miércoles, 9 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 19




—¿Hice algo malo? —preguntó Joaquin a Pedro con cara de angustia.


Estaban sentados los dos en la cocina del apartamento de Paula. Joaquin estaba coloreando un dinosaurio en un cuaderno de dibujos. Paula se había ido a la habitación a cambiarse de ropa. Tenía luego el turno de camarera en el LipSmackin’ Ribs.


—No, tú no has hecho nada malo. Yo soy el que debería haberte dicho que te quedaras a mi lado. Debería haberte advertido que podías caerte si te ponías a correr por aquel sendero.


—Siento algo raro —dijo Joaquin tocándose la barbilla con la mano—. Pero no me duele.


—Ahora no, pero puede que luego te duela algo.


Joaquin puso cara de pena y siguió coloreando los dibujos de dinosaurios.


—Mi abuelo dice que para que no me pase nada, lo mejor es quedarme en casa.


Pedro no quería faltar al respeto a nadie, pero no era de la opinión de que sobreproteger a un niño fuera la mejor forma de educarle.


—¿Te gusta quedarte en casa?


—No, me gusta más ir a buscar alces.


—Bueno, tal vez podamos salir otra vez de excursión a ver si los vemos… Aunque creo que eso deberías preguntárselo a tu madre —añadió él, al ver entrar a Paula en el cuarto.


Joaquin se giró en la silla y miró a su madre.


—¿Puedo ir, mamá? Te prometo que no me volveré a caer.


Paula se acercó a su hijo y se puso de cuclillas para quedarse a su altura.


—Buscar alces es muy divertido, pero le diste un buen susto a Pedro cuando te caíste. Si quieres ir con él de nuevo, tienes que prometerme que le obedecerás en todo y no saldrás corriendo.


—Te lo prometo —dijo el niño, sonriendo a Pedro—. ¿Podemos irnos ya?


—Hasta que no se cicatricen los puntos, me temo que tendremos que buscar algún juego más tranquilo.


—Voy entonces a por otro cuaderno de dibujos —dijo Joaquin, bajándose de la silla.


Tan pronto como Joaquin salió de la cocina, Pedro se acercó a Paula. Llevaba el uniforme de camarera. Lucía unas piernas largas y espectaculares, una cintura estrecha y un vientre plano que asomaba bajo la camiseta corta y ajustada. Se quedó mirándola extasiado como uno más de esos papanatas que iban al restaurante a verla más que a comer costillas. La miró luego a la cara, embriagado por la carnosidad de su boca y la belleza de sus ojos azules.


—¿Le dejarás entonces que vaya de excursión otra vez conmigo? —preguntó él para tratar de disimular la excitación que sentía en ese momento.


—Sí, yo no soy como Olga. No se puede tener a Joaquin encerrado en casa. Se volvería un niño cobarde y asustadizo. Eduardo era algo pusilánime y creo que era debido a la actitud de sus padres.


Pedro hubiera querido saber más cosas de Eduardo. 


Deseaba saber, sobre todo, hasta qué punto Paula había estado unida a él. Pero sabía que Joaquin podría volver en cualquier momento y que ella tenía que irse al trabajo.
Sin embargo, no se resistió a hacerle una pregunta atrevida, al hilo de lo anterior.


—¿Te consideras tú una mujer aventurera?


A Paula pareció divertirle la pregunta.


—¿Me estás preguntando si me gustaría ir de excursión de nuevo para ver alces?


Él sintió unas ganas locas de tocarla, pero trató de controlarse poniendo las manos detrás de la espalda.


—Ver alces… esquiar o deslizarse por la nieve… practicar el paracaidismo o el ala delta.


—¿Has saltado alguna vez de un avión?


Él sonrió y se encogió de hombros con indiferencia.


—Hace unos años. Fue en una campaña publicitaria para recaudar fondos para una obra benéfica. Luego volví a hacerlo de nuevo unos meses más tarde, solo como hobby.


—Creo que me atrevería con algún deporte de nieve, pero no me tiraría de un avión por nada del mundo.


—¿Aunque saltases en paracaídas con un compañero que te hubiera prometido que no ibas a correr ningún peligro?


Aunque estaban hablando de modo general e hipotético, ambos sobrentendían el contexto que se ocultaba bajo aquellas palabras.


—Tengo un hijo —dijo ella, muy seria—. No estoy segura de que una promesa fuera suficiente.


¿Qué sería suficiente para ella?, se preguntó él. ¿Un compromiso para toda la vida?


Tal vez, él estuviera sacando demasiadas conclusiones de una simple conversación.


—¿Qué te parecería si le enseñara a Joaquin a montar en una tabla de skateboard? Por supuesto, con su casco, sus coderas y sus rodilleras. Tú también podrías intentarlo.


—Pero bueno, ¿por qué estás empeñado en meterme en ese tipo de aventuras?


—Solo trataba de imaginarme lo guapa que estarías con tu casco.


—¿Solo guapa? ¿No sexy? —dijo ella, bromeando.


Como si ella no supiera lo sexy que él la encontraba y lo mucho que la deseaba.


—Con ese conjunto, estarías más sexy de lo que nunca te hubieras imaginado.


Pedro —susurró ella, separando los labios e inclinándose un poco hacia él.


—Me gustaría que dejaras ese trabajo del restaurante. Podría hablar con Daniel. Su hermano Edgardo ha abierto hace poco aquí unas oficinas. Tal vez él podría darte una colocación.


Paula suspiró y se apartó unos pasos de él.


—¿Crees que trabajar de camarera es algo denigrante?


—Ya te dije que mi madre fue camarera en un humilde restaurante familiar. No considero que ser camarera sea un trabajo denigrante, pero tal vez sí lo sea hacerlo en el LipSmackin’ Ribs.


Paula le miró un instante con cierto recelo y luego desvió la mirada.


—El LipSmackin’ Ribs no es el lugar que yo hubiera elegido para trabajar si hubiera tenido otras opciones. Pero no quiero que molestes a tus amigos para buscarme un empleo. Ya lo hiciste una vez con Erika. En esa ocasión, acepté porque sabía que te sentías culpable de que me hubieran despedido de la agencia de limpieza. Y, además, porque me encantaba la idea de trabajar con ella en la organización del Frontier Days. Pero no quiero que vuelvas a hacerlo otra vez. Si me entero de que Edgardo Traub tiene un puesto de trabajo iré a solicitarlo. Si consigo un empleo, quiero que sea por mis propios méritos.


—De nuevo ha resurgido la mujer abanderada de la independencia y la libertad.


Paula le agarró del brazo con la mano y lo apretó con fuerza.


—He tenido que salir yo sola adelante en la vida desde muy pequeña, después de que mi madre murió. Cuando conocí a Eduardo, los dos trabajábamos, hasta que me quedé embarazada y él tuvo que asumir todo el peso y la responsabilidad de la familia que íbamos a tener. Durante ese tiempo me sentí como si le hubiera fallado.


—Tú no le fallaste. Cuando uno atraviesa una situación difícil tiene que dejar que la persona que le ama se haga cargo de todo.


—Puede ser —dijo ella suspirando—. Pero luego, cuando Eduardo murió, dejé también que Olga y Manuel me ayudaran y se quedaran cuidando de Joaquin. Solo durante los últimos meses he logrado llevar una vida independiente. El trabajo que tengo en el LipSmackin’ Ribs me ha ayudado a conseguirlo. Eso me da además más confianza en mí misma. ¿No lo comprendes?


—Lo comprendo —respondió él—. Pero sigue sin gustarme ese antro de las costillas.


Pedro le costaba concentrarse cuando ella le estaba tocando.


Joaquin vino a relajar la tensión, entrando como un torbellino en la cocina con un cuaderno de dibujos en la mano.


—Lo he encontrado. Podemos pintar aviones de colores.


—Parece que tu hijo está pensando en ser piloto algún día —dijo Pedrobromeando.


Paula le soltó el brazo y luego le dio un pequeño codazo.


—No se te ocurra ni pensarlo.


Se acercó a uno de los armarios de la cocina, se puso de puntillas y tomó un frasco que había en la estantería de arriba. Era un jarabe con sabor a zumo de naranja.


—Daniel me dijo que le diera una cucharadita cada cuatro horas si le dolía la barbilla —dijo ella mirando a Joaquin que se había sentado de nuevo en la mesa con su cuaderno de aviones—. Parece que ahora está tranquilo. Pero dáselo, si le duele, para que pueda dormir bien por la noche.


—Deja ya de preocuparte —replicó Pedro.


—Para la cena puedes hacerle…


—He visto carne picada en el frigorífico. Joaquin y yo probaremos una nueva receta. Tal vez haga hamburguesas a la parrilla con chiles. Puede que DJ la incluya en su menú —dijo Pedro muy orgulloso, y luego añadió viendo la cara que ella ponía—: O puedo hacerle también algo que le guste más, no te preocupes. Puedes llamar a cualquier hora para que sepas que estamos bien. Así te quedarás más tranquila.


Paula pareció recobrar la sonrisa. Se acercó a Joaquin y le dio un beso y un abrazo.


—Gracias, Pedro —dijo ella, saliendo por la puerta y saludándole con la mano.


Pedro se quedó mirándola, pensando que era él quien debía darle las gracias. Sin ella y Joaquin, ahora estaría en la casa de la montaña, sumido en sus pensamientos y cenando solo.







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