miércoles, 3 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 2




Cuando volvió a su habitación miró por la ventana, pero él ya se había ido.


No importaba. Lo vería esa noche, pensó y se sorprendió al notar la excitación que eso la producía.


Era estúpido. Ni siquiera lo conocía. Lo había visto por sólo… ¿cinco minutos?


Se sentó en un sillón al lado de la ventana y volvió a mirar al jardín. Ahora estaba lloviendo.


Una lluvia a medias de invierno y primavera. Era invierno cuando conoció a Gaston.


Gaston Johanson. Rubio, ojos azules, alto, fuerte. Parecía un vikingo o un dios griego, dominando las montañas nevadas. Todas las chicas de la estación de esquí se volvieron locas por él. Ella también. 


Y la eligió a ella.


Hubiera ido con él al fin del mundo con sólo lo puesto. Había sabido que estaría a salvo en sus brazos. ¿No había esquiado por los sitios más difíciles de Nevada? Un nombre que podía conquistar semejantes montañas podía… volverse un cerdo egoísta y espantoso cuando se enfrentaba al mundo real.


Ella no se lo podía creer. Incluso cuando la dejó como el cerdo que era, lo había esperado. Se había quedado esperándolo durante tres días en esa horrible habitación de hotel. Y cuando su padre la fue a buscar pagó su rabia con él, no con Gaston. ¿Cómo podía su padre, que nunca le había negado nada, haberla apartado de Gaston, amenazarla con desheredarla si seguía con sus planes de casarse con él?


—Te ha dejado por sólo cincuenta mil dólares —le dijo su padre—. No le importabas tú, sino tu dinero.


Ella no lo creyó. Le dolía demasiado. Incluso ahora.


Luego se escapó y evadió a los detectives que su padre envió a buscarla durante tres meses. Para sobrevivir lavó platos en restaurantes. Llamó a la estación de esquí y allí le dijeron que Gaston se había ido a trabajar a Suiza. No recibió respuesta a sus cartas y se convenció a sí misma que eso era porque no las recibía.


Su primo Jeromino fue quien la encontró, ya que la conocía mejor que los detectives de su padre.


—No te engañes —le dijo—. ¡Ha recibido tus cartas lo mismo que el dinero de tu padre! Y no quiere que lo sigas. ¿Por qué te crees si no que se ha ido a Suiza? ¿Y por qué te crees que se ha llevado consigo a una chica?


—¡No lo ha hecho!


—Sí, si que lo ha hecho.


Tampoco se quiso creer eso, pero Jeronimo no la había mentido nunca. Ni tampoco su padre.


—Afróntalo, Pau. Tu padre te ha hecho un favor. Podrías tragarte tu estúpido orgullo y volver a casa.


Y lo hizo. ¿Cómo se podía seguir agarrando a algo que no estaba allí?


Jeronimo le había dicho que lo olvidara y ella le juró que lo haría.


Pero había perdido más que a Gaston.


Había perdido la confianza. Su amor se había vendido por cincuenta mil dólares.



*****


Pedro Alfonso cerró la puerta de su vieja furgoneta y se dirigió a la entrada del modesto bungalow en Lotus Street. 


La puerta se la abrió Julian, su sobrino de siete años.


—¡Pedro! —Exclamó el niño—. ¿Has venido a ayudarme con ese modelo?


—Hoy no. Tengo una cita —dijo él mientras lo seguía a la cocina.


—Hola, Pedro. Llegas a tiempo. Siéntate al lado de Paty —le dijo su cuñada.


Era bonita y estaba en los últimos momentos del embarazo. 


Tenía el cabello y la cara húmedas de sudor.


Pedro le dio un beso en la mejilla.


—Gracias, Rosa, pero no esta noche. Tengo una cita y quiero…


—¡No! —exclamó su hermano casi atragantándose con la comida.


—¡Oh, vamos, Leandro!


—¿Es Joana? —Dijo Rosa llenando su propio plato—. Me cae bien. Es muy…


—No es Joana. Es alguien que acabo de conocer… No estaría bien que la fuera a buscar en mi furgoneta, ¿verdad?


—Lo estaría si es lo único que tienes —dijo su hermano.


—Vamos, Leandro. Te diré lo que vamos a hacer. Te ayudaré con la huerta.


Leandro odiaba trabajar en la huerta tanto como amaba a su Mustang del 67. Eso tenía que funcionar.


Pero Leandro no estaba dispuesto a dejárselo tan fácil.


—Si te consiguieras un trabajo decente en vez de andar haciendo el tonto con las flores, podrías comprarte tu propio coche. ¿Cómo pretendes ganarte la vida con las flores, por Dios?


—Por lo menos es mi propio negocio. Y te recuerdo que tiene mucho potencial. Pronto no pararé de recibir pedidos y contar dividendos y tú seguirás trabajando ocho horas diarias por quince pavos la hora.


—Veinte. Es por eso por lo que tengo una casa y dos coches, mientras que tú…


—¿No me has traído un regalo, Pedro? —los interrumpió Paty.


—Sí —respondió él dejando una bolsa de choco—latinas sobre la mesa—. Compártelas con tus hermanos.


—No hasta después de cenar —dijo Rosa confiscando la bolsa—. ¿Quién es esa chica, Pedro? ¿Dónde la has conocido?


—Por ahí. Vamos, Leandro, no tengo tiempo para discutir. ¿Dónde están las llaves?



***


A Pau le costó encontrar algo que ponerse. Los vestidos de Armani y Calvin Klein no eran nada apropiados para ir a una pizzería ni para montar en la vieja furgoneta que le había visto. Por fin se puso unos pantalones de lana y un jersey a juego.


Le había dicho a la señora Cook que no iba a cenar y se alegró al ver que el ama de llaves se metía en su habitación a las cinco. Así no la vería marcharse.


Estaba esperando en la cocina cuando un brillante Mustang negro, un clásico, se acercó. No era la furgoneta que se había esperado.


Era él.


Se puso la chaqueta y se apresuró a salir.



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