sábado, 26 de agosto de 2017

NECESITO UN MEDICO: CAPITULO 11





-VALE, Pedro, ¿te importa decirme por qué te pones así?


Pedro agarró a su hermano del brazo y tiró de él lejos de la casa.


—Por ti.


Mario se soltó y puso los brazos en jarras.


—Yo sólo he traído un pastel...


—Tú estabas flirteando, imbécil. Con una mujer vulnerable que acaba de perder a su marido y dar a luz. ¿Es que no puedes estar cinco minutos cerca de una mujer sin intentar conquistarla?


Mario lo miró fijamente un momento y se alejó hacia su camioneta.


—No pienso contestar a estupideces.


Pedro lo siguió.


—¡Te estabas insinuando de un modo indigno!


—¡Sólo me mostraba amable, idiota! —Mario abrió la puerta del coche, pero su hermano volvió a agarrarle el brazo.


—Yo no llamaría ser amable a lo que has hecho.


—En eso tenemos opiniones distintas. Y suéltame de una vez, no pienso ir a ninguna parte. Aunque ahora recuerdo por qué no me siento inclinado a buscar tu compañía más a menudo.


Pedro le soltó el brazo con una punzada de remordimiento, pero no lo bastante fuerte para hacerle olvidar el tema en cuestión.


—Conozco tu reputación —dijo—. Todo el mundo al este de Tulsa la conoce.


Mario lo miró con rabia.


—Yo no pretendía nada y lo sabes.


—¿Lo sé?


—Deberías saberlo, maldita sea. Yo soy así. Y tú lo sabrías si te molestaras en conocerme un poco en vez de hacer caso a todos los cotilleos que oyes. No voy a pedir perdón porque me gusten las mujeres ni por intentar hacerlas sonreír, sobre todo si son tan guapas y amables como la que tienes ahí dentro. La veo y no puedo evitar querer que se aprecie un poco más a sí misma, que sepa que los hombres se fijan en ella. Y no creo que eso sea ilegal, pero has de saber que nunca jamás me he aprovechado de una mujer ni salido con una a la que no respetara tanto como a nuestra madre — su voz vaciló un poco en ese punto, pero se recuperó enseguida—. Y que me gusten las mujeres no me convierte en un mujeriego.


Pedro resopló.


—¿Cómo sabes que Paula es amable? No has hablado ni cinco minutos con ella.


—Cada vez que me doy la vuelta, alguien me está hablando de la pobre viuda y sus encantadores hijitos que se presentaron en tu casa en pleno parto —sonrió—. Si quieres saber mi opinión, Paula corre más peligro con las mujeres casadas del pueblo que conmigo. Si se queda aquí, te garantizo que todas las mujeres en un radio de cincuenta kilómetros van a emparejarla con alguien. Lo que me recuerda... — Mario se sentó detrás del volante, pero dejó la puerta abierta—. ¿Nicolas McAllister es su tío?


Pedro sintió que enfado empezaba a evaporarse. Coquetear era una segunda naturaleza en su hermano y era cierto que no había oído muchas cosas malas de él en los últimos años.


—Tío abuelo de su marido, sí —dijo. Se cruzó de brazos—. Y ella cree que podría quedarse a vivir con él en su casa.


—¿Le has dicho que eso es imposible?


—¿Tú qué crees?


—Y a juzgar por esa expresión de amargado que tienes, parece que no te ha hecho caso.


—Supongo que en su posición yo también pensaría que no tenía mucha elección. Pero cambiará de idea cuando vea la casa.


—¿Y luego qué?


Pedro suspiró.


—Sí, bueno, aún no he pensado en eso.


Mario miró la casa.


—Pero no hay motivo para que no se quede aquí hasta que encuentre algo, ¿verdad?


—¿Aparte de que yo no necesito una mujer y a sus hijos en mi casa continuamente? ¿Qué te hace tanta gracia?


—Tú —repuso Mario, riendo todavía. Cerró la puerta—. Sales corriendo detrás de mí para defender el honor de esa mujer y luego intentas convencerme de que te estorban. La verdad es que esa mujer te gusta y no sabes qué hacer, ¿eh?


—Estás loco.


—¿Ah, sí?


—Sí. Para empezar, hace dos días y medio que la conozco. Además, le llevo más de diez años y acaba de enterrar a su marido. Y tú sabes muy bien por qué no puedo tener una relación con nadie.


Mario guardó silencio un momento. Puso el motor en marcha.


—Sí, eso son muy buenas razones.


—No me gusta cómo has dicho eso.


Mario soltó una carcajada.


—Uno de estos días, Hector y tú tendréis que daros cuenta de que ya no soy ningún niño y de que sé algunas cosas. Sobre todo de mujeres.


—Lo que me nos devuelve al punto de partida.


Mario suspiró.


—No voy a empezar nada con Paula, ¿vale? Por lo menos esta semana.


Y se alejó sin más.







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