jueves, 17 de agosto de 2017

LA CHICA QUE EL NUNCA NOTO: CAPITULO 8





Esa misma noche, Paula escuchó una entrevista en la radio con el padre de Sol en la que él hablaba sobre la economía, pues era economista, pero también comentaba que había vuelto a vivir a Sídney, después de haber pasado unos años en Perth. Y afirmaba que todavía no tenía hijos, pero que su esposa y él querían tenerlos.


Paula apagó la radio y se forzó a no pensar en el miedo que la atenazaba por dentro.


A la mañana siguiente, su jefe le hizo una petición poco habitual.


Antes de su cita con el director de recursos humanos de la compañía, Pedro Alfonso recibió una llamada de teléfono que no parecía tener nada que ver con el trabajo.


–¿Rompió la ventana? –dijo Pedro al teléfono, arqueando las
cejas–. No creía que fuera tan fuerte como para… Bueno, no importa. Dile que no lo vuelva a intentar hasta que yo llegue –añadió, colgó y se quedó mirando a Paula con aire ausente durante unos minutos, pensativo.


Paula bajó la vista hacia su vestido, buscando si tenía algo raro para que él la mirara así. Era un traje de chaqueta veraniego, con falda recta. Pero no tenía nada raro, ni botones desabrochados, ni se le veía el sujetador, ni nada parecido. Así que volvió los ojos hacia su jefe con gesto interrogativo.


Pedro Alfonso tamborileó los dedos sobre la mesa.


–¿Recuerdas una canción sobre un boomerang que no volvía?


–No –negó ella, después de pensarlo un momento.


–Yo, casi. Intenta encontrármela, por favor.


Antes de que Paula pudiera responder, apareció el jefe de recursos humanos.


Más tarde, Paula le informó de que había encontrado la canción del boomerang y le gustaba bastante.


–Es una vieja canción. Fue escrita por Charlie Drake –señaló ella–. El boomerang no sólo no volvía, sino que golpeaba al doctor Volador.


–Excelente –contestó Pedro Alfonso.


Pero no explicó nada más, dejando a Paula intrigadísima.


Algunos días después, él volvió a sorprenderla.


Paula estaba un poco preocupada porque, justo antes de irse a trabajar, había leído por error una nota que iba dirigida a su madre. Era de una vieja amiga de su madre que tenía una escuela de baile e iba a celebrar un festival. Le preguntaba a Maria si estaba interesada en hacer el vestuario. Eso significaría unos tres meses de trabajo, rezaba la nota.


Pero Maria Chaves había escrito su respuesta en el dorso del papel.


Lo siento mucho. Me habría encantado, pero no tengo tiempo. Un saludo afectuoso…


Maria no la había enviado todavía.


Al pensar que su madre no había aceptado el trabajo a causa de Sol, Paula se encogió. ¿Pero qué podía hacer? Sol se pasaba dos mañanas a la semana en la guardería privada, era lo más que ella se podía permitir, pues no había centros infantiles públicos. Y aquellas dos mañanas libres no bastarían para que Maria pudiera aceptar aquel encargo tan apetecible.


Paula había dejado la nota sobre la mesa, sintiéndose culpable y desgraciada, y se había ido a trabajar.


Al llegar, había repasado la agenda del día con su jefe y, a
continuación, él le había pedido que le enseñara la agenda para el día siguiente.


Paula le había entregado la libreta.


Pedro Alfonso la había estudiado en silencio durante un minuto o dos.


–Anúlalo todo –pidió él y le devolvió al libreta.


Paula se puso pálida.


–¿Todo?


–Eso he dicho –repuso él y se recostó en su silla.


–Pero… –balbuceó Paula y se mordió el labio. Había al menos diez citas que cambiar. Había tres reuniones importantes entre ellas, que implicaban a otras personas, así que la cancelación produciría un efecto dominó de caos y llamadas. Tragó saliva–. De acuerdo. Eh… ¿y qué va a hacer mañana? Quiero decir… ¿qué excusa quiere que ponga? El señor Alfonso ha tenido que atender un asunto urgente o… Paula se quedó callada y lo miró.


Él tenía esa sonrisa maliciosa tan característica.


–Sí. Y dilo así, con ese tono tan aristocrático y bien educado.
Convencerás a cualquiera.


–Yo no hablo… ¿Está diciendo que soy una estirada?


–Sí, así es –respondió él, arqueando una ceja–. Seguro que es por la escuela privada.


Paula hizo una mueca y, tras un instante, cambió de tema.


–¿Quiere decirme qué va a hacer mañana, señor Alfonso, o prefiere mantenerme en la ignorancia?


–Lo segundo sería difícil, pues vas a acompañarme. Voy a ir a Yewarra y necesitaré tu ayuda.


–¿Yewarra?


–Es una finca que tengo en las Blue Montains.


–Las Blue… –comenzó a decir Paula y, al darse cuenta de que lo estaba repitiendo todo como un loro, cerró la boca–. ¿Cuánto tiempo nos llevará?


–Sólo un día… sólo una jornada de trabajo –replicó él y se encogió de hombros–. Saldremos de aquí a las ocho de la mañana y volveremos por la tarde. No hace falta que te arregles.


–¿Planea conducir hasta allí?


–Sí. ¿Por qué no?


Paula se retorció inquieta.


–Preferiría no sentirme como si estuviera volando a ras del suelo cuando voy en su coche.


–Prometo obedecer los límites de velocidad –señaló él con una sonrisa–. De todas maneras, tengo un buen coche y soy un buen conductor.


Paula abrió la boca para hacer algún comentario sobre su modestia, pero cambió de idea. Había aprendido que no era posible anticiparse a las posibles reacciones de Pedro Alfonso ante una confrontación…


–Bueno –dijo él y se recostó en el asiento, con las manos detrás de la cabeza–. Sólo faltan tres días para que vuelva Rogelio… completamente recuperado de su enfermedad, según me ha dicho.


–Sí.


–Y tú te irás, Paula.


–Así es.


–Pero hemos trabajado bien juntos –afirmó él, se incorporó e hizo un gesto con la mano–. Bueno, menos ese par de veces en que te tuviste que contener para no abofetearme –puntualizó, con un brillo malicioso en los ojos.


–Me parece que nunca va a dejar de echármelo en cara… así que igual es mejor que vuelva Rogelio cuanto antes.


Entonces, antes de que él pudiera sorprenderla con su respuesta,la puerta se abrió de golpe y Portia Pengelly irrumpió en el despacho.


Pedro, he venido a hablar contigo… ¡Oh! –dijo Portia y se quedó paralizada al ver a Paula. Entonces, comenzó a caminar despacio, como si estuviera en una pasarela, vestida con un elegante traje de seda negro y una rebeca de color melón a juego con el bolso–. ¿Quién es ésta?


Paula se puso en pie y agarró la agenda.


–Trabajo aquí. Bueno, si eso es todo, señor Alfonso, volveré a mi puesto. Disculpen –dijo Paula y salió del despacho, pero no lo bastante rápido como para no escuchar a Portia suplicarle a Pedro con tono apasionado.





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