miércoles, 3 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 1




Desde la ventana de su dormitorio, Paula Chaves miró al hombre que trabajaba abajo, en el jardín. Se movía con una velocidad y energía que le intrigaba. Como un loco. Como si realmente disfrutara de lo que estaba haciendo. ¡Con ese tiempo! Era a principios de marzo y seguía haciendo un tiempo invernal.


Por lo menos él estaba ocupado con algo, pensó con un destello de envidia. No se limitaba a dar vueltas por esa enorme casa, en la que nadie vivía, salvo la señora Cook que, con algunos sirvientes externos, la mantenía en funcionamiento para su padre y ella tan sólo por si a alguno de ellos les daba por pasar por allí. Ella estaba allí ahora porque se había aburrido de los negocios de su padre en Japón, de la incansable persecución de Adrián y porque no había ningún otro lugar donde le apeteciera estar ni ninguna otra cosa que le apeteciera hacer.


Oh, bueno… Hacía demasiado mal tiempo para navegar y demasiado viento para jugar al golf. Tal vez pudiera hacer algo en el club.


Se puso unos pantalones de cuero y un jersey de cachemira y se dirigió a la cocina.


—Hola, querida —le dijo la señora Cook, el ama de llaves—. ¿Lista para el desayuno?


Mientras hablaba llenaba un termo de café.


Pau sonrió.


—No para tanto —afirmó señalando el termo.


—Oh, le voy a llevar esto al hombre que está trabajando en el jardín. Pensé que le vendría bien algo caliente.


—¿Jardinero nuevo?


—No. Es alguien que Pablo ha contratado para hacerle lo que haya que hacerle a las rosas en esta época del año. La artritis de Pablo no se lleva bien con este tiempo. ¿Quieres un zumo y tostadas? Te las haré en cuanto termine con esto.


—Yo lo llevaré —dijo Pau tomando el termo.


Quería ver de cerca a ese hombre.


—No te preocupes por mí, yo me haré lo que quiera. ¿Te importa si me llevo tu chaqueta?


La señora Cook asintió y ella se la puso, tomó los termos y salió por la puerta trasera.


Él no la vio acercarse, estaba en cuclillas, absorto en lo que estaba haciendo. Ella lo observó mientras plantaba un retoño en la tierra y acondicionaba el terreno con las manos desnudas, cariñosamente.


—Hola —le dijo.


Él levantó la mirada y entonces Pau contuvo la respiración. 


Era muy atractivo. Tenía un cabello abundante, oscuro y alborotado, unas pestañas espesas y ojos negros. Además de unos rasgos que bien podían ser los de una escultura clásica.


Se puso en pie con un movimiento lleno de gracia, se limpió las manos en los vaqueros y la miró con ojos risueños.


—Hola. ¿Puedo hacer algo por usted?


—No. Traigo algo para usted —le dijo ofreciéndole el termo—. La señora Cook ha pensado que le vendría bien algo caliente. Hace mucho viento.


—Me gusta cuando sopla así.


—Puede ser un viento que cause enfermedades —dijo ella tratando de leer el mensaje que se veía en sus ojos.


—No cuando trae un ángel —dijo él tomando en la mano un mechón del cabello rojizo de ella—. ¿Es natural?


—¿Usted qué cree? —Respondió ella obligándose a romper el encanto del momento y pasándole el termo—. Tome.


Luego se dio la vuelta.


—¡Hey, espere! —Exclamó él casi dejando caer el termo—. No se vaya. ¿Por qué no se toma un café conmigo? Puede usar la taza y yo beberé de la botella.


Ella no quería irse. Se volvió de nuevo y aceptó la taza que él le ofrecía. Luego le dio un trago sintiéndose un poco incómoda.


El hombre le sonrió.


—Me alegro de que se haya quedado. Vamos a presentarnos. Yo soy Pedro


—Pero yo no he venido a presentarme. La señora Cook me ha pedido que…


Entonces se dio cuenta de que la señora Cook no le había pedido nada. Había sido ella la que se había ofrecido. Y ahora… ¡Ese tipo tenía valor!


—Dile a Cook que le agradezco mucho el café y el ángel con quien me lo ha enviado.


—Gracias, pero me temo que descubrirás que no soy ningún ángel.


—¿Quieres decir que hay algo un poco diabólico en ti? Interesante.


Aquello ya estaba llegando demasiado lejos y le devolvió la taza.


—Gracias —dijo y se volvió otra vez.


—Espera. Sólo quiero conocerte. ¿Hay algo de malo en eso?


—Sí. Que ese deseo no es mutuo.


—¿Cómo lo sabes, si no has tenido la oportunidad de conocerme? No soy mal tipo.


—Mira, no tengo tiempo para tontear aquí contigo.


—De acuerdo, lo siento. No he querido entretenerte. Pero más tarde… ¿No podríamos ir a alguna parte? ¿A qué hora libras?


—¿Librar?


Pau se quedó anonadada por la pregunta.


—Sí, ¿a qué hora sales de trabajar?


Así que él pensaba que era la doncella.


—Yo no…


Fuera lo que fuese lo que le iba a decir se le olvidó al ver su sonrisa. Una sonrisa abierta y sincera que le iluminaba todo el rostro y tocó algo en lo más profundo de su ser. Algo que llevaba dormido mucho tiempo.


—Podría recogerte. Luego nos podemos acercar a una hamburguesería y… bueno, como te digo, conocernos. ¿Qué te parece?


Ella no dijo nada, pero siguió mirándolo. Sentía que algo cobraba vida en su interior.


—Mira, soy un buen tipo. De verdad, dame una oportunidad.


Esa sonrisa mostraba una dentadura perfecta. No, un diente se montaba levemente sobre otro.


—¡Bueno, di algo! ¿No te gustaría conocerme?


—La verdad es que no —mintió ella.


Le gustaba ese diente montado. Le hacía parecer no tan perfecto.


—Oh, vamos. ¿Por qué no?


¿Por qué no?


—Mira, no tenemos por qué ir a una hamburguesería. ¿Te gusta la pizza? Podemos ir a ese pequeño restaurante italiano del valle. Podríamos…


—A las seis —dijo ella.


—¿Eh?


—A las seis. Estaré lista entonces, ¿de acuerdo?


—¡De acuerdo!


El hombre pareció lleno de júbilo, como si no se pudiera creer su suerte.


—¿Te recojo aquí? —dijo señalando la puerta trasera.


—Sí.


Luego ella se volvió de nuevo. No se podía quedar allí mirándolo todo el día, ¿verdad?


—De acuerdo, nos veremos. Ah, y dale las gracias a la señora de la cocina. Le devolveré el termo antes de marcharme.


Ella se apresuró sin atreverse a mirar atrás. ¿Qué demonios le había pasado? No conocía de nada a ese hombre. Un jardinero. Un jardinero a tiempo parcial. Y demasiado guapo. 


Probablemente tendría que andar quitándose de encima a las mujeres. Por lo que sabía, podía ser un ligón desagradable. La había entrado muy fuerte.


Se rió. No había nada de desagradable en su sonrisa, sino que era más bien abierta, sincera.


Ese encuentro debió abrirle el apetito, ya que compartió poco de su abundante desayuno con la señora Cook, respondiendo ausentemente a la charla del ama de llaves. 


No miró afuera ni una sola vez.


Pero su imagen permaneció con ella. Esos ojos oscuros y risueños. Esa sonrisa. El diente montado. Sus movimientos llenos de gracia…



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