—Tengo al teléfono a Abigail Langley. Dice que es urgente —le dijo Bettina, que era la secretaria de Pedro en Dallas.
—Pásamela —respondió él—. Hola, soy Pedro —le dijo después a Abby.
—Soy Abby Langley. Hernan me ha dicho que querías hablar conmigo.
—De eso hace ya tres días —replicó Pedro, arrepintiéndose al instante.
—¿Todavía me necesitas o no? —preguntó ella en tono impaciente.
—Sí. Quiero que Paula vuelva conmigo, pero no responde a mis llamadas.
—No me extraña. No se hacen trueques con las mujeres.
Pedro estaba cansado de que lo acusasen de algo que no había hecho.
—Deberías enterarte bien de los hechos, creo que estás equivocada.
—Pues eso es lo que piensa Paula. ¿Qué quieres que haga?
—¿Podrías traerla a Dallas? Ella no lo haría si se lo pidiéramos su padre o yo, pero tú podrías sugerirle una escapada de chicas —se le ocurrió, y añadió—: Yo correré con los gastos, no te preocupes por el dinero.
—Si lo hago, me deberás un favor —le dijo Abby.
—¿Qué clase de favor?
—Que ayudes a Floyd Waters con tu experiencia.
—De acuerdo, pero tendrás que hacer todo lo que yo te diga —le pidió Pedro.
—¿Qué tienes pensado?
—¿Tienes avión?
—Sí. ¿Quieres que la lleve a Dallas?
—Sí. Sospecharía si viese mi avión.
—De acuerdo. ¿Y para que vamos a Dallas?
—A pasar un fin de semana de chicas.
—Estupendo, y cuando tú la raptes, ¿qué voy a hacer yo? —quiso saber Abby.
—Volver a Royal y continuar con tu campaña para convertirte en la siguiente presidenta del Club de Ganaderos de Texas.
Ella se echó a reír.
—¿Y por qué debo ayudarte? ¿Me vas a prometer que no volverás a hacerle daño?
Pedro llevaba cuatro días sin dejar de pensar en aquello.
—La quiero, Abby.
—¿De verdad?
—Por supuesto, si no, no te pediría ayuda. Paula es demasiado importante para mí.
—Prométeme que no le harás daño, Pedro —insistió ella.
—Antes me moriría que hacerle daño a Paula —dijo él.
—De acuerdo.
Pedro siguió con el plan.
—Vale… Gracias… Necesito que el viernes la traigas a Knox Street. Le puedes decir qué vais de compras y yo le daré una sorpresa. ¿En qué tienda entraréis primero?
—En… Pottery Barn, una tienda de cerámica. Acaba de volver a su casa y seguro que necesita algo.
—Allí estaré. ¿Puedes mandarme un mensaje de texto cuando aterricéis?
—De acuerdo, pero si no quiere verte, me la traeré de vuelta.
—Está bien. Si no quiere verme, te prometo que saldré de su vida para siempre. Quiero que sea feliz.
—Eres un buen hombre, Pedro.
—Lo intento —respondió él antes de colgar el teléfono.
Luego se levantó de su sillón y salió del despacho.
—Bettina, me voy a tomar la tarde libre —le anunció a su secretaria.
*****
Fue a Knox Street, a ver la tienda en la que habían quedado.
En la parte trasera había un gran aparcamiento y, por el precio adecuado, le reservaron la mitad para el viernes por la tarde.
Sabía que todo dependía de su plan.
Quería buscar una banda de música y flores suficientes para que aquello pareciese el jardín del Edén.
Cuando lo tuvo todo organizado volvió a su despacho y empezó a trabajar en los planos de la casa con la que siempre había soñado, imaginando a Paula en cada una de sus habitaciones.
Trabajó en ellos día y noche hasta el viernes por la mañana.
El día de la cita, cuidó especialmente su aspecto y cuando recibió el mensaje de Abby, diciéndole que estaban aterrizando, se limpió las sudorosas palmas de las manos en los pantalones y se subió a su Porsche.
Fue a Knox Street y esperó con la esperanza de poder darle a Paula el anillo que tenía en el bolsillo y que esta le dijese que quería ser su esposa.
No sabía si sería capaz de dejarla marchar si no le decía que sí.
Casi se le había olvidado respirar cuando vio entrar una limusina en el aparcamiento y la puerta se abrió.
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