domingo, 10 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 15





Pedro se sentó en el banco que había en la puerta del laboratorio de Biología a esperar que terminaran los estudiantes de la tarde.


Tenía que hacer una compra.


Conectar con Kevin Washburn le había resultado más fácil de lo que esperaba, porque el pobre chico necesitaba desesperadamente un amigo esa mañana. Tenía mono de algo, Pedro le había hablado con la misma voz que habría usado para tranquilizar a un animal asustado y Kevin se había abierto poco a poco. Conocía algunos nombres de los que había dejado caer Pedro y aparentemente le había bastado con eso para confiar en él.


Lo había observado cuando hablaba con Paula y con el doctor Norwood, había visto su expresión cuando Norwood le había reñido, la misma que pondría un niño que buscara la aprobación de una figura paterna, la de un niño al que ese padre rechazara.


Y cuando un chico buscaba algo que diera significado a su vida, lo mejor era que lo encontrara, porque, en caso contrario, lo esperaban las drogas para ofrecerle un significado ilusorio, cuando en realidad lo único que hacían era ahogar la necesidad de cualquier otra cosa que no fueran ellas.


Pedro tamborileó en su rodilla con los dedos. Lo único que necesitaba Kevin Washburn esa mañana era una palabra de aliento de Horacio Norwood; ese refuerzo positivo quizá le hubiera dado fuerzas para permanecer limpio el resto del día. Pero esa decepción, combinada con el mono, lo habían desesperado tanto como para hacer un trato con él, que era prácticamente un desconocido.


«Yo te digo dónde comprarla si me invitas a una poca».
Pedro sintió una punzada de culpabilidad.


Era un policía que compraba droga a un yonqui. Ese día no sentía, precisamente, que estuviera salvando el mundo.


Y luego estaba Paula Chaves.


Que debería estar haciendo planes para la llegada de su hijita en vez de lidiar con escoria como Daniel Brown y Horacio Norwood. Decidió que no le gustaba nada ese hombre. ¿Y la nota que se había caído de su bolso? Pedro apretó los labios con frustración. Tampoco podía hacer nada respecto a eso.


¿Quién narices querría asustarla de ese modo? ¿Daniel Brown? Después de la pelea de la noche anterior, dudaba que Daniel fuera tan sutil en las amenazas.


Pero ¿quién más podía tener algo contra la sensual y orgullosa doctora Paula?


Al principio le había sorprendido saber que no se había quedado embarazada de un novio o amante, pero también le había complacido en secreto. Porque eso implicaba que no había ningún hombre con el que tuviera el grado de intimidad suficiente para crear una vida.


Y porque a él le gustaría ser el hombre con el que ella alcanzara ese grado de intimidad.


Pero no había nada que pudiera hacer por el momento.
Ir de la mano con ella en público sería escandaloso.


Besarla sería claramente ilegal.


Y por muchas veces que acudiera en su ayuda y por muchas veces que ella buscara consuelo en él, estaba claro que no iba a permitir que se diera ninguna magia entre ellos.


El sonido del móvil lo sacó de sus pensamientos. Sacó el teléfono del bolsillo de la cazadora y miró la pantallita.


—¿Qué hay de nuevo, A.J.?


—Hola —contestó el inspector Rodríguez—. Llevo buscando información desde antes del amanecer. El teniente Cutler no deja de pasar por aquí. Creo que la próxima vez traerá una cuchilla y me ordenará que me afeite si me voy a quedar pegado a un escritorio.


—Lo siento. Sé que preferirías estar aquí.


—¿Y perderme todos estos momentos con el teniente?


Pedro soltó una carcajada.


—Dime lo que has descubierto. Dentro de unos minutos voy a ver a un chico que dice que puede conectarme.


—Vale. Ahí va la versión corta. Daniel Brown tiene antecedentes juveniles y, por lo tanto, secretos, por vandalismo, posesión de narcóticos, asalto y asalto con agravantes. He conseguido que Merle Banning entrara en el ordenador y me lo dijera.


—Fantástico. Es una verdadera joya.


—Desde que cumplió los dieciocho ha sido detenido dos veces. Por posesión. Las dos veces retiraron los cargos.


Se abrió la puerta del laboratorio y empezaron a salir estudiantes.


—Date prisa, A.J. la cita se acerca.


—Sergio y Lucio están limpios. Seguramente reclutas recientes —Pedro se levantó—. Y tu doctora Chaves tiene treinta y siete años, está divorciada, tenía una clínica con su antiguo esposo, el doctor Simon Chaves, donde trabajaban con adolescentes y jóvenes. No he leído sus artículos, pero se han publicado en revistas de todo el país. Es una mujer importante.


—¿Algún enemigo?


—¿Un paciente descontento, tal vez? No he tenido tiempo de escarbar todavía. Pero puedo decirte una cosa…



Kevin Washburn salió del laboratorio.


Pedro lo saludó con la mano y el chico avanzó hacia él.


—¿Qué?


—Su ex, Simon Chaves, tiene problemas económicos. Parece ser que lo demandó uno de sus pacientes por acoso sexual. Llegaron a un acuerdo fuera de los tribunales; él pudo conservar su licencia, pero tuvo que declararse en bancarrota. El abogado de la demandante amenazó con utilizar en su contra parte de la declaración de divorcio de tu doctora. Chaves.


—Interesante —¿otro sospechoso con un motivo para asustar a Paula?—. Avísame si encuentras algo más. Y gracias.


—Sólo hago mi trabajo. Haz tú el tuyo. Y ten cuidado.


—Siempre.


Pedro apagó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo.


—Hola, Kevin.


Pedro —el chico se pasó los dedos por el pelo graso y jugueteó con el asa de su mochila. Indicó el teléfono con la cabeza—. ¿Un amigo?


Pedro sonrió y le dio una palmada en el hombro.


—Mi amigo ahora eres tú —avanzó con él hacia la puerta—. Vamos a conocer a ese amigo especial tuyo.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario