lunes, 16 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 27





Paula se despertó sobresaltada al sentir que su pierna estaba en contacto con una pierna peluda. Se quedó inmóvil.


Pedro.


¿Se habían pasado la noche haciendo el amor de forma apasionada y ardiente? No. 


Seguramente no sería más de medianoche, por eso Pedro seguía allí a su lado. Echó un vistazo al reloj y se dio cuenta de que casi eran las seis de la mañana. Se sintió tan angustiada que pensó que había arruinado su vida definitivamente.


Podía haberse quedado embarazada. Otra vez. Cuando le había comentado Pedro que no se había puesto un preservativo, él le había contestado que no hacía falta, y Paula no se había preocupado. La pasión la había cegado y lo único en lo que había querido pensar en aquel momento había sentido en sentir a Pedro dentro de ella.


Pero con el amanecer llegaba la realidad, y con la realidad, el miedo.


No quería pensar en el torbellino de emociones que la acechaban. Sobre todo teniendo el cuerpo cálido de Pedro entrelazado con el suyo.


Paula no tenía otra opción.


Pedro —susurró para despertarlo.


Abrió los ojos y por unos instantes pareció desorientado. 


Cuando se dio cuenta de dónde estaba soltó un ruido de satisfacción y se acurrucó junto al cuello de Paula.


—No —dijo ella en un tono intranquilo.


Pedro no la hizo caso y la empezó a besar y a chupar el cuello.


Oh, cielos, aquel hombre le hacía perder cualquier tipo de determinación. Se moría de ganas de que la volviera a hacer el amor. Pero entonces le vino Teo a la cabeza y se dio cuenta de que tenía que frenar aquella inercia.


—Para —susurró de nuevo más enérgicamente. Pedro se retiró confuso.


—¿Algo va mal?


—Son casi las seis.


—¿De la mañana? —preguntó él.


—Sí.


—¿Y?


—Te tienes que ir —le dijo Paula.


—¿Por qué? Estoy en mi casa —contestó él. 


Se apoyó en el codo y se inclinó para darle un beso apasionado.



Cuando sus labios se despegaron, Paula recuperó el aliento y se dio cuenta de que estaba muy excitada. Maldición, aquel hombre había conseguido que su cuerpo volviera a la vida.


—Me encanta hacerte el amor —dijo Pedro en un tono remolón. Su mirada era intensa.


—A mí también.


—Es aún mejor de lo que lo recordaba.


Sus ojos ya se estaban convirtiendo en dos bolas de fuego y Paula sintió cómo algo se endurecía junto a su pierna. Tenía que inventarse una manera de hacerlo salir de la habitación, pero antes tenía que enterarse de por qué él había asegurado que no se iba a quedar embarazada.


—¿Pedro?


—¿Mmm?


Era como si su mente estuviera muy lejos, pero su cuerpo estaba muy cerca, separando las piernas de Paula para penetrarla de nuevo.


—¿Por qué estás tan seguro de que no me voy a quedar embarazada?


El cuerpo de Pedro se puso en tensión y durante un rato largo se hizo un silencio. Después se apoyó sobre un codo y la miró a los ojos. La expresión de su rostro era de dolor.


—Poco después de que tú te marcharas, tuve un accidente.


Una sensación de pavor invadió el cuerpo de Paula. Pero no dijo nada. Tenía que ser él quien escogiera lo que le quería contar.


—Un caballo me dio una coz en mis partes. Me dio la peor patada de mi vida.


—Lo siento mucho —dijo Paula sinceramente. A pesar de que era la persona que más daño le había hecho en el mundo, no le deseaba ningún mal. Sobre todo en lo referente a la salud.


—Yo también lo siento. El resultado es que es probable que nunca pueda tener hijos —admitió abatido.


Paula se sintió tan afectada que se quedó sin palabras.


Tú ya tienes un hijo, un niño precioso llamado Teo.


Por primera vez desde el nacimiento el niño, Paula se moría de ganas de compartir aquella información con Pedro para borrar el dolor que transmitían sus palabras.


Pero no podía hacerlo.


—¿Paula? —le preguntó él tras besarla en la frente.


—No estoy dormida, si es eso lo que creías.


—Ahora ya sabes por qué podemos hacer el amor todas las veces que queramos sin tener que preocuparnos.


—Ahí te estás equivocando —contestó Paula con los ojos muy abiertos. Pedro se retiró para mirarla sin ocultar su confusión—. Éste ha sido nuestro último baile, Pedro —dijo enérgicamente.


—¿Entonces éste ha sido el revolcón de despedida? —preguntó con la mandíbula en tensión y con los ojos encendidos de rabia.


Paula sabía que aquella desagradable pregunta era fruto de la rabia. Pero ella también se sentía furiosa.


—Por favor, vete —dijo ella suavemente.


—Paula, no he querido decir eso —contestó Pedro tomándola en sus brazos.


—Da igual. Esto ha sido un error y los dos lo sabemos —dijo agotada.


Pedro suspiró, pero no la rebatió. Paula sintió un pinchazo en el corazón.


Los pensamientos sobre Teo se agolpaban en su cabeza.


Normalmente le gustaba dormir hasta tarde. Pero como estaba durmiendo con la abuela quizás se despertara antes. 


¿Y si aparecía de repente en la habitación?


Era mejor no imaginarse las repercusiones de esa posibilidad. Lo cierto era que el pestillo de la puerta no estaba echado.


Estupendo.


Pedro.


—Ya me voy, Paula. Has dejado bastante claros tus sentimientos.


La amargura era tan patente en su voz, que Paula sintió lástima unos instantes. Pero enseguida se le pasó. Si no hubiera sido por él y por su traición, las vidas de ambos habrían sido bien distintas aquellos años.


Ya era demasiado tarde.


Paula emprendería de nuevo su camino y Pedro el suyo.


Él salió de la cama y Paula se sorprendió mirándolo embobada. Tenía un trasero perfecto, que horas atrás había estado acariciando con deseo.


Pedro se dio la vuelta y la miró. Paula tragó saliva. Se moría de ganas de saltar a sus brazos y sentir su carne turgente. 


No sólo quería acariciar su suave miembro, sino que deseaba rodearlo con sus labios y acariciarlo lentamente con la lengua.


—Por Dios, Paula —suspiró él agonizante—. Si no te...


—Por favor, vete —le pidió Paula antes de que fuera demasiado tarde.


Pedro no la obedeció inmediatamente, estaba demasiado ocupado soltando palabrotas. Momentos después, Paula escuchó que la puerta se abría y se volvía a cerrar. Sólo entonces se permitió agarrar la almohada y ahogar allí un llanto imparable.


¿Reproches?



Había llegado el momento. Pero, sorprendentemente, no se arrepentía de nada de lo que había hecho. No se iba a reprochar haberse dejado guiar por sus instintos dejando a un lado a la cabeza, porque sabía que había sido la última vez.


Y por esa razón se sentía tan triste como se había sentido el día que había decidido salir de la vida de Pedro, cinco años atrás.





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