sábado, 25 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 1






Envía un millón de dólares a una cuenta secreta de las islas Caimán o tus pasadas indiscreciones serán de dominio público.


Pedro Alfonso, en su despacho decorado en acero y cristal, se inclinó hacia delante para tirar la nota a la papelera. No estaba furioso, ni siquiera preocupado, sólo quería seguir trabajando.


Las amenazas no eran algo nuevo para él; las recibía por correo electrónico, por correo ordinario o de cualquier otra forma. Las había recibido de su padre, de empleados despedidos recientemente y, por lo tanto, cabreados con la empresa familiar de medios de comunicación AMS o de mujeres, antiguas amantes que se negaban a aceptar el fin de su relación.


Las amenazas eran un fastidio, pero poco más.


El magnate de treinta y un años sabía quién era y lo que quería, en los negocios y en la vida, y ninguna influencia del exterior iba a cambiar eso.


Pedro siguió firmando un montón de papeles mientras, al otro lado del ventanal, el sol empezaba a asomar en el horizonte, llevando con él un nuevo día de agosto y un edificio lleno de actividad.


—Buenos días, señor Alfonso.


Pedro saludó con la cabeza a una de sus jóvenes ayudantes, una bonita pelirroja que acababa de graduarse en la universidad de Nueva York, antes de mirar el reloj de su ordenador portátil.


—Las seis y media. Muy bien.


—Le traigo la agenda del día —sonrió la joven antes de salir del despacho.


Era guapa, pero él nunca mantenía relaciones con sus empleadas que en este caso, además, era muy joven. 


Aunque le gustaban mucho las pelirrojas. De hecho, esa misma noche tenía una cita con una pelirroja igualmente guapa, pero no tan inteligente. Y a él le daba lo mismo.


Pedro sonrió al recordar la noche anterior. Su amiga había estado veinte minutos insistiendo en que Rudolf Giuliani no era un político, sino un famoso jugador de baloncesto.


Ah, sí, le encantaban las mujeres. Le encantaba cómo reían, como se movían, cómo olían… Todas tan diferentes y tan similares. Y la pelirroja no era ninguna excepción. Como las demás mujeres, creía que iba a ser ella quien lo cambiase, quien lo llevase al altar, quien lo hiciera tan increíblemente feliz que olvidaría la estricta norma que había seguido durante los últimos diez años: un máximo de cuatro semanas antes de romper la relación.


¿Por qué no lo entendían? ¿Por qué no podían comprender que él no iba a cambiar nunca? Pedro había aprendido de la manera más dura posible que en cuatro semanas una mujer podía convertirse en algo más que una distracción y pasar por eso otra vez era inaceptable en aquel momento de su vida.


Pero Pedro no era totalmente insensible en cuanto a sus relaciones con las mujeres. Siempre era completamente sincero sobre las cuatro semanas y sobre lo que no debían esperar de él.


No tenía nada personal contra ninguna de las chicas con las que salía y tampoco tenía nada que ver con su belleza o su personalidad. Era un simple hecho, una norma que él tenía… y quizá, si le obligaban a admitirlo, una manera de tenerlo todo, al menos todo lo que a él le gustaba, sin sufrir dolores de cabeza.


Unos dolores de cabeza que lo distraerían inevitablemente de su único deseo: convertirse en presidente de AMS cuando su padre se retirase.


Desgraciadamente, Saul Alfonso tenía una visión completamente diferente a la de su hijo sobre las relaciones sentimentales. Según él, tener esposa e hijos estabilizaba a un hombre, lo hacía más fuerte. Tener una familia, en opinión de su padre, facilitaba el ascenso a un puesto de poder y aseguraba el respeto de colegas y rivales. Desde su punto de vista, el de un hombre de los años cincuenta, una esposa se encargaba de los detalles y dejaba que su marido lidiase con los problemas más importantes.


Y estaba tan convencido de eso que, después de varios intentos fracasados de convencerlo para que sentara la cabeza, había optado por enviarle informes y notas sobre el tema. Pedro tenía la última en la mano. Había sido colocada, sin duda por uno de los fieles subordinados de Saul Alfonso, bajo el monitor de uno de sus ordenadores, y era una advertencia de que podría no retirarse como presidente de AMS hasta que Pedro estuviera felizmente casado.


O tristemente casado, en su opinión.


Sí, las amenazas llegaban a su despacho en diversos tamaños, formatos y medios.


Todo en un día de trabajo.


Pedro tiró la nota de su padre a la papelera, viéndola caer junto con la absurda misiva en la que alguien le pedía que enviara un millón de dólares a una cuenta secreta si no quería que se revelasen ciertos secretos de su pasado.


Algo que tenía tantas posibilidades de suceder como que Pedro Alfonso, renombrado soltero, buscase una esposa.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario