viernes, 22 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 8





El deseo la envolvió como una pesada manta. Paula no podía respirar, no podía pensar... pero sí imaginar.


Sintió un hormigueo en los dedos al imaginarse hundiéndolos en aquella mata sedosa para acariciar el contorno de su cabeza. Abrió los ojos con estupefacción y movió la cabeza en señal de negativa.


—Como quieras —Pedro se encogió de hombros—. Pero no olvides que te lo he ofrecido.


—No lo haré.


—Creo que deberías intentar estar atractiva, no presentable —tenía la mirada puesta en los lustrosos mechones castaños que caían justo por debajo de los hombros—. La competitividad distraerá a Chloe.


El comentario era injustificado y un poco cruel.


—¡Muy gracioso! —le espetó. Nunca vería el día en que pudiera competir con Chloe, y los dos lo sabían.


—Si Chloe saliera sin maquillar y sin ropa de diseño, nadie se fijaría en ella.


Cuando Pedro le puso la mano en la barbilla y giró su rostro, primero a un lado y luego a otro, a Paula se le ocurrió pensar que debía protestar por aquella actitud despótica.


—Tienes una piel increíble —lo decía como si fuera una acusación—. Por todo el cuerpo —añadió con voz ronca.


Paula se puso rígida y se apartó de él.


—¿Cómo lo sabes? —una intensa alarma intensificó el verde de sus ojos. Pedro se encogió de hombros.


—Te llevé a la cama, y no llevabas nada debajo del camisón.


—¡Menudo caradura estás hecho! —exclamó Paula, y se puso colorada y sudorosa al mismo tiempo.


—Sin querer... sí, sin querer —repitió con firmeza al oír la exclamación burlona de Paula—, te toqué el trasero... ¡Mátame si quieres! Podría haberte dejado caer... ¿te habría parecido mejor? Lo recordaré para la próxima vez.


—No habrá una próxima vez —Paula respiraba con dificultad. No podía desterrar la imagen de los dedos de Pedro en su... Se rió de sí misma para sus adentros.


« ¿Acaso mi vida sexual es tan aburrida que empiezo a desear haber estado despierta cuando me agarraban sin querer?».


—No sabía que fueras tan puritana. ¿Sabes? —observó Pedro, mientras la miraba con ojos entornados y poco amistosos—, no solías estar tan reprimida. Acostarte conmigo te habría sentado mucho mejor que beberte media botella de licor. Y a mí tampoco me habría sentado mal —añadió en tono lúgubre.


Paula se quedó boquiabierta de estupefacción. Se concentró en el asombro y en la indignación e hizo oídos sordos de la excitación que la paralizaba.


—¡Acostarme contigo! —gritó.


—Lo dices como si nunca se te hubiera ocurrido.


—¡Y no se me ha ocurrido! —replicó, horrorizada.


—Y un cuerno —bramó Pedro en tono burlón—. Sabes perfectamente que llevamos rehuyendo el tema toda la mañana.


En aquel momento, Paula dejó de fingir que controlaba su pánico.


—Y supongo que ahora me dirás lo maravilloso que eres como amante —se burló.


—La modestia lo prohíbe —repuso Pedro con ojos entornados—. Pero no estarías tan tensa si anoche te hubieras acostado conmigo, y hasta yo podría haber dormido un poco.


—¿Tan aburrido crees que habría sido? —Paula asintió y desplegó una sonrisa irónica—. Sí, es probable. Quizá me agradara hacer de hermana para ti cuando éramos pequeños, ¡pero no estoy dispuesta a hacer de amante! —imaginar a Pedro cerrando los ojos y fingiendo que ella era la mujer a la que amaba la repugnaba—. Estoy segura de que hay... curas menos drásticas para el insomnio.


—Una pastilla no va a solucionar mi problema. Ni el tuyo.


—Y... —dirigió una mirada de preocupación hacia Benjamin y bajó la voz— ¿el sexo sí?


—No —reconoció Pedro con los dientes apretados—. Pero nos hará olvidar durante un rato.


El tono lúgubre de su voz grave disipó el enojo de Paula y la conmovió. Había estado demasiado absorta en sus propios problemas para pensar en los de él.


—¿Tan terrible ha sido, Pedro? —preguntó con tristeza. Sin darse cuenta, alargó la mano y le tocó la cara.


Unos ojos oscuros como la noche se posaron en la compasión que brillaba en la mirada de Paula antes de contemplar su esbelto brazo. Pedro elevó la mano para cubrir la de ella, y Paula se estremeció al percibir la fuerza controlada de sus dedos largos y morenos.


—¿Tan terrible como para pensar en acostarme contigo, Paula? —profirió una áspera carcajada—. Llevas la modestia demasiado lejos. Eres una mujer preciosa.


—¿Hermosa no? —Paula no daba vueltas en la cama por las noches pensando en las deficiencias que podría corregir la cirugía estética, pero en aquellos momentos, le costaba bromear sobre ello.


—La belleza se marchita. Tú tienes una buena estructura ósea —anunció Pedro con firmeza.


—¡Qué poético!


—¿Tan malo es, Paula, querer dar y recibir un poco de consuelo? — la voz de Pedro estaba exenta del cinismo que Paula tanto detestaba, y sus ojos la escrutaban despacio.


«Dicho así, parecería una insensible si discrepara». Cielos, aquel hombre tenía labia. Y no era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Aquellos ojos, ese carisma... ¿era de extrañar que se le hubiera nublado el cerebro?


—No... Sí... Me estás confundiendo —protestó con voz débil.


—Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que cerrar la puerta del dormitorio y decir «al diablo con todo» sería lo mejor para los dos —Pedro hundió los dedos en la mata de pelo sedosa y acercó su rostro al de ella—. ¿A quién le haríamos daño? —gruñó.


Paula estaba segura de que había varias buenas respuestas a aquella pregunta ronca e íntima, pero en aquel momento no podía recordar ninguna.


—Ahora mismo, a mí —movió un poco la cabeza para demostrarle por qué. Una mezcla ambigua de miedo y excitación la recorrió cuando Pedro deslizó los dedos bajo la mata de pelo hacia su nuca.


El roce fue como una corriente eléctrica, se propagó por todas sus terminaciones nerviosas. Paula cerró los ojos y jadeó mientras se preguntaba si no resultaba patético que aquel fuera el incidente más sensual de toda su vida.


Pedro sintió el estremecimiento de placer que recorrió el cuerpo menudo de Paula y su mirada se intensificó.


—Sabía que estarías de acuerdo conmigo —la intensidad de su alivio lo tomó por sorpresa. Fue casi tan grande como la expectación que agudizó todos los sentidos de su cuerpo.


Alertada por el «ya te lo dije» de su voz, Paula abrió la boca para ponerlo en su sitio. Y lo habría hecho si en aquel mismo instante Pedro no la hubiera silenciado con un beso.


Paula abrió los ojos con estupor y fijó la mirada en su rostro, tan próximo al de ella. Fue la expresión de sus espectaculares ojos lo que vació su cabeza de todo
pensamiento. Suspiró y dejó caer los párpados. La oleada de placer fue tan intensa que gimió, y el sonido se fundió con el gemido masculino que vibraba en el pecho de Pedro.


Paula agitó las manos en el aire y cerró los puños para no agarrarlo y apretarse contra él... Porque comprendió, mientras Pedro levantaba la cabeza, que eso era exactamente lo que quería hacer.


Echando chispas verdes por los ojos, se limpió los labios con el dorso de la mano. Todavía retenía el sabor de Pedro, pero no estaba dispuesta a revelarlo.


—Me has besado.


—Me habría llevado un chasco si no te hubieses dado cuenta. ¿Cuál es el veredicto?


—El veredicto es que estás loco de atar si crees que accedería a acostarme contigo. Te lo diré aún más claro —se señaló los labios y habló muy despacio—. Anoche fue la última noche que habrás dormido en mi cama.




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