Hacía tiempo que el vino había perdido el frescor, en la cubeta de hielo ya sólo quedaba agua.
Lorena estaba junto a una ventana de la sexta planta del Ritz Carlton del centro de Atlanta. Los coches zigzagueaban por la calle Peachtree. Bajo la luz de las farolas, un hombre con un abrigo raído seguía a una mujer bien vestida que, inquieta, se apresuró a entrar en un edificio de oficinas.
Lorena se apartó de la ventana y miró la cama de matrimonio. Hacía horas que estaba abierta, con bombones y una rosa sobre la almohada.
Sacó su teléfono móvil y pulsó la tecla para leer su buzón de correo.
No tiene mensajes nuevos.
Guardó el móvil en el bolso.
El juego empezaba a perder interés. Si Jorge creía que podía tratarla como una máquina tragaperras con la que podía jugar cuando le diera la gana, tendría que demostrarle que no era así.
Pensó en Paula Chaves, que sin duda estaría acostada en su cama en la mansión de Buckhead, y sintió que la ira le oprimía el corazón.
Paula tenía lo que Lorena deseaba.
Obviamente, ésa no era la forma de conseguirlo. Lo que le había dicho a su padre el día de Noche vieja era muy en serio. No estaba dispuesta a conformarse nada que no fuera lo mejor.
Ya era hora de pasar a la siguiente ronda.
*****
A pesar de lo que le había dicho a Kevin en el gimnasio, el nombre de Paula dominó el pensamiento de Pedro al día siguiente, junto con una docena de preguntas que le bombardeaban la mente. Su hábito fiscal de mirar más allá de lo superficial le impedía ignorar los detalles. La forma que tenía Paula de evitar sus ojos, las miradas nerviosas hacia la casa por encima de su hombro, como si temiera que su peor pesadilla fuera a materializarse.
A las seis de la tarde, sonó el teléfono de su escritorio.
—Pedro Alfonso.
—Pedro. Hola. Soy Lorena Webster.
—Lorena—dijo él, sorprendido.
—Dime que estás aburrido como una ostra y deseando hacer algo esta noche.
—Supongo que eso depende de por qué lo preguntas —Pedro se puso un dedo en la sien, le dolía la cabeza. Había percibido un sutil coqueteo en la voz de Lorena.
—Esperaba que tuvieras lástima de una chica sin pareja y me acompañaras a una gala de recaudación de fondos de United Way.
—Estoy seguro de que tienes una agenda negra de tres centímetros de grosor.
—¿Eso es un cumplido?
—Yo diría que es la verdad.
—Vale —Lorena soltó una risita complacida—. Tengo la sensación de que voy avanzando.
—Lorena. No estoy seguro de que sea buena idea…
—Sin compromisos. Simplemente estarías haciéndole un favor a una chica. Quizá hasta te diviertas.
En cualquier otro momento, él habría argumentado a favor del «mejor no». Pero la idea de pasar otra noche agotándose en el gimnasio para controlar su obsesión con las contradicciones que había observado en Paula Chaves no lo atraía en absoluto. Así que cambió de opinión.
—¿A qué hora quieres que te recoja?
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