lunes, 10 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 1




Pedro Alfonso sujetó con fuerza la mano de su esposa y la
ayudó a pasar otra contracción. Sintió una nueva subida de adrenalina que alimentó su preocupación por Fran. La mascarilla y el gorro que se había colocado en la cabeza lo hacían sudar a pesar de la tormenta de hielo que estaba teniendo lugar en el exterior. El viaje al hospital público desde las afueras de Washington D.C. habría resultado
peligroso. Este hospital estaba más cerca de su casa y les pareció más acogedor cuando asistieron allí a las clases de preparación al parto.


Pero ahora Pedro se lamentaba por no haber llevado a Fran a un lugar más grande. Allí no había suficiente personal aquella noche y la maternidad estaba llena de mujeres que habían acudido al hospital con los primeros síntomas de parto ante el riesgo de que el temporal las dejara aisladas más adelante.


Las salas de parto estaban tan llenas que había dos mujeres
dando a luz en el pasillo. Fran compartía sala con una mujer joven que tendría poco más de veinte años. Sólo había una enfermera para atender a las dos debido a la falta de personal. Antes de que la enfermera cerrara la cortina que separaba las dos camas, Pedro le echó un vistazo rápido a la joven. Estaba sola. Pedro no podía imaginar que alguien permitiera que una mujer pasara por aquello sin compañía.


Desde su punto de vista, con treinta y cinco años cumplidos, le parecía demasiado joven para tener un hijo y para afrontar las responsabilidades que eso conllevaba. Fran y él deseaban a su bebé, pero eso no impedía que Pedro se sintiera algo abrumado por la inmensa responsabilidad de la paternidad.


La ginecóloga de Fran entró en aquel momento en la sala.


Mientras la doctora Fenneker examinaba a Fran, la enfermera, que había estado ayudando a la otra mujer a respirar durante las contracciones, gritó de pronto:
—¡El bebé está coronando!


—Este también. Tendrás que atender tú sola a la señora Chaves—respondió la doctora.


—¿Seguro que tendré que encargarme yo? —preguntó la
enfermera con voz temblorosa abriendo la cortina—. El doctor Singer dijo que vendría él.


—El doctor Singer está atendiendo un parto de gemelos. Si Fran da dos buenos empujones y saca a su bebé te echaré una mano.


—Tengo que empujar —anunció la señora Chaves con voz
entrecortada.


—¡Ya viene el niño! —gritó la enfermera.


—Y este también —murmuró la doctora Fenneker con sequedad desde los pies de la cama de Fran—. Haz lo que te han enseñado. Estaré contigo en cuanto pueda.


En ese preciso instante, Fran dejó escapar un grito y empujó con todas sus fuerzas.


Pedro casi pudo sentir su dolor y deseó que terminara cuanto antes.


Unos segundos más tarde la doctora sacó al bebé del cuerpo de Fran.


—Es una niña —anunció con voz triunfal.


Pedro sintió una oleada de amor por su esposa... y por su hija.


—Esta también es niña —dijo con voz trémula la mujer cortando el cordón umbilical.


Inclinándose hacia delante, Pedro le susurró al oído a su mujer todo lo que sentía. Cuando la doctora terminó de cortar a su vez el cordón dejó a la niña en la cuna de al lado de la que estaba a los pies de la hija de la señora Chaves. Y luego terminó de darle los puntos a Fran.


De pronto las luces parpadearon y tanto la sala de partos como el pasillo se sumieron en la oscuridad.


—No pasa nada —tranquilizó Pedro a su esposa agarrándola de la mano—. La luz volverá enseguida. Seguro que tienen un generador para emergencias.


—El generador no funciona —gritó una voz desde el pasillo—. Vamos a ver qué le ocurre.


Las dos niñas lloraban al mismo tiempo, y mientras la enfermera y la doctora andaban a tientas por la sala, Pedro escuchó cómo se movían las cunas a los pies de la cama.


Un instante después sintió la mano de su esposa apretándole con fuerza.


—¿Fran? —le preguntó inclinándose sobre ella.


La enfermera encendió una luz de pilas que había encima del mostrador. La doctora Fenneker estaba atendiendo a la señora Chaves.


Ahora no había ninguna luz en los monitores. Ningún sonido
tranquilizador.


A través de la penumbra, Pedro trató de encontrar a su hijita. La enfermera estaba delante de las cunas y no podía ver a los bebés. Unos segundos más tarde colocó a su niña en los brazos de Fran.


Pero su mujer no dijo nada. Pedro supo que algo no iba bien.


—¡Doctora! ¡Doctora Fenneker! ¿Qué le pasa a mi esposa?


En aquel momento volvió la luz.


Pedro se dio cuenta de inmediato de que Fran se había puesto muy pálida. Y luego vio la inmensa mancha de sangre en la sábana.


Al escuchar la llamada de Pedro la doctora dejó a toda prisa la cama de la señora Chaves.


Y entonces se hizo el caos.


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