella sala de espera. No obstante, ese año, el de sus veintiséis cumpleaños, había convencido a Saul para que no se pasase.


—Puedes venir si te apetece —añadió, con la esperanza de que Ross declinase la invitación. Su padre no aprobaba el modo en que empleaba su tiempo y su dinero y temía que hiciese algún comentario inapropiado al reverendo.


Saul Chaves era un hombre de opiniones pasadas de moda e inflexibles, en especial en lo relativo a las mujeres, que debían ser protegidas y mimadas, pero no tomadas en serio en el mundo laboral.


—No me dejo la vida trabajando para que mi hija tenga que hacerlo también —solía comentar.


A pesar de que aquello la avergonzaba, se había pasado mucho tiempo, demasiado, aprovechándose de la situación, antes de darse cuenta de que era demasiado aburrido vivir como una princesa.


—Hablando de invitaciones —comentó Russ—. ¿No deberíamos estar dándole publicidad al baile benéfico y a la subasta que estás organizando? Sólo faltan un par de semanas.


Paula esperó antes de contestar, consciente de que el proyecto se apartaba de las actividades habituales que realizaba la parroquia para recoger fondos. La Fundación Elpis no era una organización religiosa.


—No es ese tipo de subastas, Russ. Es más… —intentó buscar la palabra adecuada. Si había algo que Paula conocía bien, era a la gente rica y las fiestas—… un acontecimiento. Será sólo con imitación y no habrá prensa.


Sabía cómo organizar un evento con clase, pero original al mismo tiempo, y había conseguido que aquél les saliese barato. Sólo tendría que pagar la orquesta, ya que el salón era gratis, por cortesía de un viejo conocido de su madre. 


Unos amigos habían accedido a correr con la iluminación y la decoración. Y había muchos «voluntarios» para trabajar de camareros, ya que la fiesta prometía merecer la pena. 


Todavía no estaba confirmado el champán, pero las cosas con el catering iban bien. Durante la noche llegaría un cargamento de pescado con patatas que sorprendería a los elegantes invitados por cortesía de un viejo galán cuya familia poseía una cadena de restaurantes de comida rápida. Paula era lo suficientemente conocida como para permitirse algo así.


—Todo está controlado —le aseguró a Russ—. Por el momento, me han confirmado su asistencia unas cien personas, y todavía queda tiempo.


Russ apretó los labios.


—Estoy seguro de que, si le damos publicidad, podríamos conseguir más.


—Russ, son cien personas con mucho dinero, son los que llevan las riendas del país. Confía en mí, a los ricos les gusta la discreción.


—¿Por eso no quieres tú poner tu nombre en ninguna de las buenas obras que haces?


Paula lo miró con dureza.


—A mí nadie me toma en serio. No quiero que nadie me asocie a la Fundación Elpis. Y ésa fue la principal condición cuando empezamos. Te aseguro que es lo mejor.


Famosa por ser famosa… Paula entró en la sala de espera decidida a conseguir caerle bien al señor Hansen. Los medios de comunicación se fijaban en ella, pero por los motivos equivocados, a pesar de que llevaba un año portándose bien. A los periodistas no les importaba escribir falsedades y su dedicación a los demás era algo demasiado serio, tenía que proteger a la fundación. Era su manera de redimirse.







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