jueves, 10 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 21




A la noche siguiente, Pedro recibió en casa el teléfono por satélite que había encargado. No supo decir en ese momento si había comprado un invento maravilloso o un objeto de tortura. Había veces en que deseaba estar incomunicado. Sin embargo, comprendía lo útil que le hubiera sido el día que Joaquin se hizo aquella herida en la montaña.


Había estado las últimas veinticuatro horas dándole vueltas en la cabeza a lo que había pasado la noche anterior con Paula. A veces, tenía la impresión de que había querido aprovecharse de ella, pero luego llegaba a la conclusión de que lo que sentía por ella era cada día más profundo. Era una mujer inteligente y con carácter. Y era tan hermosa que su sonrisa tenía el poder de anularlo. Además había algo en ella que le atraía especialmente: rara vez le seguía la corriente, casi siempre se enfrentaba a él, rebatiéndole los argumentos con los que no estaba de acuerdo. Uno de los pocos, pero graves inconvenientes de ser una celebridad era el estar rodeado de personas que le decían siempre lo que él quería oír y hacían lo que él quería que hicieran.


Paula no era de esas. Tenía personalidad, ideas propias. No se dejaba impresionar y mucho menos intimidar por su fama. Eso había hecho que su ego se resintiera y había supuesto para él una verdadera cura de humildad.


Paula Chaves se enfrentaba a él y conseguía a la vez que él se enfrentase consigo mismo. Por eso había estado todo el día tratando de encontrar la respuesta a todas esas preguntas que los dos se hacían continuamente.


Había escrito el número de teléfono de su casa y del trabajo en un trozo de papel que había puesto en la puerta del frigorífico con un imán que tenía la silueta del estado de Montana. Marcó el teléfono de su apartamento, esperando que nadie respondiese. Pero no fue así.


—¿Sí?


—Soy Pedro.


—Hola, Pedro. No reconocí el número.


—Te estoy llamando desde mi nuevo teléfono por satélite. Lo compré por si tenía que volver a cuidar de Joaquin —dijo él, y luego añadió, después de unos segundos, al ver que ella permanecía callada—: ¿Sigues ahí?


—Sí, claro. La verdad es que estaba pensando en llamarte.


No sabía si creerla.


—¿Está dormido Joaquin?


—Sí.


—¿Cuando tienes tu próxima tarde libre?


—Mañana.


—Magnífico. ¿Qué te parece si la pasamos juntos Joaquin, tú y yo?


—¿Qué se te ha ocurrido?


—Podríamos ir al cine a ver alguna película que nos guste a los tres.


—¿No te preocupa que alguien pueda reconocerte?


—Tengo preparado un plan que te sorprenderá. Te llamaré mañana antes de ir y te diré donde quiero que nos veamos. Confía en mí, ¿vale?


—Está bien —respondió ella, tras un instante de duda.


—¿A qué hora sales de trabajar mañana?


—Mañana tengo el turno de almuerzo, así que saldré a eso de las cuatro.


—Lo tendré todo preparado para cuando salgas del restaurante.


—¿Puedo decírselo a Joaquin? Sé que le hará mucha ilusión.


—Claro, díselo. No hay nada como tener ilusión por algo. Yo también estoy entusiasmado.


—Y yo.


Pedro se despidió de ella. Al día siguiente, pensaba demostrarle cómo era su estilo de vida. Dependiendo de su reacción, decidiría si poner fin a su relación o seguir viéndose para conocerse mejor



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