sábado, 25 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 2





Era la hora del almuerzo un domingo en la Gran Manzana, un evento sagrado para los neoyorquinos que trabajaban sesenta y cuatro horas a la semana y necesitaban relajarse un poco antes de empezar el lunes otra vez.


Normalmente, Paula Chaves lo celebraba reuniéndose con sus amigas Amanda y Julia para tomar huevos revueltos, bollos, crema de queso y, si consideraban que era apropiado, un poco de alcohol. Por desgracia, esa mañana estaba demasiado cansada como para ponerse a cocinar. Apenas había tenido tiempo de sujetar su largo pelo castaño en una coleta. Y nada de lentillas. Aquel día iría con gafas.


Después de trabajar hasta las tantas en el diseño de un logo original con el que esperaba conseguir un puesto como diseñadora gráfica, otra de las estúpidas chicas de «la tropa de Pedro» la había despertado de madrugada.


Pedro era Pedro Alfonso, el vecino alto y moreno de ojos azules y hoyito en la mejilla que vivía en el apartamento de al lado; un hombre que recibía constantes visitas femeninas ya fuera de día o de noche. Esa era «su tropa». El nombre había sido inventado por sus amigas Amanda Crawford y Julia Prentice, con las que solía criticar al irritante vecino.


El problema era que algunas de las amiguitas de Pedro aún no habían aprendido a leer y confundían el apartamento de Paula, el 12B, que cuidaba para el príncipe y empresario europeo Sebastian Stone, con el 12C, el apartamento de Pedro en el 721 de Park Avenue, la zona más lujosa de Manhattan. Y la noche anterior, alrededor de la una, otra de sus amazonas de talla cero, esa vez de pelo rojo y labios hinchados artificialmente, había llamado a su puerta.


—Siento mucho no poder ofreceros nada más —se disculpó ante sus dos amigas, sentadas frente a la mesa de cristal y hierro forjado en el elegantísimo apartamento de Sebastian Stone.


Los ojos grises de Amanda brillaron, divertidos, mientras cruzaba las piernas.


—No te preocupes, café y donuts es un clásico.


—Y ésos que Heran azúcar por encima son los favoritos de mi niño —Julia, que estaba embarazada de cuatro meses, ocupaba el apartamento 9B hasta que se fue a vivir con su novio, Max Roland, el mes anterior. Y ahora su antigua compañera de piso, Amanda, tenía el piso para ella solita.


Julia y Amanda no podían ser más diferentes a ella. Las dos eran niñas ricas, las dos licenciadas en la elegantísima y super pija universidad de Vassar, las dos siempre impecablemente vestidas.


Y luego estaba ella: ojos verdes, melena oscura, grandes pechos, buenas caderas y un vestido teñido estilo hippy que había dejado de estar de moda diez años antes. Era mona, pero nada que ver con sus guapísimas amigas. Y eso no le molestaba en absoluto. Paula no tenía inseguridades de ese tipo; ella era quien era.


Julia y Amanda no podían estar más de acuerdo. A la primera, que no había trabajado nunca, y a la segunda, que se dedicaba a organizar eventos, no podía importarles menos que su amiga no fuese una belleza o que no tuviera dinero ni un apellido conocido. Sólo querían su amistad.


—Además de una quiche de verduras y una ensalada de rúcula y queso de cabra, quería hacer bollitos de canela —suspiró Paula—. Pero el tiempo que necesita la masa y mi tiempo hoy no coinciden, desgraciadamente.


—No pasa nada —Amanda, sin una gota de maquillaje y tan guapa como una modelo, le dio una palmadita en la mano—. ¿Te acostaste tarde anoche? ¿No me digas que tuviste una cita?


—¿Una cita? No, qué va —rió Paula, como si ésa fuera la pregunta más tonta del mundo.


Pero luego lo pensó un momento. ¿Por qué iba a ser una pregunta tonta? ¿Y cuándo fue la última vez que tuvo una cita? ¿Había sido en este siglo o en el siglo anterior? Ah, sí, claro, un año antes de que a su madre le diagnosticaran…


—A ver si lo adivino —la voz de Julia interrumpió sus pensamientos—. ¿Otra visita a horas intempestivas?


—Pero si ha dicho que no tuvo una cita… —murmuró Amanda, mordiendo otro donut.


—No me refería a un hombre, me refería a algún miembro de la tropa de Pedro.


—Ay, por favor. ¿Otra de las chicas de Pedro volvió a despertarte de madrugada?


—Sí —suspiró Paula, dejándose caer sobre la preciosa silla de roble Glastonbury.


—¿La rubia otra vez?


—No, pelirroja.


Amanda se encogió de hombros.


—El tipo es versátil, desde luego.


Pero Julia no pensaba dejar el tema. Podía ser pequeña en estatura, pero tenía el temperamento de una tigresa.


—Paula, esto es intolerable. Tienes que hablar con él.


—Lo sé, lo sé.


Y lo sabía, pero…


—O, al menos, deja una nota en su puerta —sugirió Amanda, sirviéndose otra taza de café, con el flequillo rubio cayendo sobre su cara.


Julia sacudió la cabeza.


—Habías jurado que si volvían a despertarte…


—Que sí, ya lo sé —suspiró Paula, avergonzada por su falta de valor—. Nunca había tenido miedo de enfrentarme a nadie, pero ese hombre… Pedro Alfonso es demasiado guapo. Esos hoyitos en un rostro tan serio… Es como un chico del instituto para el que me pintaba y me ponía colonia de Rochas todos los días con la esperanza de que se fijase en mí.


Julia levantó una ceja.


—¿El chico que te gustaba? ¿Pedro se parece al chico que te gustaba en el instituto, Pau?


—Sí, bueno, quiero decir que es así de guapo y de carismatico…


—¿Quieres que Pedro se fije en ti?


—No —contestó Paula, dejando escapar un largo suspiro—. Sólo quiero contarle lo que pasa.


—Pues lo único que tienes que hacer es llamar a su puerta.


—Sí, Julia, ya lo sé.


En su propio mundo, como casi siempre, Amanda tomó un sorbo de café.


—Además, entonces no usabas colonia de Rochas, cariño, era pachuli.


Paula y Julia soltaron una carcajada al unísono.


—Sí, seguramente fuera verdad —dijo Paula luego—. Por cierto, ese chico sólo se fijó en mí para decirme que me había salido un grano.


—No te preocupes, cariño —intentó animarla Julia—, seguro que ahora se dedica a servir hamburguesas.


—No, he oído que juega al fútbol con los Colts de Indianapolis.


—Bueno, pero seguro que todas las animadoras pasan de él.


—Lo dudo —suspiró Paula—. Los hombres como él y como Pedro Alfonso no saben lo que es una negativa —dijo luego, encogiéndose de hombros—. No lo entiendo. ¿Por qué todas las mujeres pierden la cabeza por ese tipo de hombre? Un arrogante que sólo busca sexo…


—Que sea alto, guapo y con dinero ayuda mucho —opinó Julia.


Amanda asintió.


—Es el trío de cualidades que buscan algunas mujeres.


Paula levantó los ojos al cielo.


—Hablo en serio, chicas.


—Y nosotras también —rió Julia—. Para algunas personas el aspecto físico y el dinero es lo único que cuenta.


Sí, tenían razón, pensó Paula. Ella conocía la realidad de la vida, pero le costaba trabajo aceptar que la gente no quisiera algo más. Tener dinero y resultar atractivo para los demás era interesante, claro, pero no duraba para siempre. Y no era lo fundamental. Lo importante era tener a alguien que te diera un masaje en los pies después de un largo día de trabajo, alguien que se alegrase de que hubieras conseguido un encargo profesional o que te ayudase a sobrellevar el dolor cuando estabas descubriendo en qué consistía la enfermedad de Alzheimer.


Paula apartó de su mente ese último pensamiento. No, no iba a contarles penas a sus amigas. En lugar de eso, se levantó para ir a la cocina a hacer más café.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario