domingo, 13 de agosto de 2017
UNA CANCION: CAPITULO 33
Manuel abrió la puerta cuando Paula llegó para recoger a Joaquin. Estaba algo alterada. Había dejado su trabajo en el LipSmackin’ Ribs y estaba abatida y preocupada. Abatida porque amaba a Pedro y temía que él no la correspondiera.
Y preocupada porque él había puesto en riesgo su seguridad por ella. Quizá se sentía también culpable. Había estado dando vueltas con el coche durante un buen rato por la ciudad. Temía volver a casa con Joaquin y que los paparazzi estuvieran allí esperándola. Pero sabía que tendría que volver en algún momento.
Esa mañana, cuando había dejado a Joaquin con sus abuelos, Manuel le había dicho que Olga estaba todavía en la cama. Eso le había extrañado mucho. Tal vez estuviera enferma o enfadada con ella. Esperaba poder hablar con Olga para aclararlo. Tal vez debería advertirles que su foto podría aparecer en alguna revista.
Joaquin se puso muy contento al verla y corrió a abrazarla.
—¿Por qué no te vienes conmigo a la cocina? Te ayudaré a terminar el puzle. La abuela quiere hablar un rato con tu madre —dijo Manuel a Joaquin muy sonriente, y luego añadió dirigiéndose a ella—: La verdad es que a mí también me gustaría hablar contigo, pero alguien tiene que quedarse con Joaquin.
Olga entró en el cuarto de estar en ese momento. Jeannette la encontró un tanto pálida.
—¿Por qué no nos sentamos? —dijo Olga una vez que Manuel y Joaquin se fueron a la cocina.
Todo parecía indicar que la conversación podía ir para largo. Paula había ido con un suéter largo, sabiendo que Olga odiaba, casi tanto como ella, el uniforme del restaurante.
—¿Está bien? —preguntó Paula—. La encuentro un tanto pálida. Me quedé preocupada esta mañana cuando no salió a la puerta a recibir a Joaquin.
—Tenía otras cosas en que pensar —dijo Olga desviando la mirada—. En primer lugar, siento no habernos podido quedar anoche con Joaquin.
—No se preocupe, lo comprendo. Ya se quedan con él bastantes días.
—No teníamos ningún plan para salir anoche cuando nos llamaste. Y menos aún a una bolera. ¿Qué íbamos a hacer nosotros en una bolera? Solo pretendíamos…
—Que no saliera con ningún hombre, ¿verdad?
—Siempre hemos sabido que llegaría el día en que encontrarías a otro hombre. Y que ese día os perderíamos a Joaquin y a ti.
—Eso no sucederá nunca —le aseguró Paula—. Joaquin sabe que ustedes son sus abuelos y siempre vendrá a verles aunque yo conozca a otro hombre.
—¿Has conocido a alguien? —preguntó Olga, mirándola ahora a los ojos.
—Sinceramente, no sabría contestar, a fecha de hoy, a esa pregunta.
—Sé que no tenemos ningún derecho a inmiscuirnos en tu vida —dijo Olga en plural, como si Manuel estuviera sentado a su lado—, pero me gustaría decirte algo que tal vez debería haberte dicho hace ya mucho tiempo —Olga rompió a llorar y Paula se quedó helada, sin saber adónde podría derivar la conversación—. Es hora de que sepas la verdad sobre el accidente de mi hijo. Eduardo había estado bebiendo esa noche. El médico forense era amigo nuestro y le pedimos que no te dijera nada sobre el índice de alcohol en sangre que tenía cuando se produjo el accidente.
—No me lo puedo creer. ¿Había estado bebiendo?
—Sí, y no creo que fuera la primera vez —confesó Olga—. Una noche al llegar, pude oler cómo olía a alcohol. No le dije nada, aunque sé que debía haberlo hecho. Creo que bebía porque le asustaba ser padre. Tal vez no quería casarse y asumir responsabilidades. Al principio, pensé que no había ninguna razón para que lo supieras, y cuando Eduardo murió, pensé que te sentirías aún peor sabiéndolo. Sin embargo, ahora que has conocido a alguien, he pensado que debes saber la verdad. Sentimos mucho habértela ocultado todos estos años. ¿Podrás perdonarnos?
Paula comprendió que era el momento de las confesiones. Ella también tenía sobre sus hombros un sentimiento de culpabilidad. Y ya era hora de descargarlo. Su embarazo había sido un accidente. Se había olvidado aquel domingo de cambiarse el parche. Pero cuando se había enterado de que estaba embarazada, había querido a su bebé. Había querido ser su madre y dedicarle todo su corazón. Eduardo, en cambio, no lo quería y debería haberle dicho que no deseaba casarse con ella. Debería haber sido más sincero.
Pero en vez de eso, prefirió darse a la bebida y ponerse luego al volante del coche.
Paula vio apenada los ojos de Olga bañados en lágrimas y deseó compartir con ella su dolor. Es lo que trataba siempre de hacer con las personas que amaba.
Empujó la silla hacia atrás, se arrodilló a los pies de Olga y tomó sus manos entre las suyas.
—Claro que les perdono. Solo estaban tratando de protegernos a Joaquin y a mí.
Las dos mujeres permanecieron en silencio unos minutos hasta que consiguieron finalmente controlar sus emociones. Olga miró entonces a Paula a los ojos y le apretó la mano.
—Bueno, cuéntame algo de ese hombre con el que saliste anoche.
—Se llama Pedro Alfonso —dijo Paula con un nudo en la garganta.
Por la expresión que vio en el rostro de Olga, supo que iba a abrirle el corazón.
Necesitaba la experiencia y sensatez de la abuela de su hijo para ayudarla a decidir lo que tenía que hacer.
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