domingo, 19 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 10




Pedro no trató de engañarse a sí mismo. Sabía que Paula era consciente de lo que quería decirle esa noche. Interrumpir su relación era lo mejor para ella y para él.


¿Entonces por qué se sentía como un canalla? «Porque estás actuando igual que el senador», se dijo. «Estás poniéndote a ti y a tu carrera por delante de todos».


La persona a la que menos quería parecerse Pedro era a su padre, pero no podía escapar a las similitudes que había entre sus personalidades, su aspecto físico o sus aspiraciones políticas. Su padre había mostrado al mundo una fachada de caballero del sur, pero por debajo, Mariano Alfonso fue un hombre muy duro, hipócrita y terriblemente egoísta. Pedro había luchado contra aquellos defectos todos los días de su vida, consciente del desastroso efecto que su padre había tenido sobre la vida de los otros, especialmente sobre la de sus propios hijos.


Pedro miró de reojo a Paula y sintió que su corazón latía más deprisa. No recordaba haberla visto nunca con un vestido. El que llevaba era uno sencillo y nada caro que la mayoría de las mujeres con las que él había salido no habrían comprado nunca. Pero aquel vestido sin adornos, de manga corta, con la falda recta que se ceñía a sus redondeadas caderas, le quedaba muy bien a ella.


-¿Por qué no te relajas? El juicio ha terminado. Loretta y sus niños están en una casa segura. Todo va a ir bien.


-Comprendo -dijo Paula-. Has cambiado de tema porque no quieres darme la patada de despedida hasta después de que comamos.


Pedro rió a pesar de la preocupación que sentía. Paula Chaves debía ser la mujer más sincera y directa que había conocido.


-No pienso darte ninguna patada.


Paula dio un bufido.


Pedro sonrió.


-De acuerdo dijo ella-. Llámalo como quieras. Esta noche vas a dejarme y los dos lo sabemos.


-No seas tan melodramática. Tú y yo nunca hemos sido novios ni amantes. Ni siquiera hemos salido, ¿así que cómo voy a dejarte?


-No enturbies el asunto con tecnicismos. ¡Sabes malditamente bien lo que quiero decir!


Cruzándose de brazos, Paula se hundió en el asiento.


-Las damas no maldicen.


-No soy ninguna dama y lo sabes malditamente bien.


-De acuerdo, de acuerdo. Aunque tú estés lista para una pelea yo no lo estoy. Hoy he ido al juzgado sin apenas dormir, he sacado libre a un cliente culpable por la pena mínima y he tenido que enfrentarme a una nube de ruidosos periodistas. Me gustaría disfrutar de un par de horas de calma antes de enfrentarme a más problemas.


-Y eso es exactamente lo que soy, ¿no? Un problema. Eso es todo lo que soy para ti. Y todo lo que seré.


Pedro no respondió. Paula notó la visible tensión de sus hombros y la severidad que adquirió su expresión. De acuerdo, pensó. ¿Qué más daba? Si se enfrentaban a lo inevitable ahora o dentro de unas horas el resultado final sería el mismo. Pedro Alfonso iba a apartarla definitivamente de su vida.






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