lunes, 3 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 5




—Prometidos —repitieron Primo y Nonna al unísono.


Primo parecía escandalizado, Nonna, atónita.


—Más o menos —Paula miró a Pedro con cierta aprensión, dando a entender que era consciente de que se había precipitado un poco—. O quizá ya no. Para ser sincera, no estoy del todo segura de cuál es la situación exactamente porque estábamos… —se pasó las manos por el pelo y por los botones mal abrochados del chaleco—. Bueno, nos hemos distraído.


Pedro gruñó a su lado.


Ella lo miró un momento y luego volvió a dirigirse a sus abuelos, que no parecían muy contentos con la reacción de su nieto.


—En realidad estábamos muy bien —se apresuró a decir ella para calmarlos.


Pedro se hizo cargo de la situación.


—Digamos que en cuanto nos tocamos, las cosas se nos fueron de las manos.


—¿Por fin te ha pasado? —preguntó Primo—. ¿Has sentido el Infierno?


Pedro titubeó, no pudo ocultar la reticencia que sin duda apareció en su rostro. Desde luego había sentido algo cuando Paula y él se habían tocado por primera vez pero, ¿sería el Infierno? ¿Una conexión para toda la vida? 


Realmente, seguía sin creérselo.


—El tiempo lo dirá —se limitó a decir.


Para su sorpresa, la sincera reticencia que denotaban sus palabras sirvió para que sus abuelos se tragaran fácilmente lo que les estaban diciendo y Pedro llegó a la conclusión de que, si se hubiera mostrado completamente convencido, habría conseguido el efecto contrario. Eso sin duda habría provocado sus sospechas ante tan repentino cambio de actitud.


Al mirar a Paula se dio cuenta de que Primo y Nonna no eran los únicos que habían percibido sus reticencias. Paula también se había dado cuenta. Pero ¿acaso no era eso en lo que habían quedado? ¿No era ése el motivo por el que la había contratado? ¿Para que fuera su prometida temporal? 


Eso sería todo: tendrían una relación pasajera que estaría muy bien mientras durara y que, cuando llegara a su fin, les proporcionaría a cada uno lo que necesitaban. A él le serviría para que lo dejaran tranquilo y ella recibiría una buena cantidad de dinero para resolver sus problemas económicos.


¿Entonces por qué parecía decepcionada? ¿A qué se debía esa expresión de pesar tan profundamente femenina y que hacía pensar en las fantasías y los sueños de cualquier niña? Una expresión que provocó en él una extraña reacción que parecía impulsarlo a darle todo lo que desease. Claro que, incluso aunque lo deseara, no habría podido hacerlo. 


Había sido completamente sincero con ella: jamás podría
satisfacer sus deseos porque era incapaz de hacer feliz a ninguna mujer. Cuanto antes lo aceptara Paula, mejor sería para ambos.


—Tengo que llevar a Paula a casa —anunció entonces—. Hablaremos del Infierno después de que haya tenido tiempo de explicárselo a mi… —hizo una pausa antes de añadir con una sonrisa—: A mi prometida.


Primo se disponía a protestar, pero Nonna lo hizo callar antes de que pudiera hacerlo.


—Te llamaremos mañana para organizar algo y conocer a Paula como debe ser —declaró su abuela—. Seguro que tus padres también quieren conocerla.


—Preferiría tomarnos todo esto con calma —dijo Pedro—. Ahora, si nos disculpáis.


—Primero prométeme que la dejarás en casa y te marcharás rápidamente. No quiero nada como lo que hemos interrumpido —le advirtió su abuelo—. Si no, en lugar de prometida, tendrás una esposa, como Lucas.


Pedro apretó los labios. Conocía bien aquel tono y aquella mirada. No le iría mal acordarse de que Lucas se había visto obligado a casarse solo veinticuatro horas después de que lo sorprendieran en pleno acto sexual con su novia.


—Sí, Primo, te lo prometo. La dejaré en casa tal y como la encontré.


—Era troppo poco e troppo tardi. Me temo que ya es demasiado tarde para eso, pero no habrá más… —señaló el modo en que Paula llevaba el uniforme— más botones mal abrochados hasta que le hayas puesto un anillo en el dedo.


—Comprendo.


—¿Y lo prometes? —insistió Primo.


Pedro asintió con un suspiro, pues sabía que no tardaría en lamentar aquella promesa.


—Sí. Lo prometo.


—Muy bien. Entonces llévala a casa. Tu abuela te llamará mañana para fijar un momento mejor para que Paula conozca a tu familia.


Paula se acercó y le tendió la mano a Primo.


—Ha sido un placer conocerlo.


—Yo no doy la mano a las mujeres hermosas —aseguró el anciano y después le dio un abrazo de oso que casi la hizo desaparecer entre sus brazos.


Después, Paula y su abuela se abrazaron. Pedro se preocupó al ver que Paula tenía lágrimas en los ojos.


Seguramente estaba alterada por todo lo que le había sucedido aquel día. Primero los nervios de trabajar para un cliente importante por primera vez, después había perdido el trabajo, luego la propuesta de Pedro y más tarde lo que había estado a punto de ocurrir en el sofá. Sin duda había sido demasiado y demasiado rápido.







No hay comentarios.:

Publicar un comentario