lunes, 11 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 19





Pedro había muerto e ido al cielo.


El ansia sexual que lo había atraído a Paula una y otra vez explotó en un abrazo que lo dejó excitado y tembloroso.


Introdujo los dedos en el pelo suave de ella y dejó que éste acariciara su mano. Su cuerpo era un tesoro de curvas abundantes. Y su boca…


Suave y llena. Entregada y maravillosa. Más deliciosa que nada de lo que hubiera podido imaginar desde la segunda fila de la clase.


Su intención había sido sólo recordarle que estaba allí porque le importaba, que esperaba su regreso porque temía por su seguridad. Y él quería desesperadamente que no le pasara nada.


La había besado para probarle que era mejor hombre de lo que ella decía. Que era digno de su confianza y merecía que se fijara en él.


Pero ocurría algo muy, raro. El beso se le iba de las manos.


Era un beso entre un hombre y una mujer apasionados.


Deslizó las manos en el abrigo de ella para acercarla más.


El vestido que llevaba destacaba cada curva y le daba ocasión de disfrutar de su figura sensual.


Algo golpeó su estómago, algo suave y efímero como una palmadita de amor.


El contacto inesperado le causó un sobresalto.


Apartó la boca de la de Paula y se inclinó hacia atrás. 


Seguían todavía abrazados, unidos vientre contra vientre.


Pedro bajó la vista y observó el punto en el que se juntaban sus cuerpos. Respiró pesadamente por la nariz y la boca e intentó comprender lo que había pasado.


El vestido de lana de Paula cubría su vientre de embarazada como una segunda piel. Un momento después, el punto azul se movió, se estiró y luego retrocedió… era como ver latir un corazón.


—¡Lo he visto! —dijo él admirado—. Es la niña, ¿verdad?


Pero cuando levantó la vista hacia Paula, vio que ella no compartía su admiración. Su piel lucía todavía el tono sonrosado de la pasión, pero sus ojos eran inescrutables.


Le soltó la cazadora y se apartó.


—Es la niña —dijo—Ana Chaves. Mi hija.


Pedro la soltó y la observó distanciarse. Se encogió de hombros con incredulidad.


—¿Tú no quieres que nadie más comparta la maravilla de traer una vida nueva al mundo?


—No quiero compartir nada contigo, punto.


—Y entonces, ¿qué es lo que acaba de pasar aquí? —preguntó él.


—Un error.


En lo profundo de su ser, él sabía que ella mentía. Que no importaba lo que dijeran las normas de la sociedad, Paula y él eran dinamita juntos. Dos personas no podían conectar tanto a nivel físico si no existía ya algo más profundo entre ellos.


Pero Paula estaba decidida a negar esos sentimientos. Se cubrió el vientre con el abrigo, que sujetaba con las manos. 


¿Lo hacía para proteger a la niña o para esconderla de su mirada curiosa?


—No pienso disculparme por el beso —dijo.


—No, pero yo sí por besarte a ti —ella sacó las llaves del bolsillo, le dio la espalda y se dirigió a la puerta—. No debería haber ocurrido y no volverá a pasar.


Pedro miró su perfil inescrutable y la observó abrir la puerta. 


Había logrado su objetivo. La había dejado sana y salva en su casa y ahora respetaría su deseo de que se fuera.


Paula desapareció en el interior sin decir nada más y Pedro se metió las manos en los bolsillos. Sabía que gustaba a muchas mujeres y era una ironía que la única que le interesaba no quisiera tener nada que ver con él.


Suponía que era una especie de justicia poética por haberse pasado la vida flirteando.


Se volvió hacia la escalera. Cuando hablara con A.J. esa noche, le pediría que pusiera protección a Paula. Él no podía cuidar de ella sin acabar sufriendo.


El grito procedente del piso de Paula le heló la sangre.


—¡Doctora!


Corrió hasta la puerta, la abrió y chocó con Paula, a la que habría tirado al suelo de no ser porque tuvo la suficiente rapidez de reflejos para agarrarla y estrecharla contra sí.


—¿Pedro? ¡Oh, Pedro! —se agarró a su cazadora, apoyó el rostro en ella y sollozó.


—Tranquila —musitó él—. Estoy aquí. Tranquila.


Le sostuvo la cabeza y tiró de ella hacia el exterior del piso para alejarla de lo que la había asustado.


—Quiero que espere aquí —la dejó apoyada en la pared del pasillo y la miró a los ojos—. Voy a entrar ahí y asegurarme de que todo está bien.


Ella lo miró con ojos llenos de lágrimas.


—Voy contigo.


Pedro se enderezó. Iba a negarse, pero comprendió que no serviría de nada.



—De acuerdo.


Le apretó la mano y entraron juntos. Él lo examinó todo. La cerradura parecía intacta. El piso estaba tan ordenado y limpio como la noche anterior. Las cortinas caían rectas, lo que indicaba que las ventanas estaban cerradas.


Los dedos de ella apretaron su brazo.


—En el cuarto de la niña.


Pedro avanzó con ella y se asomó al pequeño dormitorio.


Lanzó un juramento que no podía expresar la sensación de rabia y violación que lo embargaba. Paula se volvió, con una mano en la boca y sujetándose el estómago con la otra.


Pedro entró en la estancia para examinar más de cerca el odioso regalo que le habían dejado.


Todos los animales de peluche que había en la cuna estaban rajados y esparcidos por el cuarto. Y de la lámpara colgaba un conejo de peluche atado por el cuello. Habían cortado su vientre rosa y lo habían cubierto con un líquido rojo que parecía sangre. En su pie había una nota prendida con un alfiler.


Has fallado la prueba.
Te estaré esperando en la sala de partos.
De un modo u otro, quiero lo que es mío. Papá.


Pedro abrazó a Paula por la cintura y la guió hasta la cocina. La sentó en una silla y le sirvió un vaso de agua. Sacó su móvil y marcó un número familiar.


—¿A quién llamas? —preguntó ella.


—A un policía.


—¿Pero… y tu…?


¿Le preocupaba otra vez su olor a marihuana? Interrumpió su protesta.


—No pasa nada, estoy limpio.


Se arrodilló a su lado y la besó en la sien. Paula apoyó la cabeza en su hombro.


Pedro esperó con paciencia a que contestaran el teléfono. 


Esa vez no había llamado a A.J., sino que había ido directamente al policía que más necesitaba en ese momento.


Un timbrazo más y la voz grave y familiar se identificó por fin.


—Inspector Alfonso.


—¿Marcos? Soy Pedro. Necesito que me devuelvas un favor.






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