miércoles, 18 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 2





La guió hacia la puerta de madera que había indicado ella. Al llegar a la sala la metió dentro y cerró la puerta tras ellos con gran rudeza y desprecio.


Una vez solos, se apoyó en la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho. Su cara reflejaba una gran dureza y esbozó una mueca.



—Pues… —comenzó a decir tras mirar el reloj de oro que llevaba en la muñeca— tiene tres minutos para explicarme de qué va todo esto… y será mejor que la explicación sea buena… si no…


Paula sintió cómo un escalofrío de aprensión le recorrió la espina dorsal ante la amenaza implícita que había hecho él.


—¿Qué es eso tan importante que tiene que decirme?


—Yo…


En dos ocasiones trató ella de explicar lo que ocurría y, en ambas, le falló la voz. Mirar la dura cara de él era un error. 


La dejaba sin aliento. Pero apartar la mirada tampoco ayudaba. Se preguntó cómo se le decía a un hombre sin mirarlo a la cara que el futuro que pensaba era suyo le había sido arrebatado.


Pero mirarlo a los ojos le sobrepasaba.


—Ya ha perdido treinta segundos —comentó Pedro—. Un par de minutos más y saldré ahí fuera…


—¡Natalie no va a venir! —espetó entonces Paula.


Pensó que no había una manera agradable de decir aquello, por lo que lo único que en realidad podía hacer era explicar lo que ocurría y después tratar de escapar de la ira que se apoderaría de él cuando se enterara de todo.


—Natalie no va a venir. Ha cambiado de idea.


Asombrosamente, la explosión de ira que había estado esperando no se desencadenó. Pero el peligroso y oscuro silencio que siguió a su anuncio fue incluso peor. Era tan profundo que la puso muy nerviosa, tanto que incluso sintió ganas de gritar debido a la tensión que sintió.


—¿Ha cambiado de idea? —preguntó finalmente Pedro como si no pudiera creer lo que había oído—, ¡Explíquese! —exigió.


Paula pensó que había tratado de ser justa. Había tratado de ser considerada. Pero parecía que Pedro Alfonso no comprendía o apreciaba los conceptos de justicia y consideración.


—Natalie no va a venir a la boda. No quiere casarse contigo.


—¿Dónde…? ¿Dónde demonios está mi novia? —exigió saber Pedro.


Ella pensó que era imposible que él frunciera más el ceño o que sus ojos reflejaran más furia sin que la sala comenzara a llenarse de humo. Pero de alguna manera aquel hombre logró controlar su enfado.


—¿Y por qué no está aquí, conmigo… delante del altar, que es donde debería estar?


—¡Oh, por favor! —contestó Paula, que sintió que ya no podía soportarlo más.


Una cosa era que dirigiera su enfado hacia ella, pero oírle decir «mi novia» casi le había destruido.



«Mi novia». Unas palabras que debían significar la promesa de amor y de finales felices. Pero en boca de él habían sonado demasiado posesivas.


—Lo siento, pero ella no va a venir aquí junto a ti. Antes que eso…


No pudo continuar e indicó con la mano la puerta sobre la que él estaba apoyado con la intención de indicarle la catedral y el altar. La catedral donde todos, tanto la familia como los amigos, todavía estaban esperando a que comenzara la ceremonia. Pero la boda jamás se celebraría.


—No va a venir, no se va a casar contigo. Esta mañana partía hacia América para estar con el hombre al que realmente ama. El hombre con el que realmente desea casarse.


—Se ha ido —dijo Pedro con una fría precisión.


Angustiada, Paula se estremeció. Nunca antes se había sentido tan mal y desagradable como en aquel momento… y ni siquiera era su propia batalla la que estaba luchando. Pero no había sido capaz de permitir que Natalie siguiera adelante con aquel matrimonio, matrimonio cuya perspectiva le estaba causando tanta infelicidad.


—Su hermana… ha huido de su propia boda.


Había algo oscuro en la manera en la que él empleó la palabra «hermana», algo que provocó que Paula sintiera cómo le dolía el corazón. Pero no se atrevió a absorber el impacto de ello. Tampoco tenía tiempo para hacerlo. Casi había finalizado la tarea que la había llevado a aquel lugar. 


Le había dicho la verdad a Pedro y esperaba poder marcharse lo antes posible.


—¿Me ha dejado por otro hombre? —preguntó él.


—Me temo que sí.


—No debería haber hecho eso.


—Lo sé. Y lo siento. Debería habértelo dicho antes, debería haberte admitido que no te amaba lo suficiente como para casarse contigo. Sé que debes de estar muy herido…


La respuesta de Pedro dejó a Paula sin habla, ya que no se la había esperado en absoluto. De hecho, era una respuesta tan diferente a la que había esperado que no pudo hacer otra cosa que quedarse allí de pie mirándolo. Estaba impresionada, incrédula.


Alfonso se había reído.


Cuando ella le había dicho que comprendía que debía de sentirse herido, él había echado la cabeza para atrás, había cerrado sus ojos grises durante un momento y había emitido una gran risotada. Pero no había sido una risa agradable. No había tenido nada de humor real ni calidez. Había sido una risa fría, una risa amarga y dura, una risa que había provocado que ella sintiera cómo se estremecía una y otra vez, así como cómo se le helaba la sangre en las venas.


—¿Pedro? —dijo—. ¿Pedro… has oído lo que te he dicho? Tienes que comprender que…


—Oh, sí que te he oído, belleza —contestó él, tuteándola por fin—, Y comprendo demasiado bien. Tu hermana ha incumplido su promesa de matrimonio y ha huido. Te ha dejado a ti para que arregles la situación. Eso lo comprendo demasiado bien. Lo que no entiendo es por qué crees que me debe importar.




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