domingo, 27 de agosto de 2017

NECESITO UN MEDICO: CAPITULO 16






—¡Eh, Alfonso! ¡Despierta!


Pedro, que estaba en la puerta del hospital, se volvió al oír la voz de Nelson Burell y sonrió. Nelson, un hombre moreno de huesos largos, era uno de los médicos que llevaba un tiempo intentando convencerlo de que crearan un centro médico conjunto en la zona.


—Hola —le estrechó la mano. No tenía nada contra él ni contra Trudy Masón, el otro médico de la conspiración, pero no estaba de acuerdo con su modo de pensar. Y sabía que, si pasaban más de medio minuto juntos, Nelson volvería a sacar el tema.


El otro pareció leerle el pensamiento.


—Puedes respirar tranquilo —dijo—. No te voy a hablar del centro médico.


—¿No?


Nelson soltó una carcajada.


—No. Seguimos queriendo que te unas a nosotros, pero hemos decidido no darte más la lata.


—Tú sabes que me parece buena idea. Para vosotros, no para mí.


—No hace falta que justifiques tus motivos. Yo pensaba igual antes de casarme. ¿Cómo iba a dar mis pacientes el tipo de cuidado personal que merecen y esperan? Pero debo decir que la idea funciona y que es maravilloso tener una noche libre de vez en cuando —soltó una risita—. Puede que hasta tenga tiempo de hacer ese bebé que Ellie y yo deseamos. Y resulta agradable sentirse parte de la raza humana.


—¿Y quién dice que yo no lo sea?


Nelson se encogió de hombros.


—Tú no sé, pero yo estaba harto de sentirme solo. Muy atareado, sí, pero solo.


—Me alegro por ti —repuso Pedro—. Pero a mí me gusta seguir así.


—De acuerdo, de acuerdo. Pero si cambias de idea, nos avisas, ¿vale?


Pedro asintió con la cabeza y salió del hospital.


Le gustaba su vida tal y como estaba y lo molestaban las cosas que podían apartarlo de la ruta que se había marcado en los últimos años. Él era feliz y sus pacientes también. 


¿Por qué entonces, cambiar algo que no necesitaba cambios?


Como Paula y su pelo. A él le gustaba como estaba antes. 


Ahora era demasiado corto y apenas se movía. Aunque tenía que admitir que sus ojos se veían mejor ahora.


Pero él no necesitaba ver mejor sus ojos. Y menos cuando lo miraban con aire compasivo. ¿Qué narices había en él que impulsaba a las mujeres a querer salvarlo? ¿Acaso Paula no tenía ya bastante con enderezar su vida?


Puso el coche en marcha. Cuando volviera, serían casi las seis, hora de cenar. La noche anterior habían comido jamón asado, aunque él apenas había tenido tiempo de cenar antes de que apareciera Darryl Andrews con su hijo, quien se había caído del monopatín y se había roto la muñeca.


Pensó en el equipo que Nelson había dicho que podían comprar para el centro médico gracias a algunos habitantes ricos de la zona y frunció el ceño. No sería como un hospital, claro, aunque en algunos aspectos, el centro mejoraría los servicios que él podía ofrecer solo.


Se frotó la nuca. Pensaba demasiado y empezaba a sentir hambre. Pisó el acelerador en dirección a la cena, pero antes de que llegara al pueblo, sonó su móvil.


—Tengo dos mamas a punto de parir al mismo tiempo —dijo Ines—. ¿Cuál prefieres?


Cuando Pedro llegó al fin a casa sobre las nueve y media de la noche, oyó a Paula que hablaba con Ana en la sala de estar. Se acercó y vio a la joven sentada de espaldas en un sillón con la niña en los brazos.


—¿Quién es mi tesorito? —decía—. ¿Quién es el cielito de mamá?


Pedro sonrió. Paula se volvió de pronto y se cambió al sofá.


—Hola —dijo con suavidad—. Parece agotado.


Él se pasó una mano por el pelo.


—El trabajo.


—¿Qué ha sido? —Pedro la había llamado antes para decirle por qué iba a llegar tarde.


—Un niño —sonrió él—. Cuatro kilos y medio —hizo una pausa—. Siento haberme perdido la cena.


—Hay un plato en el frigorífico. Sólo tiene que meterlo un par de minutos en el microondas.


—Gracias —se sentó en el sillón al lado del sofá con la vista clavada en la niña.


Paula se levantó y le puso a Ana en el regazo.


—Voy a calentarle la cena.


—No, no hace falta...


Pero ella había salido ya y Pedro se reacomodó en el sillón para sujetar mejor a la niña.


—Y bien, princesa —dijo—, ¿has aprendido algo nuevo hoy?


La niña movió los labios... y los abrió en una sonrisa torcida. 


Los ojos de Pedro se llenaron de lágrimas. Se dijo que era porque una sonrisa infantil siempre es un milagro, porque estaba tan cansado que no podía pensar con claridad, porque una mujer loca y generosa le preparaba la cena en la cocina.


Porque...


Sintió un dolor en su corazón tan agudo como el de cinco años atrás. Apretó a la niña contra su pecho, debajo de su barbilla, y cerró los ojos contra los recuerdos que no podía evitar.



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