miércoles, 13 de diciembre de 2017
PRINCIPIANTE: CAPITULO 24
Las tres y cuarenta y cinco.
—¿Dónde estás, Paula?
Pedro tamborileó con los dedos en el volante de su coche.
Daniel Brown quería que la convenciera de que olvidara el tema del trabajo plagiado y le permitiera volver a su clase, pero Pedro sabía que no era fácil convencer a Paula de nada. Miró de nuevo el reloj: las 3:48.
Se asomó por el parabrisas para intentar ver si la luz de su despacho seguía encendida, pero con el sol de la tarde reflejándose en los cristales de su ventana era imposible saberlo.
Le daría un par de minutos más y entraría a buscarla.
Y ya que no iba a hacer otra cosa en los dos minutos siguientes, decidió aprovechar para llamar a A.J.
—Rodríguez
Pedro se echó a reír.
—Eres igual de antipático por el día que por la noche.
—Es el estrés de hacerte de niñera, Alfonso. ¿Qué hay de nuevo?
—¿Sabes algo de mi hermano Marcos?
El experto forense que había examinado el piso de Paula la noche anterior era el segundo de sus hermanos. Al igual que A.J., Marcos también le había advertido del riesgo de mezclar su vida personal con un trabajo encubierto, pero Pedro no había hecho caso a ninguno de los dos.
Paula no tenía familia, sólo lo tenía a él.
—Marcos no tiene aún un informe completo, pero dice que la sustancia roja del muñeco era sangre de la de teatro —dijo A.J.—. Se puede comprar en cualquier tienda de disfraces o la pueden haber sacado del Departamento de Teatro de la universidad.
—Bueno, entonces podría ser cualquiera.
—La nota estaba limpia, sin huellas dactilares. Pero dice que está impresa en un papel de calidad, seguramente en la oficina de alguien con dinero.
Sólo un experto del detalle como Marcos habría podido encontrar una pista como aquélla.
—Preguntaré a Paula si conoce actores de clase alta.
—Pues se mueve con gente rica.
—¿A qué te refieres?
—Tu profesora es paciente de la Clínica de Fertilidad Washburn. Quizá el perseguidor pueda ser alguien de allí.
—¿Cuántas probabilidades crees tú que hay de conseguir una orden judicial para ver los archivos de la clínica?
—¿Cuántas probabilidades hay de que te centres en el caso de la anfetamina?
Pedro suspiró pesadamente.
—No te preocupes, tengo claras mis prioridades. Para tu información, esta noche a las nueve tengo una cita con un chico llamado Daniel Brown en la discoteca Thunderbird —dio la dirección a A.J.—. Dice que quiere reclutarme, cree que tengo un talento natural como guardaespaldas.
—Llegaré media hora antes que tú —le aseguró A.J.—. Iré con Ethan Cross. Es otro inspector familiarizado con este tipo de trabajos.
—Lo conozco. Es amigo de Marcos.
—Bien. Así nos reconocerás.
—De acuerdo —Pedro vio un gorro rojo familiar. Al fin—. Ha surgido algo. Tengo que dejarte.
Cuando guardaba el teléfono en el bolsillo, se dio cuenta de que Paula no iba andando, sino que corría. O por lo menos, se apresuraba todo lo que podía apresurarse una mujer embarazada de ocho meses con un teléfono móvil pegado al oído. Pedro abrió la puerta para salir a su encuentro, pero ella le hizo señas de que entrara en el coche y corrió hacia allí.
Pedro se inclinó para abrirle la puerta del acompañante.
—¿Qué ocurre? —vio que respiraba con fuerza, como asustado—. ¿Qué pasa?
—No, Lucia —dijo ella por teléfono—. No te acerques a él si puedes evitarlo.
—¿Paula?
Ella se volvió a mirarlo y Pedro pudo ver que sus ojos expresaban preocupación, no miedo.
—Voy para allá —Paula cerró el teléfono y se abrochó el cinturón—. Una alumna mía… la chica de ayer… —se llevó una mano al pecho para recuperar el aliento—. Lucia Holcomb. Ha ido a decirle a su novio que está embarazada y dice que él está como loco. Tengo miedo de que le haga algo.
—Pues llama a la policía.
Paula negó con la cabeza.
—Ella está en un estadio muy vulnerable. Si se llevan a su novio sin que alcancen antes una resolución, puede intentar suicidarse. ¿Quieres llevarme allí?
Pedro sabía que no podía negarse.
—¿Dónde está?
—Es en Mission Hills —era uno de los barrios ricos de la ciudad—. Yo te indicaré.
Pedro sacó el coche del aparcamiento.
—¿Cómo se llama el novio?
—Kevin Washburn.
Pedro lanzó un juramento y pisó el acelerador.
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