domingo, 17 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 1





Paula Chaves odiaba la Nochevieja. Era el día del año en que la gente celebraba lo pasado y daba paso a lo nuevo, y cambiar de año era un innegable recordatorio de que había dejado pasar doce meses más. Un año más, nada había cambiado. O, más bien, no lo había cambiado ella.


Sentada ante el tocador de nogal, apenas reconocía su reflejo en el pesado espejo veneciano. Con un dedo, acarició el desvaído cardenal que tenía bajo la mandíbula. Abrió un cajón, sacó un tubo de crema correctora y se puso un poco. 


La sombra verde amarillenta se rindió temporalmente, casi invisible.


—Paula, ¿estás preparada? —la voz de su marido llegó desde abajo. Suave, educada. Con un leve tinte de irritación.


A ella se le contrajo el estómago, pero no mostró emoción alguna. Se había acostumbrado a la inexpresiva desconocida del espejo. La mujer que nunca sonreía, de ojos vacíos y apagados. Se planteó no terminar de maquillarse. Seguiría odiando su aspecto porque ella podía ver a través de la máscara. Aunque el resto del mundo no lo hiciera.


Se oyeron pasos en la escalera. Jorge apoyó un hombro en el umbral de la puerta. Llevaba un esmoquin negro y una almidonada camisa blanca. La expresión de su rostro moreno era plácida.


—¿Por qué tardas tanto? —preguntó—. Vamos tarde.


—¿Por qué no vas solo hoy? —Paula se obligó a mirar a su marido a los ojos—. No me encuentro bien.


—No puedo hacer eso —él cruzó la habitación y enredó un mechón de su pelo en el dedo. Algo chispeó en sus ojos marrones—. ¿Qué pensaría la gente?


—¿Qué importa lo piensen?


—Ramiro y Silvia nos esperan —afirmó él.


—¿Y Lorena? —aunque ella sintió un destello de ira en su interior, su voz sonó tranquila. Él se quedó inmóvil, alzó una ceja y esbozó media sonrisa.


—Según Ramiro, sigue en la escuela. ¿Desde cuándo estás tan interesada en ver a Lorena?


—No lo estoy —replicó ella con voz neutral. La ira de Paula desapareció con tanta rapidez como se había iniciado. 


Santy estaba en su habitación, viendo un DVD. No quería que los oyera discutir.


Se levantó del taburete y fue al vestidor. La luz se encendió cuando abrió la puerta. Cerró los ojos y luchó contra la desesperación que la atenazaba. Una y otra vez el mismo baile, sus vidas daban vueltas en un círculo sin salida. 


Acatar para no pelear.


—¿Paula? —dijo Jorge en el umbral del vestidor con voz tensa.


—Terminaré de arreglarme enseguida —contestó ella, descolgó el vestido sin mirarlo siquiera.


Jorge se lo arrancó de la mano y lo tiró al suelo como si fuera basura. Después la atrajo hacia él, agachó la cabeza y besó su mandíbula, justo en el cardenal, después su barbilla y, por fin su boca.


—Eres tan bella… —dijo, apartándola para mirarla—. Sigo pensando que llegará el día en que te mire y te vea de otra manera. Pero aún no es así.


Ella se sintió como un pájaro enjaulado de bello plumaje. Un solo chasquido y el pájaro cantaba.


—Por cierto —le susurró él al oído—. Creo que te alegrará saber que he matriculado a Santiago en la Escuela Cade Country.


Esas palabras la golpearon como un ladrillo en el pecho. Sus pulmones se quedaron sin aire.


—¿Qué significa eso? —preguntó, con una mano en la garganta.


—Es un internado de Connecticut —explicó él con voz racional, como si lo que decía fuera lo más lógico del mundo—. Han ampliado las plazas y podrá incorporarse a mediados de febrero. Lo llevaremos cuando regrese de mi viaje a República Dominicana.


Paula lo miró atónita. Cuando recuperó el habla, su voz sonó como si fuera de otra persona.


—Santy no se va a ningún sitio. No puede. Es demasiado pequeño…


—Tiene nueve años —interrumpió Jorge, brusco—. Creo que le irá bien pasar algún tiempo lejos de ti. Lo proteges demasiado y ya es hora de que deje de estar tan enmadrado.


Ella se rodeó la cintura con los brazos, como si eso pudiera paliar la súbita avalancha de dolor que sentía. Había aprendido hacía mucho que discutir con Jorge era perder el tiempo. Se mordió el labio para no gritarle.


Él dio un paso adelante y la apartó, obligándola a apoyarse en la pared para no caer. Miró los vestidos con impaciencia, eligió uno negro y se lo tiró.


—Ponte éste —ordenó—. El otro parece vulgar.


Ella llevó el vestido al cuarto baño; como era habitual, la ira y la impotencia le quemaban la garganta como bilis. Se obligó a controlarse y reservar sus energías. Tenía que concentrarse en el futuro, en cómo poner su plan en práctica cuanto antes. Repasó mentalmente los pasos que debía seguir.


Tenía la dirección de correo electrónico. Sólo faltaba utilizarla.


Lo haría al día siguiente. Esa vez lo haría. Ya no tenía otra opción




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