miércoles, 4 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 22





-Es lo menos que puedo hacer, Pedro, considerando que te has portado como un héroe. Paula se hubiera disgustado si no hubiéramos dejado la casa arreglada antes de que mis padres vuelvan. Por alguna razón se siente personalmente culpable, pero el fontanero ha dicho que la tubería del depósito lleva años perdiendo. Ya estaba débil. ¡Ah, ahí estás, Paula! ¿Ya funciona bien la fontanería? Se lo estaba contando a Pedro, lo bueno que es tener a un hombre que sepa usar sus manos. ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que he dicho?


Un inarticulado gemido escapó de los labios de Paula.


-Déjalo, Ana.


Ana se soltó la bolsa del hombro.


-¡He llegado en mal momento! Lo siento. Pensé que Pedro podría tener hambre, pero parece que tienes la situación controlada. Me voy. Los niños están en el coche y tengo que recoger a Sam y a Nicolas de la guardería.


-No, la que me iba era yo.


-¿Me disculpas, Ana?


-No os preocupéis por mí -empezó ella.


Pero estaba hablando al vacío.


Paula pudo escuchar sus propios pies retumbar en las escaleras mientras abandonaba toda apariencia de normalidad y corría. Había llegado al coche antes de que él la alcanzara.


-¡Suéltame!


Se dio la vuelta jadeante, pero Pedro la asió por los codos.


-Cálmate -le ordenó con firmeza-. ¿Qué crees que estás haciendo?


-Nunca me he sentido más humillada en mi vida.


-¿Humillada porque alguien sepa que estábamos haciendo el amor?


Ella parpadeó ante su exposición fría de la situación.


-¿Crees que lo ha adivinado?


-Bueno, si no lo ha hecho, tu pequeña actuación debe haberle despejado cualquier duda. ¿Es que estás avergonzada?


Su expresión era fría y prohibitiva.


-¿Y quién no lo estaría? Rodando por el suelo como... como...


-¿Animales?


-Como te guste -dijo ella con un toque de desafío.


Su primaria prisa había sido algo fuera de su experiencia, pero la desbordante sexualidad de Pedro también estaba más allá de su experiencia.


-Perdona que no sea un amante civilizado, Paula, pero el hecho es que te gusto como soy. Crudo, áspero y sin refinar.


-¡Tú no eres así!


No pudo evitar que la instintiva protesta escapara de sus labios


Una mano le abarcó la barbilla y la obligó a alzar la mirada.


-¿No soy qué?


Su tono exigía una respuesta. Su expresión dejaba claro que estaba dispuesto a sacarle la verdad como fuera.


-No eres ninguna de esas cosas.


-¿Y qué soy?


Paula pudo sentir la tensión en él mientras esperaba su respuesta y no necesitó más estímulos. De alguna manera, se sentía aliviada de confesar lo que sentía.


-Precioso... Adictivo -la palabra emergió de su garganta con un tono dolorosamente erótico-. Te has quedado muy callado de repente -lo desafió mirándolo a los ojos.


Los ojos de Pedro la miraron casi con sospecha.


-Hablas en serio -jadeó como si se le hubiera olvidado respirar.


-¿Parece que me estoy riendo? -¿desnudaba su alma y qué conseguía?: ¡el tercer grado!-. No es que disfrute precisamente sintiendo esto.


-Pues debería disfrutarlo. Quizá deberíamos hacer algo al respecto.


La satisfacción masculina emanaba de forma indiscutible de él. Paula se tambaleó ligeramente cuando sus brazos se movieron para abarcar su cuerpo. Sus fuertes brazos la hacían sentirse vulnerable y femenina. Dios santo, se preguntó: ¿De dónde le habrían salido aquellas fantasías antediluvianas?


Entonces apretó los labios contra la comisura de su firme boca. Sería un crimen dejar pasar una oportunidad como aquella.


-¿Qué tenías en mente?


Besó su boca entreabierta y sintió cómo el torso masculino se inflamaba.


-¿Qué te parecen las orgías?


-En general soy muy abierta de mente. ¿Estamos hablando de situaciones comunales con mucha gente?


-Ocasiones más intimas y con menos gente -su lengua trazó el contorno de sus labios trémulos con firme precisión-. Uno a uno.


La sonrisa de Pedro era pecaminosa y sensual mientras sus dedos se enterraban en su espesa melena densa como seda pesada entre sus dedos.


-De verdad que tengo que irme a Londres, Pedro 


Si le hubiera pedido que se quedara podría haber sido hasta tan poco profesional como para hacerlo, pero su silencio la hizo pasar la prueba.


-Si consigo ese papel voy a estar muy ocupada. 


-¿Dónde vas a quedarte?


-Con una amiga, así que no hace falta que me mires así.


-Tengo un apartamento, si quieres usarlo. Un apartamento. 


Pero le sonaba demasiado a ser una mujer mantenida y visitada por el amante cuando a él le placiera.


-No lo creo.


No le gustó la imagen que conjuraba su mente. Ya estaba aceptando mucho menos de lo que quería tal y como estaban las cosas y tenía que poner los límites en alguna parte.


-Como quieras. Puedo ir el fin de semana. ¿Una cita, entonces?


Paula asintió. Una cita tenía la antigua connotación de un anillo en el dedo. Lo que ellos estaban acordando no tenía nada que ver con aquello, era más bien un salvaje hedonismo y satisfacción sensual. Él no quería ni necesitaba su amor, pero por el momento necesitaba y quería su cuerpo. Podía arrepentirse con el tiempo, pero de momento tendría algo que recordar.


Paula se liberó de su salvaje abrazo con el aire de una persona acostumbrada a tales experiencias explosivas.


-Te llamaré.


-Sería aconsejable.


No había nada de sutil en sus sedosas palabras de advertencia.



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