domingo, 7 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 16




Un día que volvía a su casa pensó si aquellos ahorros iban a durar para siempre.


De repente se rió al darse cuenta de que no le importaba. Se estaba divirtiendo. Era divertido ir a que Rosa la enseñara a cocinar. Incluso se divirtió pintando el cuarto de baño. 


Volvió a reírse cuando recordó la cara que puso Pedro.


—Eres toda una mujer, Paula Alfonso —le dijo él riéndose mientras le limpiaba las manchas de la cara y las manos—. La próxima vez deja que lo haga yo.


Pero ella sabía que no tenía tiempo para esas cosas. Y pintar el cuarto de baño le dio una idea de lo que podía hacer ella sola.


Trabajó como una bestia, quitó todas las cortinas viejas del salón para dejar que entrara la luz, no servían de nada, ya que no tenían vecinos que cotillearan y los árboles daban sombra suficiente. Luego pintó también el salón. Leandro la ayudó cuando descubrió lo que estaba haciendo. Realmente fue él quien pintó más, aunque no parara de quejarse de que su hermano anduviera por ahí criando flores mientras él tenía que hacer los trabajos pesados.


A Paula le gustó contarle a Pedro que Leandro lo había hecho. Pedro incluso ahora la dejaba trabajar a su lado con las flores, cosa que a ella le encantaba, era como si le dieran buenas sensaciones.


—¿Sabes una cosa, Pedro? Creo que es terapéutico trabajar con las manos en la tierra.


Él sonrió.


—Tal vez. Pero te las estropea. ¿Y tú sabes otra cosa?


—¿Qué?


—No me gusta nada admitirlo, pero el que seas una niña rica y mimada me sigue poniendo nervioso. Me pone un poco paranoico, me hace sentirme como… Bueno, como si algún día me fueras a dejar.


—¡Eso nunca! Nunca —dijo ella acariciándole la mejilla.


El le tomó esa mano y le besó la palma.


—Me encantan tus manos. Y todo en ti. Eres elegante incluso con esos vaqueros cortados y la camiseta manchada. Es extraño, ¿no? Amo a la chica rica y mimada que hay en ti, pero eso me asusta.


—No te preocupes. No me voy a ir a ninguna parte. Me encanta la forma en que tú me mimas. Oye, ¿qué te parecería si quitáramos la vieja moqueta del salón? He visto el suelo de madera que hay debajo, que es el mismo que el del resto de la casa y…


—De eso nada.


—Había pensado que tal vez lo pudieras hacer tú.


—¡Yo! Escucha, Paula, hay muchas más cosas que hacer y más importantes que quitar esa moqueta. Tendría que acuchillarse el suelo y…


—Ya lo sé. Charlie me ha dicho que nos podría prestar una máquina para hacerlo. Debe ser igual de fácil que usar un córtaselos, ¿no?


Pedro hizo una mueca.


—Escucha, probablemente dentro de pocos meses ya no estaremos aquí y entonces…


—Bueno… Cualquier mejora aumentaría el valor de la casa, ¿no?


—El que vaya a comprar la propiedad no estará comprando la casa. Será demolida para edificar otras nuevas y llenar todo esto de cemento —dijo él un poco amargamente—. Dejémoslo. No me gusta nada pensarlo.


Entonces ella se sintió tentada de contárselo todo. Pero no lo hizo.


De todas formas, quitó la moqueta y acuchilló el suelo. A cambio de la ayuda de Leandro y Charlie les prometió a cada uno que cuidaría a sus hijos un fin de semana. 


Terminaron el trabajo en una tarde. Luego ella hizo unas palomitas de maíz y abrió una de las botellas del vino del abuelo Alfonso para celebrar lo bien que les había quedado.


La casa parecía todavía más espaciosa, más bonita, mientras mantenía la antigua atmósfera de confort. Unas pocas flores del jardín de Pedro se añadían a la alegría que había ganado la casa.


Como dijo Pedro cuando lo vio, la casa parecía haber adquirido un encanto propio.


—Un toque de tu elegancia.


A Pau le satisfacía enormemente haberlo agradado y eso era más incluso que el orgullo que sentía por su obra. Lo había hecho ella misma. Bueno, con la ayuda de la familia.


Y además, no había llamado a ningún decorador ni contratista.


Realmente estaba orgullosa de sí misma.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario