domingo, 19 de marzo de 2017

PROBLEMAS: CAPITULO 9





Paula dejó escapar un suspiro de alivio. La sala estalló en estruendosos aplausos y gritos de felicidad mientras numerosos amigos y conocidos se ponían en pie. Utilizando su martillo, el juez Clayburn Proctor pidió que se mantuviera el orden en la sala.


Sin pensárselo dos veces, Paula echó los brazos al cuello de Pedroabrazándolo con fuerza, dándole las gracias una y otra vez mientras las cámaras lanzaban sus flashes y los periodistas los rodeaban.


Paula no iba a ir a la cárcel por haber disparado contra Cliff Nolan. El juez la había encontrado culpable de un delito menor, imponiéndole una dura multa y advirtiéndole que no debía repetir un acto tan irracional como aquel. Paula sintió un enorme alivio. Sabía que, en parte, no sólo debía su libertad a la benevolencia del juez, sino también a los persuasivos argumentos utilizados por Pedro para explicar
su comportamiento.


-Ya ha terminado -dijo Pedro mientras apartaba a Paula con gentileza.


Ella miró sus grandes ojos azules y supo que se refería a algo más que al juicio.


Su relación había terminado. Después de hoy no volvería a verlo más. Sería lo mejor.


Ella lo sabía tan bien como él.


Sólo había que fijarse en los periodistas que los rodeaban, pensó Paula. No todos eran locales, como había esperado. Incluso algunos periódicos de Nashville y Memphis habían enviado reporteros para contar que Pedro Alfonso estaba
defendiendo a una mujer conductora de grúas acusada de haber disparado contra un hombre. No era precisamente el tipo de caso sobre el que Pedro había construido su
reputación.


-Yo me haré cargo de que se pague la multa -dijo Pedro, cogiéndola por el codo a la vez que recogía su maletín-. Vamos, salgamos de aquí.


-Yo puedo hacerme cargo de la multa, gracias -cuando Paula trató de liberarse de la mano de Pedro éste la sujetó con más fuerza.


-No tienes todo ese dinero, Paula, y lo sé. Considéralo como un préstamo. Puedes enviar unos pagos mensuales a mi oficina -sujetándola a su lado, avanzó entre la multitud-. No protestes. Salgamos de este circo cuanto antes. Te prometí que cenaríamos después del juicio, ¿recuerdas?


-No es necesario. Sheila me ha traído de Marshallton esta mañana y también va a llevarme a casa. Ella o Mike. Los dos están aquí.


-Parece que casi todo Crooked Oak está aquí -si Pedro había dudado alguna vez de la popularidad de Paula en su pueblo, el apoyo que había recibido durante el
juicio había borrado todo rastro de duda.


Mientras salían de la sala Paula volvió la vista hacia el lugar en el que estaba sentado Cliff Nolan. El hombre le devolvió la mirada y sus ojos inyectados en sangre se clavaron en ella como dos dagas envenenadas. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Paula.


-¿Por qué un abogado de su categoría ha aceptado un caso como este, señor Pedro? -preguntó un periodista de pelo cano que llevaba gafas.


-¿Es cierto que la señorita Chaves es una amiga muy personal y que han estado relacionados desde que era una adolescente? -preguntó una reportera de un canal de televisión, poniendo un micrófono frente a la cara de Pedro.


Pedro taladró a la atractiva mujer con una mirada de pocos amigos, aunque ella no pareció inmutarse.


Sin responder a ninguna de las preguntas que le hacían, Pedro avanzó junto a Paula entre la nube de gente y periodistas que los rodeaban. Inclinándose hacia ella le dijo que ignorara a los periodistas. Paula pensó que para él debía ser fácil hacerlo, pero ella no estaba acostumbrada a ser el centro de atracción de los medios de comunicación.


-¿Es cierto que esta no es la primera vez que el señor Alfonso la saca de un lío, señorita Chaves? ¿Es cierto que están íntimamente relacionados? -preguntó un joven y elegante periodista negro.


Paula abrió la boca para negar aquella acusación, pero la volvió a cerrar al notar que Pedro le apretaba el codo. 


¿Cómo podía Pedro soportar aquello?, se preguntó.


No sabía que el hecho de que la defendiera fuera a crear tal revuelo. Había imaginado que el periódico de Marshallton enviaría a un reportero para cubrir la noticia, pero no había esperado aquella invasión de los medios de comunicación.


Lorenzo Redman estaba fuera de la sala del juicio, con un aspecto muy distinguido con su uniforme de sheriff: Hizo una seña a Pedro con la mano, indicándole que fueran en su dirección. Paula le oyó hablar pero no captó lo que dijo.


Paula siguió a Pedro por el pasillo. Cruzaron una puerta con un cartel de Privado y bajaron unas escaleras. La puerta se cerró tras ellos. Nadie los siguió.


-¿A dónde vamos? -preguntó Paula cuando Pedro redujo finalmente la marcha.


-Lorenzo está protegiendo la puerta por la que hemos pasado para darnos la oportunidad de escapar por la puerta trasera. Suelen sacar y meter a los prisioneros por aquí.


-¿Vamos a salir?


-Lorenzo ha dejado mi coche aparcado cerca de la parte trasera. Si nos damos prisa puede que logremos escapar antes de que los periodistas sospechen que nos hemos ido.


-Nunca había visto nada parecido. Todos esos periodistas. ¡Y sus preguntas! Parecían implicar que tu y yo... que éramos...


-¿Amantes? Sí, lo sé.


-Eso no es bueno para tu reputación, ¿verdad? No conviene que te relacionen con alguien como yo, ¿no?


Pedro abrió la puerta. Fueron recibidos por el sol del atardecer y una suave brisa que agitó el pelo corto de Paula.


-Parece que no hay moros en la costa -dijo Pedro-. Ahí está mi jaguar.


Paula vio el coche aparcado a unos metros de distancia.


-Tengo que decirle a Sheila que no voy a volver a casa con ella.


-Lorenzo se hará cargo de eso -dijo Pedro.


Cuando caminaban a toda velocidad hacia el coche, Cliff Nolan apareció tras unos arbustos.


-¿Dónde está Loretta? ¿Qué has hecho con mi mujer y mis hijos? -gritó Cliff- Sé que has hablado con ella para que me deje.


Paula se quedó paralizada junto al jaguar. ¿Cómo había salido tan rápidamente Cliff? ¿Cómo había sabido que ella y Pedro iban a salir por atrás? Entonces recordó que Cliff había sido prisionero de las autoridades locales más de una vez y que probablemente conocía los juzgados mejor que la palma de su mano.


-Tu esposa y tus hijos están a salvo, Nolan. Están donde no podrás volver a hacerles daño -Pedro miró de Nolan a Paula, que parecía incapaz de hablar o moverse.


-Todo esto es por tu culpa, Paula Chaves -Cliff dio varios pasos adelante, deteniéndose a la vez que miraba a Pedro-. Hoy ha conseguido librarla, ¿no, gran abogado? Pero no podrá protegerla cada minuto de cada día.


Paula recuperó la voz tan rápidamente como la había perdido.


-No trates de asustarme con tus amenazas, Cliff Nolan. No te tengo miedo. A mí no me asustas como a Loretta. Tengo un perro y una escopeta. No creas que voy a permitir que me hagas daño.


-Antes o después me las pagarás. No sólo por haber disparado contra mí... - Nolan se pasó la mano por detrás-. También por haberte llevado a mi familia, por haber vuelto a los míos contra mí.


-Si alguna vez le haces daño a Paula yo...


-Como ya he dicho, señor rico y famoso Alfonso, usted no va a estar con ella las veinticuatro horas del día. Ella va a pagar por lo que me ha hecho a mí y a los míos.


Antes de que Pedro pudiera responder una nube de periodistas apareció por la esquina del edificio del juzgado.


-¡Entra en el coche ya! -dijo Pedro.


Paula obedeció al instante, comprendiendo que la amenaza más inmediata no era Cliff Nolan, sino la imparable prensa con sus insinuaciones y acusaciones.


Pedro puso el coche en marcha y salieron del aparcamiento a toda velocidad.


-¿Nos seguirán? -preguntó Paula.


-Lo harían si supieran a dónde vamos. Puede que algunos se presenten en tu casa dentro de un rato. Otros aguardaran horas frente a mi apartamento.


-¿Bromeas?


-Ojalá -Pedro miró el retrovisor y respiró aliviado al ver que ningún coche los seguía.


-Todo eso... -Paula señaló con la cabeza en dirección al juzgado-... ha sido debido a que eres quien eres. Un Alfonso. Un Alfonso que está pensando en presentarse a gobernador.


-La gente quiere conocer todos los detalles íntimos de la vida de sus políticos. Incluso de sus políticos potenciales.


-Esta vez te he metido en un buen lío, ¿no? -dijo Paula, abrazándose.


Pedro condujo el coche hasta la autopista principal que llevaba a Mississipi.


Había reservado una mesa en un restaurante que se hallaba a una hora de Crooked Oak. Tenía bastante claro lo que sucedería después del juicio. Quería tranquilidad e intimidad cuando hablara sobre su decisión con Paula... cuando le dijera que no iba a volver a verla.


-Mañana lo aclararé todo.


-¿Cómo?


-Haciendo una declaración a la prensa.


Volviéndose en su asiento, Paula miró a Pedro.


-¿Qué clase de declaración?


-Diré que hace años que soy amigo de tu familia, desde que mi padre y tu abuelo se hicieron compañeros de caza y pesca.


-En otras palabras, vas a decirles la verdad. ¿Y esperas que te crean? -Paula movió la cabeza-. Esa gente ha salido en busca de sangre. Tu sangre. No van a aceptarla verdad.


-No tendrán más remedio que creerme, porque tú y yo no volveremos a ser vistos juntos después de esta noche.


Ya estaba, pensó Paula. La verdad que había estado temiendo. Pedro iba a terminar con ella esa noche. Iba a decirle adiós, a salir de su vida sin volver la cabeza atrás.


-¿A dónde me llevas? -preguntó Paula.


-Al restaurante de Tommy Tubbs en Mississipi. Allí no nos conoce nadie y Tommy nos espera. Nos servirá la comida en una mesa apartada donde podremos tener cierta intimidad.


-¿Intimidad para nuestra pequeña charla?







No hay comentarios.:

Publicar un comentario