lunes, 10 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 2





Pedro Alfonso ya ni siquiera pestañeaba ante los golpes que
el destino le tenía preparados. Había tenido ya suficientes como para tres vidas. El último, sin embargo, era más perturbador que cualquiera que le hubiera ocurrido antes.


Mientras se iba acercando al parque sentía cómo la brisa le
levantaba las puntas del abrigo. Aquella prenda no resultaba muy adecuada para Pensilvania, pero allí en Florida era demasiado abrigada incluso para mediados de febrero.


Cuando su vista alcanzó a la madre con su hija que estaban
sentadas en el parque de Daytona Beach, toda su atención se concentró en ellas y todo lo demás dejó de importarle. 


Centró su interés en la niña de tres años que podría ser su hija biológica, pero no pudo evitar fijarse también en Paula Chaves, la mujer que había dado a luz la misma noche que Fran... Y en la misma sala. Unos instantes de confusión y caos habían unido sus vidas de un modo que ninguno de los dos podría haber imaginado.


Pedro sabía que lo suyo no eran las relaciones con la gente. Fran lo sabía y lo aceptaba, e incluso a veces bromeaba con ello. Pero ahora sabía que tenía que tratar a Paula Chaves con suma delicadeza cuando lo único que quería era regresar al lado de Mariana, asegurarse de que no había empeorado y sentarse a su lado para leerle uno de sus cuentos favoritos.


Pedro miró de nuevo a Paula Chaves y se dio cuenta de que su cabello castaño brillaba con reflejos rojizos bajo la luz del sol. Y de que su rostro era todavía más hermoso tras haber dado a luz a su hija tres años atrás. Aquella noche sólo la había visto un instante. Pero la recordaba.


O tal vez veía su rostro en el de Mariana cada vez que su hijita sonreía.


Paula sonreía también. Estaba empujando a su hija en el
columpio. Gracias al informe del detective privado sabía que le había puesto de nombre Abril. Abril. Su hija...


Paula pareció sorprenderse cuando Pedro se acercó a ella
acortando por el césped. Pero no mostró un gesto huraño, lo que le dio a entender que era lo suficientemente ingenua o segura de sí misma como para manejar cualquier situación que se le presentara.


Tras observar detenidamente a Abril, que tenía el cabello largo y oscuro cayéndole sobre los hombros, clavó los ojos en los de Paula.


—¿Señora Chaves?


Los ojos verdes de Paula le plantearon cientos de preguntas al responder.


—Sí, soy Paula Chaves.


Él sabía ahora que era viuda, y eso facilitaría las cosas.


—Mi nombre es Pedro Alfonso y estoy aquí por un asunto que les concierne a su hija y a usted.


—¿Qué clase de asunto? —preguntó ella acercándose todavía más al columpio en el que estaba la niña.


—Acabo de llegar esta mañana de Pensilvania. Dirijo allí una
explotación vinícola llamada Willow Creek. Fui a su casa, pero no estaba y una vecina me dijo que solía venir a este parque con su hija. Necesitaba encontrarla lo más pronto posible.


—¿Por qué? —preguntó Paula con expresión de absoluto
desconcierto.


—Tengo hambre —dijo entonces la niña girándose para mirar a su madre—. ¿Podemos irnos a casa?


Paula centró de inmediato toda su atención en Abril. Se acercó para bajarla del columpio y la estrechó entre sus brazos.


—Nos iremos a casa ahora mismo.


La niña de tres años se llevó un dedito a la boca y apoyó la cabeza en el hombro de su madre antes de mirar a Pedro con timidez.


Él deseaba con todas sus fuerzas abrazarla, conocerla y averiguar si realmente era su hija. Pero otra parte de sí mismo no quería saber nada. No quería que el lazo que lo unía a Mariana se debilitara.


Paula llevaba puesta una camiseta de flores azules y pantalones vaqueros que se ajustaban perfectamente a su cuerpo. Pedro no pudo evitar fijarse. Hacía mucho tiempo que no le prestaba atención a la ropa de ninguna mujer.


—Ya que su hija tiene hambre y hace calor tal vez podríamos ir a su casa para hablar de esto.


—No voy a permitirle acercarse a mi casa hasta que me diga de qué tenemos que hablar. Yo nunca he estado en Pensilvania ni he oído hablar de las bodegas Willow Creek.


—Ya nos conocemos, Paula. Aunque no oficialmente. Mi mujer dio a luz la misma noche que usted. En la misma sala.


—¿En Washington? —preguntó ella abriendo mucho sus ojos verdes.


—Sí. No me sorprende que no me recuerde. Estaba usted de parto y echaron la cortina entre las dos camas. ¿Recuerda lo que sucedió después? Los partos se sucedieron simultáneamente y después se fue la luz.


—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Y luego su mujer...


—Tuvo una hemorragia —respondió Pedro con sequedad—. La perdieron en el quirófano.


—Lo siento muchísimo.


Paula parecía sincera.


Pedro no deseaba entrar en detalles sobre lo ocurrido con Fran, así que se limitó a decir:


—Al parecer aquella noche cometieron un error. Pienso que
nuestras hijas fueron intercambiadas. Creo que Abril es hija mía. Y mi hija Mariana es suya.


—¡Eso no puede ser! —aseguró Paula palideciendo de golpe—. La enfermera le puso una pulsera de identificación a Abril.


—Creo que la enfermera colocó las pulseras en el bebé que no era. Tenemos que hablar de este asunto en un lugar privado.


Paula Chaves parecía absolutamente desconcertada. Pedro
observó la negación, el pánico y el miedo sucederse en su rostro.


—Vamos a casa, mamá —dijo Abril agarrándose a las piernas de su madre—. Tengo hambre.


—De acuerdo, cariño —contestó ella acariciándole la cabeza—.Vámonos.


Por alguna extraña razón, Pedro sintió deseos de abrazar a Paula Chaves. Aunque sabía que era una locura. Por eso optó por el sentido práctico y trató de distanciarse un poco.


—Señora Chaves...


—Llámame Paula —dijo bajando el tono de voz—. Vayamos a mi casa y prepararé algo de comer. Cuando haya acostado a Abril podrás contarme todo lo que tengas que decirme. Pero será mejor que tengas algo más que una leve sospecha respecto a este supuesto error.


—Tengo algo más —respondió él con brusquedad.


Paula le dedicó una última mirada antes de emprender el camino hacia su casa con su hija de la mano.





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