martes, 12 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 22




—Paula, no hagas eso.


La mujer miró a Pedro sentado al volante de su coche. Sus ojos azules revelaban una mezcla de rabia y resignación.


Aunque se sentía como una cobarde, sabía que no había otra salida.


—Es lo que quiero, Pedro. He dejado que me traigas esta mañana a la universidad, pero ahora tenemos que seguir caminos separados. Puedes venir a clase, por supuesto, pero no podemos tener ningún otro contacto. No hay nada entre nosotros.


La mano fuerte de él se posó en su barbilla para volverla hacia él.


—Mírame a los ojos y repite eso.


Paula apartó la cara de él.


—No hay nada entre nosotros.


Pedro retiró la mano.


—¿A qué hora sales hoy de trabajar?


—A las tres y media —comprendió que había caído en la trampa—. No, de eso nada.


—Te recogeré a las tres y media.


Ella movió las manos en el aire con fuerza.


—Te agradezco el apoyo de esta noche, pero tengo que pensar en mi reputación.


—Si no me dices que dejarás que te lleve a casa esta tarde, te besaré ahora mismo aquí, en el aparcamiento.


Paula lo miró sorprendida.


—Vale —dijo—. Puedes llevarme a casa.


Abrió la puerta del coche y salió sin mirarlo y sin esperar su ayuda.


—Cuida de Ana —dijo él.


Paula se volvió.


—No puedes llamaría en público por su nombre —le advirtió en un susurro—. Todavía no se lo he dicho a nadie —suspiró—. Sólo quiero ahorrarme problemas. Por favor.


Pedro ignoró su comentario y puso el motor en marcha.


—Nos veremos a las tres y media.


Paula cerró la puerta y lo miró alejarse. Se caló el gorro hasta las orejas y avanzó hacia el edificio. En el primer escalón vio a Horacio Norwood, vestido con abrigo y guantes gruesos de lana. Estaba charlando con un estudiante que llevaba un anorak negro.


—Buenos días, Paula —la saludó Horacio con una sonrisa.


—Buenos días —ella reconoció a Joey King por el anorak antes de que el chico se volviera—. Joe.


—Doctora Chaves —el chico arrastró los pies con nerviosismo y miró a Horacio—. Gracias por el consejo, doctor Norwood. Con eso he pagado el alquiler de este mes. Bien, tengo que ir a clase. Nos vemos en unos minutos, doctora Chaves.


Entró apresuradamente, eludiendo mirarla, cosa que Paula encontró curiosa. Joey nunca había sido muy conversador, pero siempre se había mostrado educado. Y ese día parecía darle vergüenza hablar con ella fuera de clase.


Sonrió Horacio.


—No sabía que te dedicaras a buscar empleo a los estudiantes.


La sonrisa de él se había desvanecido.


—Informarlos de dónde pueden tener ocasión de hacer dinero es mucho más apropiado que salir con ellos.


Paula lo miró sorprendida.


—¿Cómo dices?


—Ayer estabas hablando conmigo en el Café Bookstore y te marchaste con él. ¿Y ahora llegas con él? ¿Has vuelto a pinchar una rueda?


Paula dio un golpecito con el dedo en el pecho de Horacio y le hizo retroceder un paso, fuera de su espacio personal.


—Eso no viene a cuento, Horacio. Entre Pedro Tanner y yo no hay nada.


—¿Estás segura? —un golpe de viento lanzó un mechón de ella sobre su cara. Horacio se lo colocó detrás de la oreja y dejó un momento la mano en el cuello, en un gesto algo más que amistoso—. Simon fue un idiota por lo que te hizo. No quiero verte sufrir otra vez.


La lana del guante le picaba en la oreja y ella se apartó.


—Ya soy mayorcita, Horacio. Puedo cuidarme sola —miró su reloj—. Tengo que darme prisa. Llego tarde a clase.


Subió apresuradamente las escaleras y entró en el edificio. 


Pero después de atravesar las segundas puertas dobles de cristal se detuvo. Sentía carne de gallina en la nuca.


Otra vez no.


Se volvió despacio y miró por encima del hombro para ver si alguien la había seguido. Un puñado de estudiantes se disculparon y pasaron a su lado. Pero seguía teniendo la sensación de ser observada.


Se volvió por completo, empujó las puertas de cristal y desanduvo el camino hasta la entrada. Horacio ya no estaba. 


Y no parecía haber nadie que mirara en su dirección.


Paula se quitó el gorro y sacudió la melena. Aquella sensación empezaba a cansarla. Quizá Pedro tenía razón y su perseguidor era demasiado cobarde para dar la cara.


O quizá no la vigilaba nadie y se había sentido influida por la muestra inesperada de afecto de Horacio. Movió la cabeza. En realidad él tenía algo de razón sobre su comportamiento reciente.


Era algo que podía arruinar su carrera y partirle el corazón.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario